Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 22: El Rastro Digital.

La alerta del banco en el teléfono de Mateo sonó como una sirena de alarma en el silencio cargado de la habitación. Todos nos quedamos mirando la pantalla, las palabras "intento de acceso no autorizado" parpadeando como una advertencia siniestra.

—¡¿Qué?! —exclamó Mateo, palideciendo—. ¡No he sido yo! ¡Ni siquiera estaba usando el teléfono!

—Es él —murmuró Valeria, apretando los puños—. O ellos. Saben que estamos aquí. Saben que estamos conectando los puntos.

El pánico empezó a apoderarse de nosotros otra vez, pero Sofía, inesperadamente, dio un paso al frente. Sus lágrimas se habían secado, replacedas por una determinación feroz.

—Mateo —dijo, con una voz más firme—. Tú estudias informática. ¿Puedes rastrear esa IP? ¿Saber de dónde viene?

Mateo asintió, ya corriendo hacia su laptop abierta en la mesa. —Puedo intentarlo.Es mi área. —Sus dedos volaron sobre el teclado, líneas de código verde llenando la pantalla—. La IP que intentó acceder está enmascarada, pero... si uso el historial de mi router y cruzo los datos con el intento fallido de acceso...

Mientras trabajaba, la tensión en la habitación era palpable. Amaia se acercó a mí, buscando comfort en mi brazo. Valeria vigilaba la ventana, como esperando que en cualquier momento alguien irrumpiera en el apartamento. Sofía no apartaba la vista de Mateo, su expresión era una mezcla de miedo y esperanza.

—¡Lo tengo! —gritó Mateo de repente, haciendo que todos diéramos un brinco—. ¡La IP no está tan enmascarada como creían! Proviene de... de una dirección en el polígono industrial. Un almacén abandonado, el número 7B.

—El polígono industrial —repetí, sintiendo un escalofrío—. Es un lugar perfecto para operar en secreto.

—Tenemos que ir —dijo Valeria de inmediato—. Ahora. Antes de que se den cuenta de que los hemos localizado y huyan.

—¿Ir? —protestó Amaia—. ¡Es demasiado peligroso! ¡Debemos llamar a la policía!

—¿Y decirles qué? —replicó Valeria—. ¿Que un hacker adolescente rastreó una IP hasta un almacén? No nos tomarán en serio. Además, si hay alguien corrupto dentro, les daríamos ventaja. —Se puso la chaqueta—. Vamos. Nosotros tres. —Señaló a Mateo, a mí y a ella misma—. Sofía y Amaia, se quedan aquí. Encerradas. No abran a nadie.

—¡No! —protestó Amaia, aferrándose a mi brazo—. No voy a dejarte ir allí solo, Yisus.

—Tiene razón —dije yo, aunque cada fibra de mi ser quería mantenerla a salvo lejos de ahí—. Es mejor así. Nosotros iremos, echaremos un vistazo y, si vemos algo concreto, entonces llamaremos a la policía. Desde allí mismo.

Amaia quiso seguir protestando, pero la mirada de determinación en mis ojos la hizo callar. Asintió, resignada. —Cuídense.Por favor.

El viaje hasta el polígono industrial fue tenso y en silencio. Valeria condujo con una concentración feroz, mientras Mateo, desde el asiento trasero, monitoreaba su laptop conectada a internet móvil, rastreando cualquier actividad extraña proveniente de la dirección.

—Sigue activa —murmuró—. Parece que están transfiriendo muchos datos. Muchísimos.

El polígono industrial de noche era un lugar espectral. Calles vacías, naves abandonadas con ventanas rotas y farolas que parpadeaban intermitentemente. El almacén 7B era igual de lúgubre que los demás, pero una tenue luz se filtraba por una ventana alta, tras una lámina de plástico sucio.

—Ahí —señalé en un susurro—. Alguien está dentro.

Estacionamos lejos y nos acercamos a pie, escondiéndonos entre las sombras. La puerta principal estaba cerrada con un candado oxidado, pero una puerta lateral, una vieja salida de emergencia, estaba entreabierta. Un descuido... o una trampa.

Valeria asomó la cabeza con cuidado. Su cuerpo se tensó de inmediato. —Mierda—murmuró.

Nos acercamos. El interior del almacén era enorme y casi vacío, pero en el centro, iluminado por la luz fría de una docena de pantallas de ordenador, había un improvisado centro de operaciones. Mesas con equipos de alta tecnología, routers parpadeantes, y... una persona. Una chica. Joven, con el pelo teñido de rojo, concentradísima en las pantallas, tecleando a una velocidad increíble.

—¿Quién es? —susurró Mateo.

—No lo sé —respondí—. Pero parece que sabe lo que hace.

Estuvimos observando unos minutos, intentando entender qué estaba haciendo. En las pantallas se veían flujos de datos, líneas de código, y... nombres. Nombres de empresas. Entre ellos, Villalba Holdings.

—Está hackeando a tu familia —le dije a Valeria, con el corazón encogido—. No solo espiando. Está robando información. O... preparando algo peor.

En ese momento, la chica del pelo rojo se detuvo. Se quitó los auriculares y estiró los brazos. Luego, sacó un teléfono y marcó un número.

—Sí, soy yo —dijo, con una voz sorprendentemente joven—. El ataque masivo está listo. Solo necesito la orden para ejecutarlo. ¿El jefe lo confirmó?... Entendido. A la hora en punto, entonces. Que sea noticia. —Colgó y sonrió para sí misma, una sonrisa de triunfo.

Un ataque masivo. Noticia. Las palabras nos helaron la sangre. Esto era mucho más grande de lo que pensábamos.

—Tenemos que pararla —murmuró Valeria—. Ahora.

—¿Cómo? —pregunté—. ¡Es solo una!

—¡Mirad! —susurró Mateo, señalando otra pantalla—. ¡Esos son los servidores del instituto! ¡Y los del ayuntamiento! ¡Está en todo!

La chica se levantó y se dirigió hacia una nevera pequeña en un rincón, dándonos la espalda. Era nuestra oportunidad.

—Distráela —ordenó Valeria—. Yo me encargo del hardware.

Sin pensarlo, agarré una lata vacía que estaba en el suelo y la lancé al otro extremo del almacén. El ruido metálico al chocar contra la pared sonó como un disparo en el silencio.

—¿Qué? —gritó la chica, girándose sobresaltada.

En ese segundo, Valeria se movió como un rayo. Corrió hacia la mesa principal y, con un movimiento brusco, desconectó un cable principal. Las pantallas parpadearon y se apagaron una por una, sumiendo el almacén en una oscuridad casi total, solo rota por la luz de la luna que entraba por la ventana.



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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