Yisus: Bajo La Misma Estrella Falsa.

Capítulo 23: El Jefe.

La voz del hombre resonó en el almacén como un trueno en la noche. Nos giramos al unísono, y allí, recortado contra la puerta abierta, estaba El Jefe. Alto, traje impecable, una sonrisa fría que no llegaba a sus ojos. Sofía lo había descrito bien, pero verlo en persona era distinto. Desprendía una autoridad que helaba la sangre.

—Los estábamos esperando —repitió, dando un paso adelante. Su voz era calmada, casi paternal, pero cada palabra goteaba amenaza—. Sabía que la chica Villalba no podría resistir investigar. Es igual que su padre: terco y predecible.

A mi lado, Valeria tensó los músculos, lista para saltar. Mateo temblaba, pero se mantuvo firme. Yo, por mi parte, sentía cómo el pánico trataba de apoderarse de mí, pero una imagen de Amaia me mantuvo centrado. No podía fallarle.

—¿Quién es usted? —logré preguntar, con una voz más firme de lo que esperaba.

—Alguien a quien la familia de tu novia le debe mucho más de lo que pueden imaginar —respondió, con esa sonrisa de depredador—. Hace años, Roberto Villalba me arruinó. Me quitó mi empresa, mi reputación... todo. Ahora, es mi turno.

—¿Y por qué involucrar a adolescentes? —gritó Valeria, con desprecio—. ¿No tiene la valentía de enfrentarlo usted mismo?

El Jefe rio, un sonido seco y desagradable. —La venganza es un plato que se sirve frío,niña. Y qué mejor manera que usando a su propia hija y a sus amigos como peones. Adrián fue útil, pero demasiado emocional. —Miró a la chica del pelo rojo, que se había levantado y ahora estaba a su lado—. Lena aquí es mucho más... eficiente.

Lena, la hacker, sonrió con orgullo. Era joven, no mucho mayor que nosotros, pero sus ojos tenían un brillo de fanatismo que daba miedo.

—El ataque está listo —dijo ella—. En menos de una hora, los servidores de Villalba Holdings caerán. Luego, los del ayuntamiento, y luego... bueno, el caos será noticia nacional.

—Excelente —asintió El Jefe—. Pero primero, tenemos un problema que resolver. —Su mirada se posó en nosotros—. No pueden estropear esto.

—La policía está en camino —mentí, desesperado—. Les mandamos un mensaje antes de entrar.

—¿Oh, sí? —preguntó, arqueando una ceja—. Porque los escáneres de Lena no han detectado ninguna señal saliente aparte de la de sus teléfonos, que fueron bloqueados hace minutos. —Sacó un dispositivo del bolsillo—. Aquí, ven. Silencio de radio total.

Mierda. Estábamos atrapados y aislados.

—¿Qué quiere de nosotros? —preguntó Mateo, con voz temblorosa.

—Inicialmente, quería que presenciaran el desplome del imperio Villalba —dijo El Jefe—. Pero ahora... ahora son un riesgo. Así que, tendrán que quedarse aquí un tiempo. —Señaló con la cabeza a Lena—. ¿La cámara frigorífica?

—Lista —respondió ella—. Nadie los oirá.

Una cámara frigorífica. En un almacén abandonado. El pánico finalmente me golpeó. Moriríamos de frío, o de hambre, o...

Valeria me miró, y en sus ojos vi un plan desesperado. Asintió casi imperceptiblemente hacia una llave de paso en la pared, cerca de la salida. Era la válvula principal de agua. Si podía alcanzarla...

—Ahora, si son tan amables —dijo El Jefe, sacando una pistola—. Movimiento lento. Hacia la puerta del fondo.

Caminamos, con las manos en alto. Cada paso era una eternidad. Valeria iba delante, yo detrás de ella, Mateo último. El Jefe nos seguía de cerca, con Lena a su lado.

Justo cuando pasábamos frente a la llave de paso, Valeria gritó: —¡YA!

Se agachó de golpe, rodando hacia las piernas de Lena. Al mismo tiempo, yo salté hacia la llave y giré con todas mis fuerzas. La válvula, oxidada, cedió con un chirrido horrible, y un chorro de agua helada salió disparado de una tubería rota, golpeando directamente a El Jefe en la cara.

—¡¡IDIOTAS!! —rugió, cegado y escupiendo agua.

El caos estalló. Valeria y Lena forcejeaban en el suelo. Mateo, con una valentía que no sabía que tenía, agarró un tubo del suelo y lo empuñó como un bate.

—¡Corran! —gritó—. ¡Yo los detengo!

—¡No! —grité, pero era demasiado tarde.

El Jefe, recuperándose, levantó la pistola. Mateo cargó contra él, golpeando el arma con el tubo justo cuando disparaba. El sonido fue ensordecedor en el espacio cerrado. La bala se incrustó en el techo.

—¡MATEO! —gritó Sofía desde la puerta.

¡Sofía! ¡Y Amaia estaba con ella! Habían desobedecido y nos habían seguido.

La distracción fue suficiente. Valeria logró zafarse de Lena y le dio una patada en el estómago, dejándola sin aire. Yo agarré a Mateo y lo empujé hacia la salida.

—¡Todos afuera! ¡AHORA!

Corrimos. El sonido de pasos tras nosotros, y otro disparo que pasó silbando cerca de mi cabeza. Salimos a la noche fría, corriendo sin mirar atrás hacia el coche de Valeria.

—¡Arranca! ¡Arranca! —grité, mientras todos nos metíamos dentro.

Valeria no lo pensó dos veces. Pisó el acelerador y el coche salió disparado, dejando atrás el almacén y la amenaza de El Jefe.

En el asiento trasero, Amaia me abrazó con fuerza, sollozando. —Casi te pierdo...—murmuró contra mi hombro.

—No —dije, abrazándola—. No te deshaces de mí tan fácilmente.

Mateo revisaba a Sofía, asegurándose de que estaba bien. Valeria conducía en silencio, pero su mirada en el espejo retrovisor era de pura determinación.

—Tenemos que ir a la policía —dijo—. Ahora sí. Con lo que sabemos, con lo que vimos... tienen que creernos.

—Y tenemos esto —dijo Mateo, mostrando su teléfono—. Mientras forcejeaba, logré activar la grabación de voz. Tengo todo. Sus voces, sus amenazas... todo.

Una oleada de alivio nos recorrió. Teníamos pruebas. Pruebas reales.

Pero cuando llegamos a la comisaría y corrimos hacia la entrada, un agente nos salió al encuentro. Su rostro era grave. "¿Amaia Villalba?" preguntó. "Lamento informarle... su padre acaba de ser arrestado. Acusan a Villalba Holdings de fraude masivo. Y tenemos pruebas incontestables." El ataque de Lena... había comenzado.



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En el texto hay: amor, drama.

Editado: 27.08.2025

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