Yana

PARTE 1: PREMORBIDA

En una helada noche de invierno, una joven de cabello en color trigo se encuentra recostada sobre el sillón del living frente al televisor encendido mientras sostiene una lata de cerveza entre manos y se queja de los ruidosos estruendos que resuenan a lo largo de la habitación.

—¿Cuándo va a dejar de llover?— pregunta en voz alta para seguidamente darle una rápida mirada al gran ventanal del living.

Regresa la mirada hacia el televisor, pero algo vuelve a irrumpirla, las luces comienzan a titilar.

—¿Otra vez?— se queja— Siempre pasa lo mismo en los días de tormenta.

Se levanta del sillón y se dirige hacia la lámpara ubicada en medio de la habitación.

—¿Podés dejar de hacer eso cada vez que hay una tormenta?— pregunta al objeto con molestia.

Larga un suspiro y forma una sonrisa, algo parece divertirle.

—Ahora hablo con objetos, excelente— comenta para sí misma con ironía.

La luz regresa a la normalidad y la joven vuelve a recostarse sobre el sillón para llevar la mirada hacia el televisor.

“Hoy les traemos el terrorífico caso de asesinato hacia una joven de tan solo veinte años quien se encontró sin vida en su residencia la noche de tormenta pasada. La joven fue encontrada con un total de treinta y una puñaladas alrededor de su cuerpo, mientras que su rostro había sido completamente desfigurado. Testigos afirman que un hombre con una espeluznante máscara de conejo quien sostenía un arma blanca entre manos deambulaba en los alrededores de la residencia. Las cámaras de seguridad confirman los testimonios”

—¿Qué demente hace algo así?— la joven se centró en la noticia proveniente del televisor.

En la pantalla podía observarse a un hombre con una máscara de conejo caminando alrededor de la residencia, pero de pronto se detiene y levanta la mirada hacia una de las cámaras de seguridad para mirarla fijamente, levanta la mano que sostiene la cuchilla y luego levanta la mano restante para mover de un lado a otro la parte superior en un gesto de saludo.

Un escalofrío recorre el cuerpo de la joven al ver la grabación.

—La gente cada vez está más loca— comenta mientras alcanza el control remoto del aparato.

Cambia rápidamente de canal y es que había logrado hacerla sentir lo suficientemente incómoda como para omitir la noticia.

En el siguiente canal, la misma imagen del hombre con la máscara de conejo sigue intacta saludando a la cámara y con la misma incomodidad cambia al siguiente canal, pero la imagen se mantuvo en el siguiente canal y el siguiente al siguiente.

La joven con desesperación apaga el aparato y las luces nuevamente comienzan a titilar hasta que queda en completa oscuridad, mientras que los estruendos son cada vez más audibles y los relámpagos más constantes.

Su corazón comienza a latir con rapidez y de pronto una luz cegadora irrumpe en la habitación.

El televisor se había encendido de la nada y la imagen inquietante aún se encontraba allí. La mujer cae del sillón por la desesperación y camina hacia la parte trasera del aparato para seguidamente desconectar el cable del mismo, pero aun así, no lograba apagarlo.

—¡Calmate, Cila!— se autorregañó mientras sus manos temblaban— Debe haber una razón lógica por la que el televisor se encuentra prendida estando desconectada, ¡ya sé, voy a llamar a Eli!

Camina hasta el teléfono y marca el número de su vecina, pero la línea no tenía tono.

—Se supone que tiene que andar aunque no haya electricidad— dijo en voz alta.

Cila toma el cable conductor encargado de dar la línea y camina con pasos ralentizados en búsqueda del problema y cuando llega al final de el, observa un notable corte que la terminó de poner completamente nerviosa.

—Esto no está bien— vuelve a comentar en voz alta y de pronto se le dificulta tragar la saliva que estaba acumulándose en su boca.

Tengo que ir a hasta la casa de Eli, piensa para sí misma, pero la tormenta no iba a permitirlo y un escalofriante presentimiento recorrió cada parte de su cuerpo.

—Tengo que salir de acá.

Y con solo un camisón como atuendo, se acerca hasta el ventanal que a su vez funcionaba como puerta y en cada relámpago, le recordaba lo terrorífico que podía resultar una estancia rodeada de bosquejo.

Nada podía verse alrededor, a excepción de los momentáneos flashes de luz provocados por los relámpagos.

— Tenés que ser valiente, Cila. Podés hacerlo— comenta una última vez antes de tomar la perilla.

Sin embargo, Cila cae de espaldas hacia el suelo, completamente aterrada cuando el rostro que había visto minutos atrás en el televisor, se encuentra de pie frente al patio de entrada mientras saludaba con una de sus manos.

—¡El hombre de la máscara de conejo!

Y Cila sabía que debía hacer algo rápidamente porque el hombre estaba acercándose hacia ella con pasos ralentizados. Por lo que se levantó de suelo y rebuscó entre los cajones de la cocina, algo con lo que pudiera defenderse.

—¡No puede ser, tiene que haber algo!— los nervios comenzaban a jugarle en contra.

Cila tomó la cuchilla más grande que encontró y fue en búsqueda de su teléfono para seguidamente refugiarse detrás del sillón.

Torpemente, intentó marcar el número de la policía, sabía que sería inútil intentar llamar a alguien, porque algo que le agradaba del lugar, era que no funcionaba la recepción, lo cual la alejaba de los problemas de su trabajo.

Pero al intentar llamar a los tres dígitos, nadie respondía del otro lado.

—¡No puede ser!

Y un sonido cercano constante la hizo estremecerse, se oía como pequeños golpecitos.

Cila se asoma con lentitud por encima del sillón y en otro destello de luz, el hombre de la cabeza de conejo se encontraba de pie frente a la puerta de entrada mientras daba unos golpecitos con una cuchilla que llevaba en una de sus manos.




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