Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 3: El Pacto de los Invisibles.

La voz de Hugo cortó el aire como un látigo, helando la sangre en mis venas. Allí estaba, con sus amigos sonriendo detrás de él, como dos hienas esperando los restos. Su mirada iba de Amaia a mí, llena de un desdén divertido.

—¿El artista y la princesa? —repitió, alargando las palabras como si las saboreara—. Esto sí que es una pareja peculiar. ¿Estás recogiendo mascotas nuevas, Amaia?

Apreté los puños, sintiendo la humillación arder en mis mejillas. Pero antes de que pudiera decir algo, o de que mi cerebro decidiera entre huir o encogerme, Amaia actuó.

Se levantó del banco con una calma exasperante. No parecía enfadada, sino aburrida, como si Hugo fuera un mosquito especialmente molesto.

—Peculiar es creer que tu opinión le importa a alguien, Hugo —dijo, con una voz tan fría y lisa que hasta yo me estremecí—. Yisus y yo estábamos teniendo una conversación privada. ¿Te importa?

Hugo parpadeó, desconcertado. No era la reacción que esperaba. Esperaba gritos, llantos o que Amaia se alejara avergonzada. No esta tranquilidad absoluta.

—¿Privada? —escupió—. ¿Qué podrías tener que hablar tú con él?

Amaia no le respondió. En vez de eso, se giró hacia mí. Su espalda quedó frente a Hugo, ignorándolo por completo, y me miró. Sus ojos, intensos y serios, me transmitieron un mensaje claro: Es ahora. Decide.

—Yisus, cariño —dijo, y su voz había cambiado por completo. Ya no era fría, sino dulce y cálida—. ¿Le dices a Hugo que ya nos vamos? Tenemos que terminar de decidir lo del viernes.

Mi mente se quedó completamente en blanco. Cariño. La palabra resonó en mi interior, creando un eco absurdo. Yo solo podía mirarla, paralizado. Vi cómo sus ojos me suplicaban imperceptiblemente.

Hugo soltó una risotada. —¿Cariño?¿En serio? ¿Esto es una broma?

Algo se rompió dentro de mí. Su risa, su cara de superioridad, el recuerdo de todos los empujones y los insultos. La oferta de Amaia, que minutos antes me parecía una locura, de repente se transformó en un arma. Un arma contra él. Contra todo.

Tomé aire, con un sonido leve y tembloroso que espero que nadie más oyera. Me puse de pie, al lado de Amaia. Me sentí más alto de lo que era.

—No es una broma —dije. Mi voz no sonó fuerte, pero sonó clara. Firme—. Y sí, ya nos vamos.

El rostro de Hugo se descompuso. La sonrisa se le borró, replaceda por una expresión de incredulidad y rabia pura. Sus amigos se callaron, mirándolo para ver su reacción.

Amaia no perdió el compás. Deslizó su brazo bajo el mío y entrelazó su mano con la mía.

Fue como si me hubiera electrocutado. Su mano era suave y pequeña dentro de la mía, y su contacto me quemaba la piel a través de la sudadera. Todo mi cuerpo se puso en alerta máxima, cada nervio vibrando.

—¿Lo ves? —dijo Amaia, dirigiendo a Hugo una sonrisa triunfal y un poco cruel—. Ahora, si nos disculpas, tenemos planes.

Sin esperar respuesta, me dio un suave tirón y comenzó a caminar, arrastrándome con ella. Dejamos a Hugo plantado, con la boca semiabierta y una furia impotente en los ojos. Caminamos por el patio, alejándonos, con nuestras manos aún entrelazadas. Sentía las miradas de todos clavadas en nosotros, escuchaba los susurros que comenzaban a brotar como hierba mala.

No me soltó hasta que doblamos la esquina y estuvimos a salvo de miradas, en un pasillo vacío que conducía a los vestuarios.

Entonces, por fin, separó su mano de la mía. El aire frío donde antes estaba su calor me pareció de repente muy frío.

Los dos nos quedamos callados, respirando de forma un poco agitada. El eco de lo que acababa de pasar resonaba entre nosotros.

—Lo siento —murmuró ella, mirando sus dedos—. Por lo de… ya sabes. Y por arrastrarte. Era la única forma.

—No… no importa —mentí. Porque sí importaba. Mi mano todavía sentía el fantasma de la suya.

—Entonces… —ella alzó la vista, buscando la mía—. ¿Qué me dices? ¿Aceptas el trato?

Ya no había vuelta atrás. Hugo me había visto. Me había desafiado. Yo le había contestado. Si me echaba atrás ahora, mi vida sería un infierno mil veces peor. Pero no era solo eso. Era la adrenalina de haberle plantado cara. Era la curiosa sensación de su mano en la mía. Era el misterio que envolvía a esta chica.

—¿Me garantizas que Hugo me dejará en paz? —pregunté, buscando una última confirmación.

—Te lo garantizo —afirmó con una seguridad absoluta—. Él y todos los demás.

—Y… ¿solo es fingir? —insistí—. Nada… raro.

Ella sonrió, una sonrisa genuina que le llegó a los ojos por primera vez. —Nada raro.Sonrisas. Alguna mano. Paseos por el pasillo. El show básico para que todos se lo crean. Tú puedes con eso, ¿verdad, cariño?

El apodo me hizo sonrojar de nuevo. Asentí con la cabeza, sintiendo que estaba a punto de saltar de un acantilado sin saber si había agua abajo.

—Vale —dije, y la palabra sonó a destino—. Acepto.

—Perfecto —exhaló ella, como si hubiera estado conteniendo la respiración—. Entonces, la primera cita es mañana después de clases. Te espero en la puerta principal.

—¿La primera cita? —pregunté, sintiendo que el acantilado era más alto de lo que pensaba.

—¡Claro! —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Tenemos que darles algo de qué hablar, ¿no? No defraudes, Yisus.

Y con un último guiño que me dejó sin aliento, se dio la vuelta y se marchó, dejándome solo en el pasillo vacío con el latido de mi corazón como único sonido.

Acababa de firmar un pacto con la chica más impredecible del instituto. Y de repente, mi vida de invisible había terminado para siempre.

Al sacar mi teléfono para comprobar la hora, vi que ya tenía una notificación. Un mensaje de un número desconocido. Al abrirlo, solo decía: "No olvides nuestra cita. Y ponte algo que no sea una sudadera con capucha. 😉 - A." Ella ya tenía mi número. ¿Cómo diablos había conseguido mi número?



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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