Ya soy legal

Capítulo 4

Henry llegó a casa mucho más temprano de lo acostumbrado ese día, ya que necesitaba cambiarse de ropa e ir al supermercado por algunas botanas. Había quedado con Ed y Niall en que iría a la casa de este último para una tarde de videojuegos y comida chatarra.

El pequeño rubio necesitaba todo el apoyo que pudieran ofrecerle, puesto que la situación en su casa era estresante, y permanecer solo en su habitación no era una opción.

Henry estiró sus brazos y dejó su maleta en la sala del modesto y acogedor hogar de su tía Scarlett. Los recuerdos que este lugar le traían eran agradables. Henry, cuando cruzaba la primaria, solía pasar las vacaciones de verano con su tía, quien había vivido en Bradford desde que cumplió la mayoría de edad y dejó la casa de sus padres. Henry solía pasar tres meses de ocio en esta pequeña ciudad; jugando con los vecinos del barrio, y encerrado en casa, viendo sus caricaturas favoritas.

Habían pasado al menos cinco años desde la última vez que fue el huésped de su tía.

La casa de un piso tenía un pórtico lleno de flores y plantas que Scarlett cuidaba con mucho esmero, además de un pequeño patio trasero. La dulce y comprensiva mujer trabajaba desde la comodidad de su sofá. Ella vendía ropa, zapatos y otros accesorios por catálogo, y ya que era una mujer sin ningún tipo de carga familiar, hasta que llegó Henry, Scarlett no había tenido ningún inconveniente en ofrecerle un techo y una pequeña —pero cómoda— habitación a su sobrino favorito.

Con más de cincuenta años, su tía era muy parecida a su madre físicamente. Scarlett era la mayor de ambas, pero definitivamente su personalidad era completamente opuesta a la de su hermana Anne. Su tía era un alma liberal, siempre preocupada por la labor comunitaria y el cuidado de los animales. Tenía un gato llamado Pablo, el cual era tan gordo que pasaba echado todo el día sobre su rascador.

—Buenas tardes, tía. ¿Cómo te fue hoy? —preguntó Henry en cuanto tomaba asiento a su lado.

La dulce mujer levantó la mirada de su computador portátil, y quitándose las gafas de lectura, dijo:

—Muy bien, cariño. Solo estoy terminando de organizar mis facturas, ¿tienes hambre?

Henry se inclinó frente a ella y depositó un pequeño beso sobre la cima de su cabeza.

—No, tía, estoy bien. Nada más vine a cambiarme, iré a casa de un amigo y quería comentártelo, vendré para la cena. Si quieres puedo traer algo antes de regresar.

—¿Un amigo? —Preguntó su tía con una pequeña sonrisa torcida en los labios—. Henry, sabes que no tengo ningún tipo de problema con que salgas con otros chicos y vivas tu vida, porque eres joven y es lo que todos hacen a tu edad, pero tu mamá...

Lo implícito en su mirada y rostro hizo que el más joven rodara los ojos internamente.

—Lo sé, tía —mencionó Henry sentándose a su lado con una sonrisa enorme y cómplice—. Sé que mamá te pidió que me mantengas alejado de los problemas, pero te digo la verdad, iré a casa de un chico de quien me hice amigo. Él justo ahora tiene problemas familiares y quiero mostrarle mi apoyo. Me agrada, quizás algún día te lo presente.

—¿Ese chico te gusta? —preguntó, poniendo toda su atención sobre su sobrino. Henry consideraba a aquella mujer el sueño de todo adolescente: era comprensiva, sabía escuchar, y daba excelentes consejos.

—No... Bueno, sí, pero no de esa forma.

Henry pensó en el padre de este, y en la gran posibilidad de verlo esa tarde. Debía admitirlo, estaba muy emocionado al respecto. Él deseaba mirar más de cerca al hermoso hombre mayor, y aún más, ansiaba escuchar su voz. Tenía mucha curiosidad, realmente estaba intrigado con el señor Monet.

—Tía, te prometo que no tienes nada de qué preocuparte. Ya aprendí la lección. Soy una nueva persona —dijo con un asentimiento solemne, reprimiendo una carcajada. La mujer a su lado negó con una sonrisa de resignación.

—No voy a prohibirte que vayas con tu nuevo amigo, tampoco de que disfrutes de tu vida, pero siempre recuerda que puedes confiar en mí. No soy tu mamá, gracias a Dios.

Henry soltó una carcajada antes de ponerse de pie y depositar otro beso sobre el cabello negro azabache de su tía.

—Lo sé, y no sabes cuán agradecido estoy. Amo a mamá, pero... —el adolescente hizo una mueca melodramática mientras se hundía en el respaldo del sofá—. Ya sabes cómo es, ni hablar de mi papá. Ambos por poco me inscriben en las fuerzas armadas. Me alegra que desistieran tras pensarlo mejor. Ahora que fui a mi primer día de clases, ya no me desagrada esta ciudad.

—Y eso que renegaste tanto cuando tus padres te dijeron que te mudarías conmigo —le reprochó. La mujer le dio un pequeño golpecito juguetón a su cabeza. El rostro de Henry se iluminó como cuando era un niño de enormes ojos color esmeralda y mejillas regordetas.

—Oh, tía. Te aseguro que no estaba molesto con la idea de verte de nuevo y vivir contigo. El gran problema era mudarme a una ciudad tan remota como Bradford, amaba Londres, tenía amigos, lugares adónde ir, todo.

—Y ya hiciste nuevos amigos en esta remota ciudad —dijo, en cuanto acariciaba su rostro en un gesto casi maternal—. Cielo, si te convencí de venir, fue porque te conozco, y sabía que conseguirías adaptarte tan pronto llegaras. ¿Cómo te sientes ahora? Sé sincero.




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