El mensaje de Adrián era una sombra que se cernía sobre mí, pero el corazón de Amaia en su mensaje era un faro que me guiaba a través de la niebla. Al día siguiente, en el instituto, la encontré en su taquilla. Tenía ojeras, pero me sonrió de una manera que hizo que todo lo demás importara menos.
—Hola —dijo, y su voz sonaba cansada pero genuina. —Hola—respondí, y sin pensarlo, le di un beso rápido en la mejilla. No fue para nadie más. Fue para nosotros.
Ella se sonrojó ligeramente, una reacción que no era parte de ningún guión. —¿Helado después de clases?—pregunté, recordando su mensaje. —Sí—asintió—. Necesito… normalidad.
La tarde era templada y soleada. Camino a la heladería, nuestras manos se encontraron de forma natural, sin cálculo, y se entrelazaron. Ya no sentí esa descarga eléctrica de los primeros días; ahora era una calidez familiar, reconfortante. Era real.
Pedimos nuestros helados —frutos del bosque para ella, chocolate para mí— y nos sentamos en el mismo banco de siempre. Por un largo rato, comimos en silencio, disfrutando de la simpleza del momento. El peso de las miradas y los rumores parecía haberse disipado, al menos por ahora.
—¿Cómo estuvo la… reunión familiar? —pregunté con cuidado, rompiendo el hielo.
Ella suspiró, jugueteando con su cuchara. —Horrible.Los abogados no tienen buenas noticias. Cada vez hay más… complicaciones. —Miró hacia arriba, con los ojos vidriosos—. A veces siento que todo se va a desmoronar y me va a enterrar viva.
—No lo hará —dije con firmeza, tomando su mano libre—. Porque no estás sola. Yo estoy aquí. Para lo que sea.
Ella me miró, y en sus ojos vi una batalla interna. Miedo contra esperanza. —¿Por qué,Yisus? —susurró—. ¿Por qué te quedas? Esto ya no es solo un pacto contra Hugo. Esto es… un desastre. Y te está salpicando. Adrián te está apuntando directamente. Podrías alejarte. Nadie te culparía.
Era el momento. La apertura que Valeria y yo habíamos anticipado. Respiré hondo, buscando las palabras correctas.
—Al principio —empecé, mirando nuestro helado derretiéndose—, sí fue por el pacto. Quería que Hugo me dejara en paz. Quería… ser invisible otra vez. —Alcé la vista para encontrarme con la suya—. Pero ya no quiero ser invisible, Amaia. No si eso significa no poder verte. No si significa no estar aquí para… para esto.
—¿Para qué? —preguntó, conteniendo la respiración.
—Para ti —dije, y la simpleza de la verdad me liberó—. Me quedo por ti. Porque cuando te sonríes de verdad, siento que el mundo entero se detiene. Porque cuando estás asustada, quiero ser quien te proteja. Porque tu mano en la mía es el único lugar donde quiero que esté. —Tomé aire, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza—. El pacto terminó para mí hace semanas, Amaia. Lo que siento por ti… eso es real.
Las lágrimas que welled up en sus ojos ya no eran de tristeza, sino de alivio. De alegría. Una sonrisa tremenda, la más brillante y auténtica que le había visto nunca, iluminó su rostro.
—Es real para mí también —confesó, apretando mi mano—. Todo esto empezó como una mentira, pero mis sentimientos por ti son lo más real que he tenido en mucho, mucho tiempo. Te quiero, Yisus.
Fue como si el sol hubiera salido de detrás de una nube perpetua. El mundo no solo era más brillante; tenía sentido. Sonreí, una sonrisa tonta y enorme que me hacía doler la cara.
—Yo también te quiero —dije, y las palabras sonaron a verdad, a promesa, a futuro.
Nos miramos, perdidos en el momento, en la enormidad de lo que acabábamos de confesar. La tensión romántica de semanas se disolvió, replaceda por una certeza tranquila y poderosa. Nos acercamos el uno al otro lentamente, como si el mundo entero se hubiera ralentizado. Nuestras miradas se fijaron en los labios del otro.
Y justo cuando nuestros labios estuvieron a punto de tocarse, el sonido estridente de un claxon nos hizo separarnos de un salto.
El hechizo se rompió. Reímos, nerviosos y felices, nuestros rostros enrojecidos. El momento había pasado, pero la promesa estaba ahí, flotando entre nosotros, más dulce que cualquier helado.
Caminamos de vuelta a casa con las manos entrelazadas, hablando de todo y de nada. De nuestros gustos, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas. Por primera vez, no había ficción entre nosotros. Solo éramos Yisus y Amaia, dos adolescentes enamorados en medio de un caos.
La dejé en la esquina de su casa, como siempre. —Mañana—dijo ella, sonriendo. —Mañana—confirmé.
Se inclinó y me dio un beso suave y rápido en los labios. Fue fugaz, pero suficiente para dejar una marca de fuego que me duraría toda la noche. —Ese sí era de verdad—susurró contra mis labios, antes de darse la vuelta y entrar corriendo a su casa.
Me quedé allí, en la acera, tocándome los labios y sonriendo como un idiota. Había enfrentado a matones, había recibido amenazas anónimas, pero nada me había preparado para el terremoto que era un beso de Amaia Villalba.
La felicidad era un bálsamo tan poderoso que casi logré olvidar la amenaza de Adrián. Casi.
Al llegar a mi habitación, mi teléfono vibró con una notificación. Era un mensaje de Hugo.
"Oye. Encontré algo. Adrián no solo quiere asustaros. Tiene un plan. Algo grande para el baile de fin de curso. Dice que será 'el final del cuento de hadas'. Tenemos que hablar. YA." La tormenta no se había disipado. Solo había comenzado.