Yana

EL PEQUEÑO NIÑO

El grito provenía de una de las alas traseras, por lo que ambas avanzaron rápidamente hacia allí.

—¡Ailan!— gritó Yana mientras avanzaban entre los oscuros y extensos pasillos.

Tanto Yana como Luiza se detuvieron abruptamente cuando el sonido de unos pasos resonaron en las cercanías. 

—¿Qué fue eso?— interrogó Yana mientras sentía como un escalofrío recorría por todo su cuerpo.

Yana llevó la mirada hacia Luiza quien se hallaba inmóvil.

—Luiza, ¿se encuentra bien?— interrogó con preocupación.

Pero la mujer no emitió respuesta y en su lugar, comenzó a avanzar en dirección recta como si alguien la estuviera guiando.

—¡Luiza!— llamó Yana al ver como se alejaba cada vez más.

Pero la mujer no hacía más que continuar avanzando, como si no pudiera oír la voz de Yana.

—Luiza— llamó una última vez antes de ver cómo la figura de Luiza se desvanecía en medio de la oscuridad del largo pasillo.

De pronto, se encontraba en completa soledad en medio de un extenso y oscuro pasillo en un desconocido hospital psiquiátrico.

—¿Ailan?— llamó con el temor impregnado en sus palabras. 

Tomó su teléfono celular para seguidamente encender la linterna y alumbrar el pasillo. Con pasos lentos comenzó a avanzar a través de él, mientras los sonidos por vejez del lugar le hacían compañía.

"No hay salida una vez que entras"

Leyó en una de las desgastadas paredes del pasillo.

Mientras que su teléfono iluminaba el camino, intentó llamar a Ailan con él.
Presionó el icono de llamada junto a su nombre y el sonido del tipido resonó en cada rincón del lugar, creando un extenso eco, pero de pronto, el sonido del tipido se mezcló junto con otro sonido distante.

—El teléfono de Ailan— esbozó Yana y aceleró sus pasos en su búsqueda.

Con desesperación comenzó a trotar y la cercanía se acortaba. Sintió un alivio cuando visualizó un reflejo de luz, era el teléfono de Ailan, pero no parecía haber rastros de él.

El sonido de repetidos golpes la irrumpieron y rápidamente iluminó el sitio de donde creía que provenía el mismo.

Había llegado al final del pasillo y el rechinar de una de las puertas le erizo la piel, la puerta acababa de abrirse frente a sus ojos.

—¿Luiza?— interrogó con dificultad.

Su respiración comenzaba a acelerarse y se detuvo frente a la puerta que acaba de abrirse.

—Yana— escuchó en un grito ahogado que provenía de lo que parecía ser un sótano.

—¡Ailan!

Y sin dudarlo bajó por las escaleras del oscuro sótano, como era de esperarse, no había luz, solo la linterna de su teléfono iluminaba su camino.

La puerta se cerró tras ella, pero no le dio importancia, quería encontrar a Ailan.

Una pequeña silueta visualizó a la distancia y al avanzar hacia la silueta, descubrió que se trataba de la figura de un pequeño niño que se hallaba de espaldas y sostenía un conejo de peluche entre sus manos

Recordó las palabras de Luiza, que en el edificio, dé al lado, continuaba funcionando con normalidad como parte del hospital psiquiátrico y que los pacientes solían infiltrarse en este, por lo que solo creyó que podía tratarse de un paciente del edificio contiguo.

—¿Te perdiste, pequeño?— interrogó Yana mientras avanzaba con pasos lentos hacia el niño.

Pero este continuaba de espaldas sin emitir palabra alguna.

A medida que avanzaba hacia el pequeño, podía notar que traía ropa de civil, por lo que no se trataba de un paciente psiquiátrico. 

—¿Dónde están tus papás?

Sabía que algo no andaba bien y se detuvo momentáneamente.

—¿Nene?

Estiró su mano restante con lentitud en un intento de llegar hasta su hombro y cuando estaba a punto a hacerlo, un grito desgarrador la interrumpió.

Rápidamente, cubrió sus oídos y cerró con fuerza sus ojos, mientras que su teléfono había caído hacia el suelo y el miedo comenzaba a invadirla.

Esta vez, un grito proveniente de su boca resonó por todo el rincón del sótano en cuanto sintió una mano sobre uno de sus hombros y buscó con desesperación la luz de su celular, el cual encontró a la distancia.

Con el temblor controlando sus manos, hizo el esfuerzo por tomarlo y alumbrar hacia donde estaba el pequeño, pero ya no estaba por lo que corrió hacia la salida del sótano y continuó vagando por el hospital en la búsqueda de Ailan y Luiza mientras que la paranoia crecía dentro de ella.

De pronto, las luces de todo el lugar comenzaron a titilar repetidamente y recordó lo que Luiza les había contado, el lugar no contaba con electricidad desde hacía años.

Cuando pudo notarlo se encontraba en otro extenso pasillo, el aire en su pecho comenzaba a evaporarse. Aceleró sus pasos, pero se detuvo abruptamente cuando dos personas le bloquearon el paso, lo que parecía ser una mujer y un hombre que tenían sus rostros cubiertos con terroríficas máscaras de piel humana con las costuras a la vista.

—No...— esbozó Yana con la voz quebrajada mientras volvía sobre sus pasos.

Se giró con premura hacia el sentido contrario, por donde había venido para seguidamente correr con exasperación en la búsqueda de una salida, y otro brusco movimiento detuvo sus pasos cuando aquel niño que había visto en el sótano se encontraba frente a ella y al igual que las dos personas que acababa de ver, el niño llevaba una máscara de piel cocida y el peluche de conejo colgando de sus manos.

—¿Quién sos?— interrogó con las lágrimas nublando su mirada.

Pero en lugar de una respuesta, el niño señaló a un lado con la mano libre, señalando una amplia habitación que en su mejor momento era un resplandeciente living.

Con el temblor continuo en sus manos, corrió en la dirección indicada por el pequeño, alejándose lo más rápido posible de él. 

La salida estaba a la vista, mientras que los rayos del sol se infiltraban en las pequeñas cavidades de las desgastadas paredes.
Corre nuevamente hacia la salida y finalmente la calidez del día aliviaba su cuerpo, pero no pudo evitar caer de rodillas frente al edificio y sollozar al recordar que Luiza y Ailan continuaban dentro del sitio.




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