El pueblo de Dulía se caracterizaba por un fenómeno, que ponía los pelos de punta a los habitantes, cada vez que llegaba el día.
Una ruleta más grande que la Luna giraba en el cielo, una vez al año cuando llegaba el día de los muertos. De entre las profundidades del lago del que resurge Ylenia. La niña olvidada e incinerada por curar enfermedades incurables y volar con una escoba surcando los cielos mientras las estrellas brillaban ante su presencia.
Unos dicen que solo es una leyenda, otros que es obra de la imaginación de aquellos que desean llamar la atención. Pero todos coinciden en algo, una vez que el reloj comienza a marcar su tic tac, es hora de arrebujarte en tu manta de dormir. A no ser, que quisieras ser su próxima víctima.
Eleida Rwey se burlaba cada vez, que escuchaba las notas de terror con las que contaban los sucesos que no presenciaron con sus ojos. Ya que cuando llegaba el día, desaparecían personas.
Era de noche, y muchas personas iban disfrazados con mascaras, haciendo atributo a Ylenia, la niña que se la tomo por loca y bruja maldita. La ruleta en el oscuro y estrellado cielo marcaba los minutos y las horas, Eleida miro con asombro. Nunca había presenciado en sus 17 años semejante cosa.
De improvisto, las calles se sumieron en el más grande silencio, todo estaba oscuro, solo se escuchaba su respiración y los latidos de su corazón que actuaban como un resorte, las luces de las farolas se apagaron.
— ¿Hay alguien allí? Esto no es gracioso—su voz temblaba y sus piernas flaqueaban.
Lo único que iluminaba el camino que recorría, era la ruleta que cada vez se movía con más rapidez, como si estuviera avisando de que algo malo acechaba entre las sombras. Las luces volvieron a encenderse, y vio la silueta esbelta de una joven.
—Volver a casa, nunca lo fue—un susurro percibió en su oído, sus pelos se pusieron de punta. Enfrente de ella, sin aviso alguno, había una joven con los ojos entornados, de ellos salían arañas vivas que comían sus lagrimas, su vestido blanco rasguñado estaba cubierto de sangre. Ella intento gritar, pero ningún sonido emitió.
Las luces volvieron a apagarse, y la ruleta en el cielo, cambio las agujas que dieron las doce de la noche, todo paso tan rápido que no lo noto. Una neblina la envolvía, estrujándola, absorbiendo sus energías, provocando que todo pareciera una ilusión. Entrando en el limbo de lo que para el ojo humano era inexistente, atravesando la puerta que muchos temían.
—La cordura y la locura están tan unidas, que no se puede diferenciar cuál de ellas es mejor. —siseaba esa melodía punzante—. Bienvenida, hermana Eleida.
Sumergirte en el propio abismo de tu oscuridad, a veces es inevitable, como el canto de un corazón roto. La ignorancia fue un defecto del destino y la oscuridad siempre intenta opacar la luz que relampaguea con lentitud haciéndose un hueco entre tus ojos.