Ya soy legal

Capítulo 22

Henry sonrió optimista, en cuanto se dirigía hacia el departamento de Recursos Humanos. La asistente del señor Monet, le pidió que entregara unos papeles antes del cambio de turno.

La compañía que lideraba el padre de Niall era tan imponente, que Henry se sintió un poco avergonzado al platicarle a los demás porque se encontraba haciendo "pasantías" allí.

Y sí, tuvo que mentir al respecto, ya que su situación en la empresa era un caso particular.

Su nombre no figuraría en la nómina de empleados, puesto que, su colaboración en la empresa era más simbólica que una cuestión laboral real.

Saltaba a simple vista que todo el personal trabajaba tan eficientemente como un reloj suizo. 

Pero, a Henry no le sorprendió darse cuenta de que no importaba el lugar, o las maravillosas condiciones de trabajo que una persona pudiera tener. Los ponzoñosos chismes estaban a la orden del día.

—Oye, ¿sabes de lo que me enteré esta mañana? —dijo una mujer de mediana edad en el cuarto de fotocopiadoras.  

Henry se detuvo por mera curiosidad, porque, efectivamente, un chisme gratis no le viene mal a nadie.  

—¿Qué pasó? ¡Cuéntame! —susurró efusivamente su colega.

—Lucy, la recepcionista, el otro día vio al esposo del señor Monet saliendo de un restaurante junto a otro hombre —soltó la mujer con particular jubilo. Cualquier creería, por su tono alegre, que disfrutaba de la desgracia ajena.

—¡¿Qué?! ¿Charlie Monet? —exclamó su colega en vos baja. 

—Ajam, así como lo escuchas. Como todos sabemos, nuestro jefe se separó de su esposo hace ya un tiempo, ahora dicen que probablemente lo hizo porque el señor Charlie tiene un amante.

Ambas mujeres aullaron con regodeo en unísono.

—No puedo creerlo, ¿crees que sea verdad?

—Claro que sí, cien por ciento confirmado, lo único que no sabemos, es quien es el amante.

—Santo Dios… el señor Zain es tan buena gente, no merece que le hagan algo así.  

—Ya ves, al final, uno nunca sabe que pasa puertas adentro en un hogar.

—Tienes razón, tienes razón.

Henry negó y siguió su camino, asegurándose de no levantar sospechas mientras pasaba frente al cuarto de fotocopiadoras.

Y mientras recorría el pasillo, no pudo evitar pensar en si aquello que decían aquellas mujeres era cierto.

Si lo era, ese presumido rubio que tuvo la suerte de casarse con el señor Monet era un completo idiota.

***

—Henry necesito tu ayuda.

Zain se encontraba sentado en la pequeña mesa de juntas a un costado de su escritorio, rodeado de papeles que intentaba poner en orden. Él no llevaba una corbata, y eso llamó la atención del rizado.

El señor Monet lucía seximente desaliñado.

—Mi corbata se manchó en el almuerzo y tengo una reunión en quince minutos con la junta directiva —explicó antes de señalarle su escritorio—. En el tercer cajón hay dos o tres corbatas, no recuerdo, por favor, tráeme una, la que más te guste.

Zain le ofreció una pequeña sonrisa divertida a pesar de su agitación. Ese hombre sencillamente acabaría con su cordura. Henry asintió y secretamente suspiró ilusionado.

Tener un amor platónico comenzaba a ser doloroso.

El joven rizado tomó una corbata color azul marino con pequeños puntos blancos y se la entregó a su jefe. Él la miró y aprobó su elección con un asentimiento antes de tomarla.

—Gracias, ¿ya casi es hora de que te vayas a casa, cierto?

Henry asintió en cuanto observaba al hombre, quitarse el saco y ponerse la corbata con prisa.

—¿Alguien viene por ti o te irás en autobús?

—Tomaré el autobús.

El hombre mayor pareció meditarlo por un par de segundos, antes de señalarlo en un ademán. 

—Mi reunión me tomará veinte minutos aproximadamente, si quieres, puedes esperar y te llevo a tu casa, además, me gustaría hablar con tu tía sobre el asunto del empleo, ¿ya se lo contaste?

—Honestamente no —confesó Henry, apretando los labios a causa de cuan tenso lo ponía pensar que el señor Monet se echaría para atrás sobre darle un empleo de medio tiempo.

Henry realmente deseaba pagar su deuda, además, se había empezado a ilusionar con la idea de pasar tanto tiempo con el hombre mayor.

—¿Por qué? —preguntó Zain con el ceño fruncido.

—No quiero que le cuente a mis padres.

—Ya eres mayor de edad, Henry, puedes tomar tus propias decisiones.

—Sí, pero quiero conservar la pequeña mesada que me mandan semanalmente.

Zain sonrió de medio lado. Podía comprender eso, pero, no estaba de acuerdo.

—Comprendo, pero igualmente, necesito presentarme con tu tía y explicarle la situación, después de todo, vives bajo su techo y yo soy el padre de uno de tus compañeros de clases. Esto podría desembocar en un reclamo de su parte a la preparatoria.   




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