Ya soy legal

Capítulo 20

Londres. Hace un par de meses atrás…

—¡Maldito, gay! 

Henry cayó sobre el pasto de la cancha vacía, donde un pequeño grupo de chicos de su edad, que pertenecían al equipo de futbol, lo acorralaron con empujones e insultos denigrantes.

Henry jamás ocultó ante nadie cuál era su preferencia sexual. Soportó comentarios e insultos de todo tipo por parte de sus compañeros de clases y los colegas de estos.

El rizado se puso de pie, y, sin hacer contacto visual, se disponía a alejarse del grupo, sabiendo que se encontraba rodeado de seis deportistas homofóbicos que no iban a dudar en darle una paliza si se le ocurría defenderse.

Henry valoraba su vida lo suficiente, como para retirarse de una pelea en la que sabía no tendría ni la más mínima oportunidad de ganar.

—¿Adónde crees que vas? —dijo el más alto de todos, y lo tomó del cuello de su camisa—. ¿Acaso además de ser homosexual eres un cobarde? ¡Lo que faltaba!

La situación no pintaba nada bien. Los sujetos lucían envalentonados, y lo suficientemente aburridos como para buscar pelea donde fuera. Eran unos inadaptados, con ganas de sangre. 

La única razón por la que Henry había decidido ir a las canchas de la secundaria, luego de clases, era Rob. Su —para ese entonces amigo— lo había invitado a comer unas hamburguesas ese día, pero, con lo que ninguno de los dos contaba, era con la presencia del equipo de futbol esa tarde en la que no habría entrenamiento.

—Déjalo en paz —dijo una voz que llenó de paz a Henry, quien, ya empezaba a hacerse una idea de con cuantos huesos rotos, tendría que lidiar luego de la paliza que esos trogloditas le darían.

—¿Y tú qué? ¿Acaso eres su novio? —preguntó con mofa quien sostenía a Henry de la camisa.

Rob, quien era el más alto y musculoso de toda su clase, dio dos pasos hacia adelante y miró al líder del grupo con una expresión furiosa. Él no se caracterizaba por ser un alumno problemático, y, jamás, se había visto involucrado en peleas en el pasado, a pesar de su apariencia intimidante, era un chico pacifista.

—¿Y qué si lo fuera? ¿Tienes algún problema con eso?

—Billy, no te metas con él —soltó uno de los presentes, nervioso.

El tal Billy, además de orgulloso, era un idiota, así que se irguió todo lo que le fue humanamente posible, y retó con la mirada a un Rob serio y listo para comérselo vivo si era necesario.

—¿Qué? ¿Por qué, imbécil? ¿Le tienes miedo?

—Ya vámonos de aquí —dijo otro—. No vale la pena meternos en problemas por este par de gays. 

Henry miró con horror como Rob apretó sus puños a los costados de su cuerpo tenso como las cuerdas de un arco, él parecía listo para saltar sobre cualquiera que se atreviera a hacer el siguiente comentario mordaz en contra de alguno de los dos.

Billy soltó una risa floja.

—Nosotros somos más, así que me da igual si este grandullón intenta hacerse el héroe.

Henry observó con pánico como Billy se dio la vuelta, lo tomó del brazo, e iba a propinarle un golpe en toda la cara, pero, justo cuando empezaba a mentalizarse con una nariz rota, escuchó un gruñido gutural, y alaridos que iban de la sorpresa, a la excitación por presenciar como dos adolescentes iniciaban una pelea a puños.

A Billy se le unieron un par de sus colegas, los cuales hicieron su mayor esfuerzo por inmovilizar a Rob, para que, de ese modo, Billy tuviera la oportunidad de contraatacar, ya que, de otra forma, él jamás lo habría logrado.

—¡¿Y ahora qué?! ¡Eh! —Dijo, tras darle una patada en las costillas a un Rob que luchaba por liberarse del agarre del otro par—. ¿Te crees mucho porque tu familia se pudre en dinero? ¿De qué les sirve ser una familia tan distinguida si tienen como hijo a un asqueroso homosexu@l como tú? ¡¿Ehhh?!

El sujeto le propinó otra patada, mientras el resto de su grupito reía a su alrededor, envalentonados al ver a Rob en el suelo. 

Henry intervino como pudo, empujando a uno de los esbirros de Billy con toda la fuerza que le proporcionó la adrenalina, esa que recorría sus venas, mientras veía como Rob era golpeado por un grupo de cobardes y buenos para nada.

—¡Ya basta! —Gritó, interponiéndose entre Billy y Rob—. ¡Déjanos en paz!

Billy soltó una desagradable carcajada.

—¡Ohhhh, miren a los novios! —se burló—. Son tan adorables. 

—¡Davies! —el rugido de esa voz madura, fue un sonido que paralizó a todos los presentes.

Billy se quedó de piedra, de pie, con los ojos desorbitados.

—¿Entrenador?

—¡Billy Davies! Será mejor que tú y todos ustedes… —señaló al resto de involucrados. El hombre estaba rojo de la rabia—. ¡Vayan con el rector en este preciso momento!

—Pero… entrenador, nosotros… —fue interrumpido por el hombre mayor, quien no aceptaría ninguna excusa que los librara de este problema.  

—¡Dije que ahora!

Henry tomó a Rob del brazo e intentó levantarlo, pero este se quejó por un dolor en sus costillas. 




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