La voz de Mauricio Contreras se desvaneció, pero sus palabras envenenadas seguían flotando en el aire del aula de arte. Amaia estaba lívida, temblando de rabia y humillación. Valeria apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos blanquearon. Mateo miraba la pantalla de su laptop como si pudiera hackear la propia realidad. Hugo rompió el silencio.
—¡No podemos ceder! —exclamó—. ¡Es un bluff! Si publica esos secretos, solo demostrará lo bajo que puede caer.
—¿Y si no es un bluff? —susurró Amaia, con voz quebrada—. Lo de mi madre... es cierto. Toma medicación para la ansiedad desde que mi abuela murió. Y mi hermano... — Tragó saliva—. Es adoptado. Mis padres siempre quisieron protegerlo. Si eso sale...
—Contreras no solo quiere arruinar a tu padre —dijo yo, acercándome a ella—. Quiere destruir todo lo que amas. Por eso no podemos ceder. Tenemos que contraatacar.
—¿Cómo? —preguntó Sofía, desde un rincón—. Nos tiene acorralados.
—No del todo —intervino Mateo, de repente animado—. Su mensaje encriptado... ¡vino de alguna parte! Mientras hablaba, tracé la señal. Es débil, pero está activa. Viene de una casa en las afueras, en la urbanización 'Los Pinos'. Muy discreta, muy privada.
—¿Su escondite? —preguntó Valeria, con una chispa de esperanza.
—O el de Lena, la hacker —asintió Mateo—. Allí debe estar coordinando el ciberataque. Si podemos llegar allí, encontrar pruebas físicas, algo que vincule a Contreras directamente con todo esto...
—...podríamos voltear la situación —concluí—. Pero tenemos que ser más listos que la última vez. Nada de ir como elefantes en una cacharrería.
El plan se formó rápidamente. Mateo se quedaría en el aula de arte, monitoreando la señal y guiándonos por radio. Valeria, Hugo y yo iríamos a la urbanización. Amaia y Sofía se quedarían en comisaría con la inspectora Torres, a salvo y preparadas para dar la alerta si algo salía mal.
—No —dijo Amaia, con una firmeza que sorprendió a todos—. Yo voy con ustedes.
—Amaia, no—protesté—. Es demasiado peligroso.
—¡Son mis secretos! ¡Mi familia! —insistió, con lágrimas de furia en los ojos—. No me voy a esconder mientras otros arriesgan todo por mí. Además, si Contreras me ve allí, si cree que voy a rendirme, podría bajar la guardia.
Era una jugada arriesgada, pero tenía sentido. Contreras esperaba una Amaia derrotada, no una que contraatacaba.
La urbanización 'Los Pinos' era un lugar de calles silenciosas y casas grandes escondidas tras altos muros. La dirección que Mateo nos dio correspondía a una casa moderna de cristal y acero, con un jardín impecable y una verja eléctrica. Parecía deshabitada, pero una tenue luz azul se filtraba desde el sótano.
—Cámaras de seguridad en la entrada y los laterales —murmuró Valeria, usando unos prismáticos—. Pero hay un punto ciego: la puerta trasera, junto a los contenedores de basura.
—Vamos por ahí —dije.
Nos movimos con sigilo, pegados a las sombras. Hugo, con una agilidad sorprendente, desactivó la alarma de la verja trasera con un dispositivo que improvisó con su teléfono y un clip. Éramos una sombra de cuatro personas deslizándonos hacia la casa.
Amaia llamó al timbre principal. El plan era simple: ella se presentaría como dispuesta a negociar, distrayendo a quien estuviera dentro, mientras nosotros entrábamos por atrás.
Una figura se acercó a la puerta. No era Contreras, sino Lena, la hacker del pelo rojo. Parecía cansada y tensa.
—¿Qué quieres? —preguntó, con desconfianza.
—He venido a aceptar la oferta de Mauricio —dijo Amaia, con una voz tan quebrada y derrotada que casi me la creo—. Pero quiero hablar con él. En persona.
Lena la miró con recelo, pero asintió y la hizo pasar. Era nuestra oportunidad.
Mientras la puerta se cerraba, nosotros forzamos la cerradura trasera con herramientas que Hugo había traído. Entramos a una cocina impecable y oscura. Desde allí, oímos voces en el salón.
—... así que has vuelto en sí —decía una voz que reconocimos de inmediato. Contreras—. Sabía que eras inteligente.
—Solo quiero que mi familia esté a salvo —respondió Amaia.
—Claro que sí —dijo Contreras, con una risa fría—. Pero primero, una pequeña muestra de buena fe. Una declaración pública. Ahora mismo. Lena, prepara la cámara.
Era el momento. Mientras Lena se distraía con una cámara de video, Hugo y yo nos colamos en el salón. Contreras estaba de espaldas, frente a una pared de pantallas que mostraban líneas de código y noticias financieras.
—¡Ya basta, Contreras! —grité.
Él se giró, sorprendido, pero recuperó la compostura al instante.
—¿Más ratas? —dijo, con desdén—. Lena...
Pero Lena no respondió. Valeria había aparecido detrás de ella, con el taser que la misma hacker había usado en el almacén. Un zumbido seco, y Lena cayó al suelo, inconsciente.
—¡No te muevas! —ordenó Valeria a Contreras, apuntándole con el taser.
—Crees que esto cambia algo? —rio él, con soberbia—. El ataque ya está en marcha. En minutos, los servidores de tu familia caerán, y con ellos, toda su fortuna. ¡Y tengo copias de seguridad de todos sus secretos programadas para publicarse automáticamente!
—¡No si lo detenemos primero! —dijo Mateo por la radio, en nuestros oídos—. ¡Estoy dentro de su sistema! ¡Encontré el botón de abortar! ¡Pero necesito...!
De repente, las luces de la casa parpadearon y se apagaron. Un zumbido de energía estática llenó el aire. Desde las sombras, una nueva voz, áspera y familiar, habló.
—Lamento interrumpir la fiesta, pero el espectáculo se acabó.
De entre las sombras del pasillo, un hombre emergió. Alto, con una chaqueta de cuero y una sonrisa de suficiencia. Era el detective Ramos, el mismo que nos había interrogado en comisaría. Pero no llevaba su placa. Llevaba una pistola.
—Ramos —murmuró Contreras, con una sonrisa—. Justo a tiempo.
—¡¿Usted?! —grité, incapaz de creerlo—. ¡¿Está con él?!