El mensaje en la pantalla del viejo teléfono parecía arder en las manos de Amaia. Las palabras, "Pagarán por esto, y ellos pagarán contigo", flotaban en el aire como una maldición. El breve momento de tregua que habíamos sentido en el café se esfumó, replacedo por un frío terror que nos envolvía allí mismo, en la calle bien iluminada.
—¡Es él! —gritó Sofía, retrocediendo como si el dispositivo la hubiera electrocutado—. ¡Es uno de ellos! ¡Sabe que tengo las pruebas!
Valeria reaccionó primero. Agarró el teléfono de las manos de Amaia y lo examinó con ojos de halcón. —Número desconocido.Claro. —Miró a Sofía con dureza, pero sin la hostilidad de antes—. ¿"Ellos"? ¿Quiénes son "ellos", Sofía? ¿Cuántos más hay?
—¡No lo sé con certeza! —imploró Sofía, llevándose las manos a la cabeza—. Adrián nunca trabajaba solo. Siempre hablaba de... de "socios". Gente mayor. Gente con más poder que él. Pero nunca dijo nombres. Solo que si fallaba, ellos se encargarían de las cosas.
La revelación nos dejó helados. Adrián no era el cerebro; era solo un peón, un niño rico utilizado por alguien más oscuro, más conectado. La pesadilla estaba lejos de terminar.
—No podemos ir a la policía —dije, sintiendo cómo el plan se desmoronaba—. No aún. Si hay alguien más, y ese alguien sabe que Sofía iba a confesar, podrían tener influencia dentro de la propia comisaría. Podrían enterarse y actuar antes de que nosotros lleguemos.
Amaia me miró, aterrorizada. —Entonces,¿qué hacemos? ¿Escondernos?
—Necesitamos más información —declaró Valeria, con una determinación feroz—. Sofía, tienes que contarnos todo. Absolutamente todo lo que sepas. Cada detalle, por pequeño que sea.
Nos apiñamos en el coche de Valeria, estacionado en una calle lateral. El interior se convirtió en nuestro bunker improvisado. Sofía, entre sollozos y pausas para recuperar el aliento, nos contó todo lo que sabía. Cómo Adrián se acercó a ella hace meses, mostrándole las fotos comprometedoras. Cómo las exigencias fueron aumentando. Nos describió a un hombre al que Adrián llamaba "el Jefe", a quien solo vio una vez, de espaldas, con un traje impecable y una voz grave que daba órdenes por teléfono.
—Dijo... dijo que el Jefe tenía un interés personal en la ruina de mi familia —confesó Sofía, mirando a Amaia—. Algo viejo. Una vendetta. No era solo dinero.
La pieza final del rompecabezas encajó con un golpe seco. La obsesión de Adrián no era solo posesión; era un mandato. Alguien con una cuenta pendiente con los Villalba estaba usando a Adrián como un arma.
—¿Y tu novio? —pregunté de repente, recordando su confesión—. ¿Él sabe algo de esto?
Sofía se estremeció. —Mateo...No. No sabe nada. Intenté mantenerlo alejado de todo esto. Es... es buen chico. Estudia ingeniería informática. No tiene idea del mundo en el que me metí. —Su voz se quebró—. Lo único que quería era protegerlo.
—Necesitamos hablar con él —dije, con un presentimiento—. Si Adrián los estaba vigilando, si tenía fotos, quizás Mateo vio o escuchó algo sin darse cuenta. Algún detalle que a él le parezca insignificante, pero que para nosotros sea crucial.
Sofía quería protestar, pero Valeria fue terminante. —Es nuestra única pista.Y si de verdad quieres enmendar esto, Sofía, nos llevarás con él. Ahora.
Mateo vivía en un apartamento pequeño pero acogedor cerca de la universidad. Cuando abrió la puerta y vio a Sofía con los ojos hinchados y a tres desconocidos detrás, su expresión de sorpresa se transformó en preocupación instantánea.
—¿Sofía? ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —La tomó de los hombros, examinándola con genuino terror.
—No —lloriqueó ella—. No estoy bien. Mateo, estos son mis amigos. Tenemos que hablar contigo. Es muy importante.
Dentro, entre tazas de té que nadie tocó, Sofía le contó la verdad. Toda la verdad. Sobre las fotos, el chantaje, Adrián, todo. Mateo la escuchó en silencio, su rostro pasando de la incredulidad a la rabia y, finalmente, a una profunda tristeza. Cuando ella terminó, él la abrazó con fuerza.
—Lo siento —susurró contra su pelo—. Lo siento por no haberme dado cuenta. Por no haber estado allí para protegerte.
Luego, se dirigió a nosotros, con una nueva determinación en los ojos. —¿En qué puedo ayudar?Haré lo que sea.
—Adrián tenía fotos de ustedes —expliqué—. ¿Recuerdas haber notado algo extraño? ¿Alguien siguiéndolos? ¿Un coche que siempre aparecía? ¿Alguien haciendo demasiadas preguntas?
Mateo frunció el ceño, pensando. Luego, de repente, sus ojos se abrieron. —Wait...sí. Hay una cosa. Hace unas semanas, un tipo vino a "arreglar" la conexión a internet del edificio. Era raro. No llevaba el uniforme de la compañía, pero dijo que había una queja de la velocidad. Le dije que yo no me quejé, pero insistió en revisar el router. —Se levantó y fue hacia una mesa, donde un router parpadeaba—. Aquí. Le dejé pasar. Estuvo unos cinco minutos. Luego se fue.
—¿Y? —preguntó Valeria, impaciente.
—Y desde ese día —dijo Mateo, con los ojos nublados por la sospecha—, a veces, cuando hago videollamadas con Sofía, la conexión falla. Y se oye un... clic. Como si alguien más se colgara. Siempre pensé que era una interferencia, pero...
—Pero podría ser que instalara un software espía en tu red —completé yo, sintiendo una oleada de adrenaline—. ¿Todavía tienes la factura del servicio? ¿El nombre de la compañía?
Mateo buscó en un cajón y sacó una factura. —Aquí.Pero ya verán, es de la compañía legítima.
Valeria tomó la factura y la examinó. Sonrió, una sonrisa fría y triunfal. —El número de atención al cliente—dijo, señalando un pequeño sello en la esquina inferior—. Está ligeramente borroso. Pero si lo miras con lupa, el último dígito es un 8, no un 3. Es una imitación casi perfecta, pero no lo es. —Nos miró—. Fue alguien que se hizo pasar por el técnico. Para espiar. Y si espiaba a Mateo...
—...también podría estar espiando a otros —concluí—. A lo mejor no solo querían chantajear a Sofía. Quizás querían acceso a todo... para algo más grande.