El sonido de sábanas moviéndose me saca del letargo. Abro los ojos y me encuentro con Lucero, que se estira perezosamente. Su cabello está revuelto, y sus ojos me miran con una mezcla de curiosidad y serenidad.
—Buenos días —dice con una voz ronca por el sueño.
No respondo. Mi mente aún intenta procesar dónde estoy y qué pasó anoche. Me siento incómodo, como si mi propia piel fuera ajena.
Ella se da cuenta y, con una risa suave, rompe el silencio.
—Sí, lo que piensas es cierto. Pasamos la noche juntos.
Mi corazón se acelera, pero no de la manera que esperaba. Es una mezcla de pánico y vergüenza. Quiero desaparecer.
—No te preocupes —continúa mientras se sienta en la cama—. Tomo anticonceptivos, y no tengo ninguna enfermedad. Todo está bien.
Asiento, pero no digo nada. Mi mente grita preguntas que no sé cómo formular. ¿Cómo pasó esto? ¿Por qué lo permití?
Me levanto y busco mi ropa rápidamente. Ella me observa en silencio, con una expresión que no sé si es de lástima o de comprensión.
—¿Todo bien? —pregunta mientras me pongo los zapatos.
—Sí, todo bien.
Es mentira. Todo está mal, pero no puedo explicarlo. Apenas cruzo la puerta, siento como si pudiera respirar de nuevo.
Cuando llego a casa, el caos me golpea como un tren. Mi madre está en la sala, con el rostro enrojecido de preocupación y rabia. Dani está sentada en un rincón, con el brazo enyesado y los ojos hinchados de llorar.
—¿Dónde diablos estabas? —grita mi madre en cuanto me ve.
No puedo responder. Estoy demasiado agotado emocionalmente para intentar explicarme.
—¡Pensé que te había pasado algo! ¡Llamé a la policía, idiota! ¿Sabes lo que es estar toda la noche esperando noticias?
Su voz tiembla, y sus ojos están llenos de lágrimas, pero no siento nada. No siento culpa, no siento enojo, no siento nada.
El regaño continúa, cada palabra perforando lo poco que queda de mi autoestima. Dani no dice nada, pero su mirada lo dice todo: decepción.
—Eres un maldito irresponsable —concluye mi madre finalmente—. No sé qué hacer contigo.
Me encierro en mi cuarto, y el silencio se siente ensordecedor. Mi mente no para. Las imágenes de anoche regresan, mezcladas con los gritos de mi madre y la mirada de Dani. Todo se combina en un remolino que me ahoga.
No debería estar aquí.
La ansiedad me aprieta el pecho, y siento como si estuviera al borde de un abismo. Mi respiración es rápida y superficial, y por un momento, deseo que todo simplemente se detenga.
Cierro los ojos y me hundo en la cama, deseando desaparecer. Pero el mundo sigue girando, indiferente a mi existencia.