Ya No Eres Mi Sol

II. La Máscara de la Rutina: Sobrevivir sin Sentir

La mente puede estar gritando en un bucle infinito de preguntas dolorosas, pero la vida sigue su curso implacable. Y ese es el inicio del verdadero infierno: la obligación de tener que funcionar cuando te sientes completamente roto.

El duelo de una relación larga no te concede la baja por enfermedad. Tienes responsabilidades diarias, comunes y corrientes, que se convierten en montañas insuperables: un trabajo, cuentas, la casa, la simple necesidad de comer. El cuerpo, por pura inercia, se obliga a ponerse de pie.

El Piloto Automático y el Conflicto Interno

Te conviertes en un autómata. Tu cerebro, agotado, te instala en el piloto automático para que puedas cumplir lo esencial.

Ir a trabajar:

Te vistes, tomas el transporte o conduces la ruta de siempre. Te sientas en la silla. Te obligas a leer correos, a tomar notas, a pretender que el informe que tienes delante es la cosa más importante del mundo. Pero tu mente está a un millón de kilómetros, repitiendo: “¿Valió la pena?” Tu cuerpo está presente, pero no estás enfocado porque no estás bien. Tu rendimiento se reduce al mínimo indispensable, solo para que nadie note el colapso.

Ir a comprar al supermercado:

Una tarea tan básica se siente como un maratón. Vas por los pasillos y la inercia te traiciona. Al pasar por la sección de lácteos, te detienes a tomar ese yogur que solo le gustaba a tu ex pareja, o la marca de café que compraban juntos. La mano se congela. El golpe de la ausencia en un detalle tan banal te deja sin aire, pero tienes que seguir empujando el carro y aparentar que solo ha sido una duda sobre la marca.

Los Lugares Vacíos que Antes Eran Nuestros

Los peores escenarios no son los nuevos, sino los lugares que solían ser neutrales y que ahora están contaminados de memoria.

La Cafetería de la Esquina:

Antes era solo "la cafetería." Ahora es "donde desayunábamos los domingos." Tienes que pasar por allí para ir al trabajo. El simple olor a café te dispara un recuerdo de una conversación trivial, de una risa. Evitarla implica cambiar tu ruta diaria, un pequeño esfuerzo logístico que subraya la incomodidad de tu nueva existencia.

El Sillón en el Centro Comercial o el Banco del Parque:

Son lugares simples y sin importancia para el mundo, pero para ti son hitos grabados con la presencia del otro. Si te sientas allí, sientes el fantasma de la conversación; si lo evitas, sientes la frustración de que el mundo te está quitando hasta los espacios más inocentes.

La Máscara que Agota

El verdadero desgaste ocurre en la interacción social. Tienes que mentir. Tienes que ponerte la máscara de la funcionalidad para evitar tener que explicar el tsunami que tienes dentro.

Cuando un compañero te dice: "Te veo distraído, ¿todo bien en casa?", la respuesta honesta es un tratado de diez mil palabras sobre dolor y confusión. Así que dices: "Todo bien, solo mucho estrés laboral."

Esa mentira te permite seguir funcionando, pero la energía gastada en el teatro de la normalidad es la que te roba la fuerza para la noche.

La frustración de esta sección es que tu supervivencia se siente como una obligación, no como un avance. Estás sobreviviendo a la fuerza, cumpliendo responsabilidades porque debes hacerlo, mientras tu vacío interno te susurra que nada de eso tiene sentido.




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