Se dice por ahí que estando juntos los copos de nieve forman un gran enjambre, pero, ella por supuesto, es la abeja blanca más grande de todas. A veces, la Reina de Nieve revolotea por la ciudad con la forma de algún ave, mira a través de las ventanas y estas se llenan de hielo formando extrañas figuras.
Se piensa que puede congelarte el corazón, el alma, y/o llevarte para vivir eternamente en su castillo de hielo… No obstante, ¿alguna vez te has preguntado cuál es su pasado? ¿O cómo llegó a ser una mujer de hielo?
Yo sí. Antes de morir y olvidarlo todo, me lo pregunté muchas veces…
¿Pude haber hecho algo diferente y cambiar su destino?
***
Alphonse y yo nos comprometimos un año antes de hacer ese viaje y decidimos que lo ideal sería pasear dos meses antes de la boda. Fuimos a un centro de esquí que lucía un remonte instalado hacía pocos años. Fue su regalo de bodas para mí, le había contado que desde siempre quería ir a las montañas nevadas, era casi una necesidad en mi corazón y por ello -supongo- que sentía que este iba a estallar de emoción cuando bajamos del tren y pude ver la cordillera. Esta se alzaba majestuosa con sus picos blancos como las nubes.
El pueblo más cercano estaba lleno de locales con artesanos dispuestos a conquistar a los turistas con sus trabajos. La plaza de armas tenía bancas de metal y variadas flores adornando las esquinas, la gente paseaba montados sobre sus caballos y todos parecían muy amables. Fue una tarde muy romántica para nosotros, en la que buscamos el humilde hotel en que teníamos reservación, un lugar rústico, pero limpio, con dos dormitorios separados donde podríamos descansar a gusto.
Alphonse quería descansar, por lo que tras comer decidió que lo mejor sería que tomáramos una siesta, sin embargo, mis ansias de estar en lo alto de la cordillera, no me dejaba dormir. Estar sentada en mirando por la ventana obedientemente no era lo mío, así que tomando una de las esquelas que estaba en el escritorio le escribí una nota: “Salí a dar una vuelta, volveré antes del atardecer”.
Entré con cuidado en su cuarto y la dejé junto a sus llaves, supuse que sería la forma más segura de que la viera.
Así, anudando mi abrigo al cuello, salí con un jolgorio que casi me hacía saltar como una niña. Caminé por el pequeño y helado pueblo, recorrí algunos puestos de artesanías, me compré una bella pulsera y seguí subiendo por las coloridas calles hasta llegar a la montaña. Encontré un sendero de tierra que imaginé me llevaría hasta el centro de esquí, fui observando el paisaje, tan absorta que no me di cuenta de que el sendero tenía más de un camino y me adentré en las montañas, alejándome del gentío. Me senté un momento a sentir la nieve, con ella hice una figura que poco a poco tomó forma de pájaro. Sonriendo por la divertida figura que dejé en el camino seguí subiendo, hasta cansarme y notar que estaba muy lejos de mi destino. Decidí que lo mejor era volver, pero una suave ventisca se llevó mi bufanda. Corrí tras ella y cuando la recogía, una figura blanca se formó de repente y saltó sobre mí, cual espectro escuché una voz gutural que me espantó, caí de espaldas al intentar apartarme y grité de miedo.
***
Hace cientos de años, en un pequeño pueblo a los pies de la cordillera se encontraba un rústico hogar muy particular. El matrimonio que allí vivía tuvo dos niñas, Inara y Yanara, ambas con una belleza inusual, de aquella que no es superficial y brilla tanto que a los ojos de cualquiera eran hermosas. Además, en sus corazones habitaba la magia permitiendo que pudieran ver cosas que otros no podían, como si quien le hablaba estaba mintiendo o cual hierba haría mejorar a tal enfermo, incluso tenían sueños premonitorios y encontraban fácilmente objetos perdidos, sin importar su tamaño. Todo esto las hizo muy conocidas en el pueblo.
Con los años, una de ellas empezó a brillar menos que la otra; Yanara, estaba tan encandilada observando a su hermana mayor, que no lograba darse cuenta de que también era deslumbrantemente hermosa y generosa. Fue así, que intentando destacar y alejándose de su propia luz, comenzó a ser aún más generosa y amable, pero, por las razones equivocadas. Buscaba agradar a todos los que conocía para conseguir que la aplaudieran y celebraran.
Un día soleado, ya habiendo cruzado la pubertad, a los pies de la pequeña se estrelló un gran trozo de vidrio el cual supo era mágico por la energía que emanaba de el. Sintió que era su día de suerte, no sabía que aquel era parte del espejo creado por el mismo Diablo y al usarlo para reflejar las cosas vio el mundo con otros ojos. Aunque ella creía verlo más claro, en realidad lo veía totalmente distorsionado.
Llevó el trozo de espejo a su casa, donde se jactó del descubrimiento con su hermana; pero, ella, en lugar de ponerse celosa lo miró curiosa por mucho rato y lo analizó, al notar su efecto frunció el ceño y lo alejó. Advirtiéndole sobre la maldad en su interior, le pidió que no lo usara, incluso propuso ayudarla a deshacerse de él. Yanara lo tomó mal.
—No quieres que sea mejor que tú, sientes envidia —acusó enfadada e ignorando la preocupación de su hermana, quien lejos de reconocer el gran hallazgo insistió en pedirle que se deshiciera de él.
—No sabemos su origen, puede ser peligroso —insistió la mayor y trató quitarle el trozo del espejo.