Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 1: El Arte de Pasar Desapercibido.

Soy experto en ser invisible. No es un superpoder, es pura práctica. Mientras el resto del instituto se agolpaba en los pasillos como un solo organismo gritón y sudoroso, yo me deslizaba por los bordes, pegado a las taquillas, con la capucha de mi sudadera levantada como un escudo.

Mi mundo era de líneas de carbón y sombras suaves, no de gritos de goles o cotilleos de vestuario. Mi santuario era el aula de arte, al final del pasillo este. Y mi mejor amigo, Leo, era el único que entendía que yo prefería mil veces el olor a trementina al de la colonia barata de los deportistas.

—Oye, Yisus, ¿has visto a la nueva de matemáticas? —preguntó Leo, mordisqueando un lápiz mientras garabateaba en su carpeta. —¿Cuál?¿La que se sienta al fondo y parece que quiere teletransportarse a casa? —dije sin levantar la vista de mi cuaderno. Estaba sombreando el pliegue de una tela en un dibujo de un guerrero de fantasía. —No,idiota. A Amaia. Amaia Villalba.

El nombre resonó en el aire como una campanada. Todos conocían a Amaia Villalba. Cabello oscuro como la noche, una sonrisa que podía paralizar el tráfico y una confianza que parecía irradiar de ella como el calor del sol. Era de otro planeta, uno donde la gente era brillante, popular y perfecta.

—No, no la he visto —mentí, porque en realidad la había visto cruzar el patio esa misma mañana, riendo con sus amigas, y me había costado no tropezarme con una papelera. —Pues Hugo no para de hablar de ella—comentó Leo, haciendo una mueca.

Hugo. El capitán del equipo de fútbol. Mi enemigo personal desde quinto de primaria. El tipo que consideraba que mi existencia era una ofensa personal a su masculinidad.

—Seguro que ya la ha añadido a su colección —murmuré, apretando el carbón con demasiada fuerza y rompiendo la punta.

El timbre sonó, salvándome de tener que hablar más del tema. Recogí mis cosas, cerré mi cuaderno de dibujos —mi verdadero diario, el único que conocía todos mis secretos— y me encaminé hacia la salida. Solo quería llegar a casa, poner mi música épica y perderme en un nuevo dibujo.

Pero el universo, al parecer, tenía otros planes. Al doblar la esquina hacia la salida principal, un empujón brutal me hizo estrellar contra las taquillas con un golpe sordo que resonó en todo el pasillo. Los libros salieron volando de mis manos y mi preciado cuaderno se deslizó por el suelo.

—Perdón, artista —dijo una voz que conocía demasiado bien—. No te vi. Eres tan fácil de pasar por alto.

Hugo y sus dos amigos me miraban con sonrisas burlonas. El calor de la vergüenza me subió por el cuello. Reuní mis libros lo más rápido que pude, pero la bota de Hugo se posó sobre mi cuaderno.

—¿Qué dibujas aquí? ¿Monstruos? ¿O quizás a mí? —preguntó, presionando con el pie.

El pánico me heló la sangre. Ese cuaderno lo era todo. Allí estaba yo, sin filtros. Mis miedos, mis fantasías, mis… dibujos de ella.

—Déjalo en paz, Hugo —dije, con una voz que sonó más débil de lo que hubiera querido.

—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? —desafió, agachándose para cogerlo.

Cerré los ojos, preparándome para lo peor. Para que mis secretos fueran exhibidos y convertidos en la burla de todo el instituto.

Pero entonces, otra voz, clara y como un cristal, cortó el aire.

—Hugo, ¿es que no tienes nada mejor que hacer que molestar a quien es diez veces más interesante que tú?

Todos giramos la cabeza. Y allí estaba ella. Amaia. Parada con los brazos cruzados, con una ceja arqueada y una expresión de aburrido desdén. Hugo se enderezó de golpe, soltando mi cuaderno como si le hubiera quemado.

—Amaia, esto no es lo que parece… —farfulló. —Claro que no—dijo ella secamente—. Parece que estás perdiendo el tiempo. Y la gracia. Ahora, lárgate.

Para mi asombro, Hugo, el rey indiscutible del instituto, se puso colorado, murmuró algo y se fue seguido de sus amigos, derrotado por cuatro palabras.

Quedamos solos en el pasillo. El silencio era absoluto. Yo, aún en el suelo, rodeado de mis libros. Ella, de pie, mirándome con una curiosidad que me hizo sentir aún más expuesto que si hubiera abierto el cuaderno.

—¿Estás bien? —preguntó, y su voz había suavizado su tono cortante.

Asentí, incapaz de articular palabra. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho como si intentara escapar.

Ella se agachó, recogió mi cuaderno y me lo tendió. Nuestros dedos se rozaron por una fracción de segundo, y una sensación eléctrica me recorrió el brazo.

—Cuídalo —dijo, y sus ojos, del color del chocolate, se clavaron en los míos—. Los secretos son lo único que realmente tenemos a veces.

Y antes de que pudiera decir "gracias", o "¿por qué?", o "¿qué acaba de pasar?", se dio la vuelta y se alejó por el pasillo, dejándome a mí, a mis libros y al latido frenético de mi corazón en el suelo frío.

¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué ella había intervenido por mí?

La pregunta me resonó en la cabeza mientras me levantaba, más visible de lo que había estado en toda mi vida. Con la inquietante sensación de que mi vida de pasar desapercibido había llegado a su fin.

Y entonces, al abrir mi cuaderno para asegurarme de que estaba bien, encontré un pequeño trozo de papel doblado que no estaba allí antes. Con manos temblorosas, lo abrí. Era un número de teléfono. Y debajo, una frase escrita con una letra elegante y precisa: "Necesito hablar contigo. Es importante." - A.



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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