Yanara y el espejo de Hielo

Rencores del pasado

Los fríos labios de la dama blanca apartándose de mi frente con lentitud hicieron que reaccionara en que antes de caer en el ensueño una figura espectral me había espantado. Ahora estaba sobre la nieve de la montaña, y la mujer con delicado cabello blanco y ojos brillantes me observaba fijamente. Aquel beso lento y fugaz trajo a mí un sinfín de recuerdos que aún no podía procesar, así como no sabía en qué momento llegué a estar en medio de árboles, nieve y montaña.

 Su cuerpo de hielo, cegador y centelleante tenía algo similar a la vida; sus ojos brillaban como límpidas estrellas que me observaban con un resentimiento inimaginable. Me odiaba, me odiaba tanto que dolía.

—No hay nadie, sin embargo, me entregué a todos —susurró con tristeza la dama blanca—. ¡Siempre les di todo de mí! ¡Los ayudé, los cuidé, los llené de regalos! —gritó y una ventisca nevada me cegó por un momento.

Mi mente confusa me decía que aquella dama era la pequeña Yanara, el fantasma de una joven que siglos atrás era amable… Otra parte de mí, me hizo pensar en aquel clásico cuento de una mujer de nieve. Frívola y solitaria, que lleva consigo a quien la ha visto. ¿Acaso, yo iba a desaparecer también? Aunque lentamente intenté alejarme, ella se acercó y con sus dedos tocó mi mejilla. Sentí como mi cuerpo dejó de tiritar, ya no me afectaba el frío.

Muda, cubrí mi rostro con la mano escuchando como repetía, “No hay nadie, no hay nadie, les di todo y no hay nadie”. Su voz ahogada me entristeció, después de todo… la sentía una hermana.

—¿Qué… qué quieres de mí? Di-dime, qué puedo hacer. —Pregunté temblorosa, y ella estiró su mano hacia mí. Cuál invitación. —No, no puedo quedarme contigo. —Dije, pero no me moví.

—Quédate conmigo. —dijo, y negué… lloré y volví a negar.

—No puedo, no puedo. Yo no soy Inara... —respondí, con la voz entrecortada. Entonces cogió mi mano con fuerza.

—No puedes dejarme otra vez. 

Forcejeé hasta soltarme y corrí, pero sentí como la nieve empezaba a elevarse con el viento.

—¡No soy Inara, lo siento, tengo a alguien que no puedo dejar! ¡Lo siento!

—¡Hermana, no me dejes! —insistió y la ventisca se intensificó mientras yo huía.

 

Me dolió recordar aquella vida, la nostalgia al extrañar a mi hermana, las búsquedas alguna vez hechas y la resignación. Una vida que ya no era mía, pero que sentía como si lo fuera. Su pena, la soledad que vi en sus ojos y el cariño que le tuve. Sin embargo, no podía detenerme me dio miedo olvidar a mi familia, a mi novio como decían los cuentos, o volverme de nieve como ella. No quería quedar atrapada en aquella frialdad.

Con los gritos se provocó la caída de una gran cantidad de nieve, y aunque corrí lo más rápido que pude esta pequeña avalancha me atrapó llevándome con ella y arrastrándome. Obstinada, me mantuve lo más a flote que pude, corriendo si mis pies tocaban el piso, y rodando, finalmente llegué a la falda de la montaña.

Algunos aldeanos, llegaron corriendo a socorrerme. Me llevaron a un sector más cálido y asegurando que tuve suerte de no quedar hundida en la nieve, me facilitaron una manta.  Yo creo que fue obstinación.

 

La tarde ya había caído, Alphonse seguro estaría muy preocupado por mí. Tras agradecer a los aldeanos por ayudarme y guiarme hasta la plaza central, tomé rumbo hacía el hostal, sin darme cuenta de que, a pesar de estar toda mojada, no sentía el frío apoderándose de mi piel. El matrimonio dueño del hostal, al ver la palidez de mi cuerpo y la humedad de mis ropajes y cabellos, me convencieron en tomar un baño de agua caliente. Mi único deseo era hablar con Alphonse de lo que había ocurrido, pero él había salido a buscarme cuando el sol se puso. Por lo que lo mejor sería obedecer y esperar.

Doblé mis ropas y las dejé sobre un cesto de mimbre antes de entrar a la ducha. Mientras me jabonada, seguía pensando en la imagen de las hermanas interpretando magia juntas, su risas y cariño… sentí pena por Yanara, luego recordé más detalles de cómo se distanciaron, el autoexilio de ella con sus palabras hirientes. Una sensación negativa seguía en mi estómago, un miedo inexplicable, nada estaba bien, no era normal recordar otra vida, tampoco que un espectro blanco me capturase en las montañas. ¿Acaso había sido un extraño sueño?

Luego de ponerme la ropa de dormir y una bata fui en busca de Alphonse, pero no respondió al llamado en su puerta. Hablé a recepción y los amables dueños me respondieron que aún no regresaba. ¿Le habría pasado algo o se habría entretenido por ahí?

 

Me quedé junto a la ventana observando la calle, esperando que apareciera. Quise salir de nuevo, sin embargo, supuse que si volvía y no me encontraba se molestaría y podría dudar de que en realidad haya vuelto he ido por él… Di varias vueltas en el cuarto antes de saliera el sol, finalmente me dormí esperando…

En mis sueños veía a Alphonse caminar por las calles del pueblo y gritar mi nombre, luego llegaba al lago donde estaba la pequeña Yanara observando su piel pálida que se cubría con escamas de hielo, ella lloraba y mi novio se acercaba a consolarla. Entonces ella se convertía en un ser inmenso de nieve que, cual Yeti y se abalanzaba sobre él para destruirlo con sus enormes garras. Desperté ahogando un grito de terror, me envolví con el cobertor de la cama como si aquello fuese a quitarme el miedo y me serví un poco de agua de la jarra que habían dejado sobre el velador.




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