Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 15: El Precio de la Victoria.

El cuerpo del matón de Adrián yacía inconsciente a nuestros pies. La gente a nuestro alrededor comenzaba a murmurar, algunas personas se acercaban con curiosidad morbosa. El tiempo se nos agotaba.

—¡Vamos! —ordenó Valeria, con una frialdad que cortó el pánico que empezaba a apoderarse de mí—. Hugo, ayuda a cargarlo y llévalo a los baños de profesores. Están cerrados. Yisus, tú conmigo. Amaia, distrae a Adrián. ¡Ya!

Actuamos sin pensar, movidos por la urgencia en su voz. Hugo, más fuerte de lo que parecía, agarró al chico inconsciente y comenzó a arrastrarlo entre la multitud, disimulando como podía. Amaia lanzó una última mirada de pánico hacia mí antes de enderezarse y dirigirse con determinación hacia Adrián, quien intentaba abrirse paso entre la gente hacia nosotros.

Valeria me agarró del brazo y me arrastró en la dirección opuesta, hacia una salida de emergencia lateral que daba a un callejón trasero. La noche era fría, un contraste brutal con el calor sofocante del salón.

—¡La llave! —exigió, con la mano extendida.

Se la di, aún tibia por el puño sudoroso de Hugo. Ella la examinó un segundo antes de guardarla en su pequeño bolso de mano. —Esto es una bomba de tiempo.Adrián no se va a quedar de brazos cruzados. Nos va a buscar.

—¿Y qué hacemos? —pregunté, jadeando—. ¿Se la devolvemos? ¿La destruimos?

—¡Ni se te ocurra! —me regañó—. Esto es nuestra única ventaja. Es la prueba de lo que sea que tiene sobre la familia de Amaia. Podríamos… podríamos usarlo en nuestra contra. Para negociar.

—¿Negociar con Adrián? —dije, incrédulo—. Es como negociar con una víbora.

—¡Es lo único que tenemos! —exclamó, con un destello de desesperación en sus ojos usualmente impasibles—. Sin esto, él sigue teniendo el poder. Con esto, al menos tenemos algo con qué amenazarlo.

En ese momento, la puerta se abrió y Hugo apareció, pálido y jadeante. —Está en los baños.Atranqué la puerta con un cubo de fregar. No sé cuánto tiempo durará.

—Bien —asintió Valeria—. Ahora, los tres tenemos que volver ahí dentro y actuar como si nada. Hugo, tú ve al control de sonido. Haz como que revisas cosas. Yisus, busca a Amaia. Yo me encargo de cubrir vuestras espaldas.

—¿Y si Adrián nos confronta? —preguntó Hugo, con la voz quebrada.

—Entonces negamos todo —dijo Valeria, con una mirada gélida—. No tiene pruebas. Su matón está inconsciente y encerrado. Su palabra contra la de nosotros cuatro. ¿A quién creerá la gente?

Era una jugada arriesgada, pero era la única que teníamos. Asentimos y volvimos a entrar en el salón, separándonos de inmediato.

El corazón me martilleaba en el pecho mientras buscaba a Amaia. La encontré cerca de la pista, hablando con un grupo de amigos. Adrián estaba a su lado, con una sonrisa forzada, pero sus ojos escudriñaban la sala con furia contenida. Cuando su mirada se encontró con la mía, sentí una oleada de frío. Sabía. Sabía que éramos nosotros.

Me acerqué, deslizando mi brazo alrededor de la cintura de Amaia. Ella se tensó por un segundo antes de relajarse contra mí, una sonrisa igual de falsa que la de Adrián pintada en su rostro.

—¡Yisus! —dijo Adrián, con una dulzura venenosa—. ¿Dónde te habías metido? Y Hugo también ha desaparecido. Y mi amigo Marc… qué casualidad, ¿no?

—No sé de quién hablas —dije, encogiéndome de hombros con una naturalidad que ni yo mismo me creía—. He ido al baño. Hugo estaba con el del sonido, creo. La música fallaba un poco.

Adrián mantuvo la sonrisa, pero sus ojos eran dagas. —Claro.Fallas técnicas. Cosas que pasan.

En ese momento, las luces se atenuaron y el director subió al escenario para dar su discurso. La atención de la multitud se desvió hacia él. Adrián se inclinó hacia nosotros, y su susurro fue tan frío y afilado que casi me hizo retroceder.

—Disfruten el discurso —murmuró—. Disfruten esta… victoria momentánea. Porque se acaba ahora mismo. —Su mirada se clavó en Amaia—. Tu familia está acabada, princesa. Y tu… —me miró a mí—… tú solo eres el peón que se cree caballo. Cuando acabe esto, no tendrás nada. Ni siquiera a ella.

Se dio la vuelta y se perdió entre la multitud, dejándonos con una amenaza que pesaba más que cualquier otra.

El resto del baile fue una farsa agotadora. Sonreímos, bailamos, incluso ganamos el premio a la mejor pareja, una ironía tan amarga que casi me atraganto con ella. Cada minuto que pasaba, esperaba que Adrián hiciera su jugada, que revelara todo de alguna manera. Pero no lo hizo. Se limitó a observarnos desde las sombras, como un halcón esperando a que su presa se confiara.

A la hora de irnos, la tensión nos había dejado exhaustos. Nos despedimos de Hugo con un apretón de manos significativo. Él asintió, con una mezcla de orgullo y miedo en los ojos. Valeria nos entregó discretamente la llave USB.

—Guárdala en un lugar seguro. Donde nadie la encuentre —ordenó—. Yo investigaré cómo podemos… usarla.

Amaia y yo nos subimos al taxi en silencio. La euforia de la victoria se había esfumado, replaceda por el peso de la advertencia de Adrián. "Se acaba ahora mismo."

Durante el trayecto, Amaia no soltó mi mano. Sus dedos estaban helados. —¿Y ahora qué,Yisus? —preguntó, con la voz cansada y pequeña—. ¿Qué hacemos?

—Ahora —dije, apretando su mano—. Nos mantenemos unidos. Como siempre. Tenemos la llave. Tenemos a Valeria. Tenemos a Hugo. No estamos solos.

Ella apoyó la cabeza en mi hombro. —Tengo miedo—confesó, en un susurro casi inaudible.

—Yo también —admití—. Pero el miedo es mejor que sentirse impotente. Ahora luchamos.

El taxi se detuvo frente a su casa. La mansión parecía oscura y silenciosa, una fortaleza vacía. —¿Vas a estar bien?—pregunté.

—No —respondió, con honestidad—. Pero estaré mejor mañana. —Se inclinó y me dio un beso suave y lento, lleno de todas las palabras que no podíamos decir—. Te quiero.

—Yo también te quiero —susurré contra sus labios.



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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