Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 19: La Sombra en la Sangre.

La llamada del detective Ramos me dejó paralizado. Las palabras "topo" y "círculo íntimo" resonaban en mi cráneo como un tambor funesto. ¿Alguien cercano a Amaia? ¿Alguien que nos sonreía mientras nos traicionaba? El alivio de la noche anterior se esfumó, replacedo por una desconfianza venenosa que me envenenaba por dentro.

Encontré a Amaia en su taquilla. Aún llevaba puesta la sonrisa tranquila que había ganado tras la caída de Adrián, pero se desvaneció en cuanto mis ojos se encontraron con los suyos.

—¿Qué pasa? —preguntó de inmediato, su intuición para mi estado de ánimo era alarmante—. Pareces como si hubieras visto un fantasma.

—Peor —murmuré, arrastrándola a un rincón menos transitado del pasillo—. El detective Ramos me llamó. Adrián habló. Dijo que no actuó solo. Que hay alguien más... alguien cercano a ti, que le pasó los documentos de tu familia.

El color se drenó de su rostro. Sus dedos se aferraron a mi brazo. —¿Qué?No... no puede ser. ¿Quién? ¿Val? ¿Hugo? —Su voz era un hilo de terror.

—No lo sé —admití, sintiendo la impotencia apretarme la garganta—. Pero tenemos que averiguarlo. Y tenemos que hacerlo ya.

Convocamos a Hugo y Valeria en el aula de arte con un mensaje críptico de "urgencia máxima". Cuando llegaron, la tensión en la habitación era tan palpable que se podía cortar con un cuchillo. Valeria llegó con los brazos cruzados y una ceja arqueada; Hugo, pálido y con la mirada huidiza.

—¿Otro problema? —preguntó Valeria, con su tono habitual de fastidio—. ¿Adrián escapó de la comisaría o qué?

—Peor —dije, y repetí la noticia del topo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Hugo palideció aún más, si era posible. Valeria dejó caer los brazos, su expresión de fastidio replaceda por una incredulidad absoluta.

—Es una broma —afirmó, pero su voz carecía de convicción.

—¿Quién entonces? —preguntó Amaia, su voz quebrada por la angustia—. ¿Quién tenía acceso? ¿Quién sabía lo de los documentos? —Su mirada, llena de un dolor traicionero, se posó en Valeria—. Tú lo sabías, Val. Eras la única que sabía todo, incluso antes de que yo se lo contara a Yisus. Me ayudaste a esconder las cartas del abogado.

El aire se cortó. Valeria parpadeó, como si hubiera recibido una bofetada invisible. Luego, su rostro se congestionó de una furia roja y hirviente.

—¿En serio? —escupió, dando un paso hacia Amaia—. ¿Después de todo? ¿Después de que enfrentara a un matón con un extintor por ti, me acusas de esto? ¡Yo te cubrí las espaldas cuando tus propios padres no lo hicieron!

—¡Y por eso mismo! —gritó Amaia, con lágrimas rodando por sus mejillas—. ¡Porque eras la única que podía hacerlo! ¡Tenías acceso a todo! ¡A mi casa, a mi confianza!

—¡Porque era tu amiga! —rugió Valeria, y por primera vez, vi grietas en su armadura de hielo. Su voz tembló—. ¡Tu mejor amiga!

Yo me quedé en medio, paralizado, viendo cómo la amistad más sólida que conocía se resquebrajaba ante mis ojos. Hugo miraba al suelo, sudando, claramente abrumado.

—¡Chicas, esperen! —intervino, con una voz más débil de lo que pretendía—. Pelear no nos llevará a nada. Tenemos que pensar. ¿Pruebas? ¿Algo?

—¡No hay pruebas! —gritó Valeria—. ¡Solo la palabra de un psicópata contra la mía!

Fue entonces cuando Hugo, que había estado revisando nerviosamente su teléfono, alzó la vista con ojos como platos. —Esperen...—murmuró—. Esperen. Tal vez... tal vez sí hay algo.

Todos nos volvimos hacia él. Él amplió una foto en su pantalla. Era una foto grupal de la fiesta de Adrián, la noche del escándalo de la foto de Amaia llorando. La imagen era borrosa, llena de gente, pero Hugo señaló un rincón. —Ahí.Al fondo. ¿Ven?

Acercamos la vista. Entre la multitud, semioculta por las sombras, había una figura. Una chica. Hablaba con Adrián. Le pasaba discretamente un sobre. Llevaba el pelo recogido en un moño elegante y una pulsera plateada con un dije distinctive en forma de mariposa.

Amaia dejó escapar un jadeo ahogado, llevándose una mano a la boca. Su rostro era una máscara de horror puro. —No...—susurró—. No puede ser.

—¿Qué? —pregunté, agarrando su brazo—. ¿La reconoces?

—Es... es la pulsera —tartamudeó, señalando la pantalla con un dedo tembloroso—. Se la regalé yo. Por su cumpleaños. Es... es de Sofía.

El nombre cayó en la habitación como una losa. Sofía. La prima de Amaia. La prima dulce, estudiosa y siempre preocupada que venía a cenar los domingos. La que siempre preguntaba con sincero interés por los "asuntos de la empresa" del padre de Amaia. La que tenía llave de su casa y acceso total a la oficina de Don Roberto.

—Ella... —Amaia tragó saliva, luchando por formar palabras—. Ella siempre estaba allí. Siempre preguntando. Diciendo que quería ayudar... Dios mío.

La traición era tan profunda, tan personal, que me dejó sin aliento. No era una amiga. Era familia.

Valeria se dejó caer en una silla, con el rostro pálido. La acusación contra ella se había esfumado, replaceda por una conmoción shared. —Sofía...—murmuró—. Nunca... nunca me lo hubiera imaginado.

—Pero... ¿por qué? —preguntó Hugo, confundido—. ¿Qué ganaba con eso?

—Dinero —dijo Valeria amargamente, recuperando su lucidez—. O poder. O ambos. Adrián sabía cómo comprar a la gente. O cómo amenazarla.

En ese momento de silencio cargado de incredulidad y dolor, el teléfono de Amaia vibró sobre la mesa de dibujo. Todos miramos la pantalla. Era un mensaje de Sofía.

El corazón se me encogió. Amaia, con mano trémula, abrió el mensaje. Lo leímos en silencio:

"Prima, necesito verte. Es urgente. Sé que sabes lo del topo. Puedo explicarlo. No es lo que piensas. Por favor, ven sola. Café La Central. En media hora. Es por tu seguridad."

La habitación quedó en un silencio absoluto. ¿Era una trampa? ¿Una confesión? ¿Un último juego manipulatorio?

Amaia alzó la vista hacia mí, sus ojos suplicando una respuesta que yo no tenía.



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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