Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 10: La Ofrenda de Paz del Enemigo.

El mensaje de Hugo no me dejó dormir. ¿"Nos hemos equivocado contigo"? ¿"Te lo debo"? Eran palabras que nunca, en mil años, le había imaginado decir. ¿Era una trampa? ¿Una broma cruel para bajarme la guardia? La parte de mi cerebro que llevaba años recibiendo sus empujones y sus insultos gritaba que sí. Pero otra parte, más pequeña y esperanzada, recordaba su expresión en la fiesta. No había sido de triunfo al ver la foto, sino de… ¿asco? ¿Incomodidad?

A la mañana siguiente, llegué al instituto con el estómago hecho un nudo. El ambiente era eléctrico. Cuchicheos por doquier, miradas que se clavaban en mí y luego se desviaban rápidamente. Todos habían visto la foto. Todos sabían. Caminé directo a mi taquilla, sintiendo el peso de los ojos sobre mi espalda. Necesitaba encontrar a Amaia. Ver que estaba bien.

Pero antes de que pudiera llegar, una mano grande me agarró del brazo y me arrastró hacia los baños de chicos, los que siempre estaban vacíos a primera hora.

—¿Qué diablos? —protesté, forcejeando, hasta que vi quién era.

Hugo. Tenía ojeras profundas y parecía no haber dormido. Su grip era fuerte, pero no era violento. Era… urgente.

—Tranquilo, sólo necesito hablar —murmuró, soltándome y echando un vistazo para asegurarse de que estuviéramos solos. Cerro el pestillo de la puerta—. Leíste mi mensaje.

—Lo leí —dije, frotándome el brazo y poniéndome en guardia—. No entiendo nada. ¿Qué juego es este, Hugo?

—¡No es un juego! —explotó él, con un susurro ronco y frustrado—. ¿Crees que yo… que yo haría algo así? ¿Publicar una foto de una chica llorando? Soy un idiota, Yisus, pero no soy un monstruo.

Lo miré a los ojos. Por primera vez, no vi burla ni desprecio. Vi vergüenza. E incluso un poco de miedo.

—Fue Adrián —dije, sin rodeos.

Hugo palideció y asintió lentamente. —Sí.O uno de sus esbirros. Él me envió la foto anoche, justo después de que os fuerais. Como… como un trofeo. —Apretó los puños—. Se rió de mí. Dijo que yo era demasiado estúpido para hacer el trabajo sucio bien hecho. Que él lo había arreglado.

El aire se me escapó de los pulmones. Mi teoría era cierta. —¿Y por qué te lo dijo a ti?

—Porque sabe que yo… que yo he estado detrás de Amaia desde siempre —admitió Hugo, mirando al suelo—. Y pensó que me alegraría. Que me reiría. —Alzó la vista, y su mirada era intensa—. Pero no me alegré. Me enfadé. Eso… eso no se hace.

Quedé mudo. Estaba teniendo una conversación civilizada con Hugo. Y él estaba mostrando algo que se parecía mucho a un código de honor retorcido.

—¿Por qué me estás contando todo esto? —pregunté, desconfiando aún.

—Porque me equivoqué contigo —dijo, con una franqueza que me dejó atónito—. Te juzgué mal. Pensé que eras un blanco fácil. Un bicho raro. Pero anoche… te plantaste delante de todos para defenderla. Le diste tu chaqueta. Te la llevaste de allí. Yo no… yo no habría tenido los redaños de hacer eso. —Carraspeó, incómodo—. Adrián es peligroso. Más de lo que crees. Y si está enfadado contigo por haberle quitado "su premio", entonces estás en problemas serios. Y… ella también.

Sus palabras confirmaron todos mis miedos, pero venir de él, sonaban diez veces más aterradoras.

—¿Qué sabes de Adrián? —pregunté, aprovechando la oportunidad.

—Que su familia tiene mucho dinero y cero escrúpulos. Que siempre consigue lo que quiere. Y que es de los que guardan rencor. —Hugo se encogió de hombros—. Es todo. Pero es suficiente.

Miré a este chico que había sido mi némesis durante años. Que ahora estaba aquí, en un baño apestoso, advirtiéndome. Ofreciéndome una tregua. Era tan surrealista que casi me tentó a reír.

—¿Y qué sugieres? ¿Que huya?

—¡No! —dijo, casi con rabia—. Eso sería lo peor. Él lo vería como una victoria. —Se pasó una mano por el pelo—. Mira, yo… puedo ayudarte. Desde dentro.

—¿Desde dentro? —repetí, incredulous.

—Sí. Él todavía cree que estoy de su lado. Puedo escuchar. Puedo enterarme de cosas. —Señaló con la cabeza hacia la puerta—. Vosotros seguid con vuestra farsa. Pero yo seré vuestro… ¿cómo se dice en las pelis? Vuestro hombre en el interior.

No podía creer lo que estaba oyendo. Hugo se estaba ofreciendo a ser nuestro espía.

—¿Por qué? —fue lo único que se me ocurrió preguntar—. ¿Por qué harías eso?

Él miró hacia otro lado, avergonzado. —Porque lo de anoche estuvo mal.Y porque… —dudó—. Y porque a Amaia siempre la he considerado… fuera de mi liga, ¿sabes? Como una diosa. Y verla así, destrozada… por un tipo como Adrián… —Apretó los puños de nuevo—. Me hizo hervir la sangre. Algo hay que hacer.

Era la razón más inesperada y probablemente la más honesta que podría haber dado. Hugo no lo hacía por mí. Lo hacía por un código de honor torcido y por el crush que siempre le había tenido a Amaia.

—De acuerdo —dije, extendiendo la mano de forma instintiva—. Tregua.

Él miró mi mano como si fuera una serpiente, luego la estrechó con una fuerza que casi me tritura los huesos. —Tregua.—Soltó mi mano—. Ahora vete. No podemos ser vistos juntos o lo arruinaremos todo. Yo te encontraré a ti.

Abrió el pestillo y se asomó para asegurarse de que el pasillo estaba despejado antes de darme una palmada en el hombro y salir, desapareciendo alrededor de la esquina.

Me quedé solo en el baño, con el corazón latiendo con fuerza. Acababa de firmar un pacto con el diablo. O, en este caso, de convertir al diablo en un aliado inestable.

Cuando por fin salí, lo primero que hice fue buscar a Amaia. La encontré en nuestro rincón del patio. Estaba pálida, con gafas de sol a pesar del día nublado, pero tenía la cabeza alta. Valeria estaba a su lado, hablándole en voz baja con ferocidad.

Amaia me vio acercarme y una oleada de alivio cruzó su rostro. —Yisus.Estaba… estaba preocupada.

—Yo también —dije, y entonces, sin pensarlo, me acerqué y la abracé. No era para la audiencia. Era por nosotros. Ella se aferró a mí como si yo fuera su ancla—. ¿Estás bien?



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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