Ya soy legal

Capítulo 6

Henry frunció el ceño en concentración mientras garabateaba sobre una hoja de papel su propuesta de organigrama empresarial para la clase de administración. Sus ojos iban y venían de la pantalla de su laptop hacia el libro que recibió de su nueva preparatoria.

Probablemente, resumir toda la información que consiguió le tomaría toda la noche.

El rizado bebió un sorbo de su Monster Energy en cuanto se balanceaba de derecha a izquierda sobre su silla giratoria. Su tía había sido tan considerada al momento de equipar su nueva habitación, que no echaba de menos aquella que dejó atrás en Londres.

Henry se dio una vuelta completa y observó la cama desordenada al otro lado de la habitación.

Si esto fuera Londres, probablemente sus amigos se encontrarían regados por todo el lugar trabajando a su lado para hacerse compañía los unos a los otros. Incluso, lo más seguro es que Louis fuera el único perdiendo el tiempo en una partida de League of Legends, la que perdería, por supuesto, y, luego de insultar a su equipo conformado por rusos, chinos y algún americano de cuarenta años que aún vive con su madre en Wisconsin, finalmente copiaría el trabajo de Josh, parafraseando el primer y último párrafo, antes de asaltar su refrigerador y presumir a la última chica a la que le comió la boca.

Sí, extrañaba a ese bastardo.

Si Kyra, su mejor amiga, estuviera a su lado, podría hablarle sobre el sexy padre adoptivo de su nuevo compañero de preparatoria. Ella querría escuchar todos los detalles, y se aseguraría de buscar todos sus perfiles en redes sociales.

Esa chica tenía un futuro prometedor en el FBI.

Henry detuvo de golpe sus anhelos por algo de compañía humana cuando vio la videollamada entrante a una esquina de la pantalla.

Era su ex-casi-novio; Rob.

Colgó.

Rob volvió a intentarlo.

Volvió a colgar.

Él lo intentó una vez más.

Y Henry, con un resoplido, decidió responder. El cobarde de Rob a veces podía ser muy intenso.

—¿Qué rayos quieres? —soltó Henry como saludo.

—Henry, bebé, al fin puedo comunicarme contigo —dijo con un suspiro de alivio—. La conexión a internet de ese chiquero apesta, ¿no?

—La conexión está bien, Rob. Simplemente, no quiero hablar contigo, ¿acaso no captas el mensaje?

El rubio de enormes hombros y brazos repletos de músculos capaces de partir un cráneo en dos, frunció el entrecejo.

—¿Por qué? ¿Qué hice mal?

Henry bufó, pensando en qué carajos NO HIZO MAL. Prueba de ello era el hecho de que a pesar de que fueron ambos los pillados en el baño del instituto dando rienda suelta a la calentura, solo uno había sido expulsado de la preparatoria y ahora debía comenzar desde cero.

Rob, portero del equipo de lacrosse de su antigua escuela, era hijo de una distinguida familia burguesa de Londres, y para Henry, aquello no era una exageración, pues, una vez acompañó a Rob a una reunión familiar en su casa, en la que su ex-casi-novio le mostró un sinnúmero de retratos familiares que sus padres conservaban como obras de arte. En uno de esos retratos, Henry vio directo a los ojos de un hombre que era exactamente igual a Rob, lo que resultaba sexy y aterrador a la vez. El traje de corte victoriano del tatarabuelo de su amante era encantador.

Su ex-casi-novio no era el chico más brillante de la preparatoria, pero era un buen deportista y su apellido abría todo tipo de puertas. Así que no fue sorpresa para nadie que sus padres movieran influencias para librarlo del escándalo que tanto él como Henry protagonizaron.

El rizado confió en Rob cuando este le dijo que convencería a sus padres para que hablaran por él, pues, ellos podrían liberar a ambos de una expulsión. Henry aún podía recordar ese momento. Los ojos castaños del rubio gigante lo miraron con determinación, y, Henry, a pesar de saber que no debía crearse falsas expectativas, lo hizo y una semana después terminó dentro de un auto con rumbo a Bradford.

No escuchó ni una sola palabra de Rob hasta el día de hoy.

—Mis padres me castigaron —comentó el rubio con una mueca—: Sin auto, sin celular, ni internet, nada...

—Vale —comentó Henry tan cortante como el filo de una navaja.

El rizado se acomodó en su silla giratoria con ambas piernas contra su pecho, generando una barrera entre ambos más fuerte que la misma distancia física que compartían.

—Sé que estás enojado, bebé.

Henry tomó el primer objeto que encontró a mano, y se centró en él, evitando dirigir su mirada hacia la pantalla. Rob probablemente tuviera esa mirada de cachorro apaleado.

—Vaya, no me digas, ¿cómo llegaste a esa brillante conclusión? —soltó sarcástico, en cuanto fingía resolver un cubo de Rubik.

Rob soltó un suspiro velado.

—Perdón, no conseguí que mis padres te ayudaran.

—Tus padres no solo no me ayudaron, Rob, mintieron; le dijeron al director que tú no eras gay, y que yo prácticamente te arrastré hasta esos malditos baños —renegó. La sangre del rizado hervía cada vez que recordaba la plática del director con sus padres, mientras él escuchaba todas aquellas mentiras desde el rincón donde se encontraba sentado. Intentó defenderse, pero su padre lo hizo callar con un grito cargado de rabia.




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