Yo era la emperatriz

♚ Capítulo XI: Requiem de todos los santos ♚

 

 

 

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C A P Í T U L O 11:

REQUIEM DE TODOS LOS SANTOS

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" Querida mía, el suplicio que me posee no se equipara al júbilo venidero. Que me despojen de mi nombre y apellido si no fuese así "

 

 

【♔】

 

Alzó mi vista para apreciar el panorama lúgubre que tengo enfrente, el cielo permanece gris camuflándose con la pesadumbre de la atmósfera, candelabros, enormes velas con líneas oscuras junto con esculturas al estilo gótico forman parte de la decoración.

 

Un réquiem dirigido por un enorme órgano, tan grande que me era imposible ver al intérprete, inunda mis oídos. Aprecio el talento de sus dedos y las voces que lo acompañan entonado algo parecido a un canto gregoriano en un dialecto que desconozco pero sin duda alguna encuentro familiar.

 

No es Mozart, mas me evoca las mismas sensaciones de cuando lo escuché por primera vez años atrás.

 

Agonía, dolor, desesperanza, poder, dominio; perdida.

 

Llegando a la culminación de la sonata un hueco surca mi pecho aventándome a la zozobra.  

 

—Princesa Isolde, es su turno —el bisbiseo de mi doncella me despertó del embrujo en el que estaba sometida.

 

Asentí y la seguí como una autómata o una marioneta dejándose guiar por el titiritero. 

 

Me dirigió hasta el féretro abierto a la mitad color vino, a medida de que arribaba al sitio una aversión me carcome hasta la médula. 

 

Quiero detener mi paso, necesito huir de aquí lo más rápido posible.

 

Sin embargo, olvidé que aquí soy una esclava por más princesa que me proclamen, ilota de mis propios sueños y no la dueña de los mismos.

 

Resultando en que, por más renuencia y dolor ejercido a mi cuerpo, terminé cara a cara con el obtuso. 

 

Vi a una mujer joven, tal vez en el inicio de sus veintes, sus facciones rivalizaban a la de los ángeles por la hermosura y divinidad que desprendía, sus labios aún conservaban el rosa cual flor de cerezo madura, mientras que sus hebras doradas iluminaban su alrededor a pesar de no haber sol, de no ser por toda la ornamental pensaría que se trataba de una obra de arte en exposición con la misión de brindar luz al inicuo; o bien la bella durmiente esperando el beso que la regrese del mundo de lo sueños.

 

—Querida mía —los vocablos salen de mi boca en contra de mis deseos—, el suplicio que me posee no se equipara al júbilo venidero. Que me despojen de mi nombre y apellido si no fuese así.

 

Mi mano se extendió directo a su rostro rozando apenas un poco su dermis que al contrario de la calidez de sus facciones me quemó con lo gélido del óbito.

 

En un parpadeo, un cerrar de ojos; lo vi.

 

La yel se me atoró en la garganta, mi vista se tornó nebulosa, en instantes el horizonte se transformó lóbrego eliminando a todos en el lugar, dejándome con la mano sobre la mejilla de Orlando, mi papá.

 

Ya no soy Isolde, vuelvo a ser Irene; la huérfana que perdió a su amado padre hace casi dos años, la rota que al no poder superar la pérdida se entrega al desasosiego de las memorias de antaño, la que se escuda en el letargo para no enfrentar mi presente, la que en definitiva es una simple plebeya atada al autosuplicio. 

 

Sé que tengo que alejar mi mano ahora que he recobrado el control de mi misma pero no puedo, o mejor dicho, no deseo hacerlo. Porque como el patético y frágil ser que soy me aferró al más mínimo espejismo de lo que fue y estoy conciente que nunca más será.

 

—Papá —musito endeble—, te extraño tanto.

 

Me acerqué con la intención de darle un beso en la frente, sin embargo…

 

【♔】

 

Mis ojos se abren arriscados, percibo la humedad en mis cachetes que al tocarlos descubriendo los riachuelos de agua salada.

 

Cubro mi cara con las manos soltando un gimoteo que aviva mi desconsuelo. 

 

—Te pasaste de lanza mendiga Isolde —bramó entre lágrimas volteándome para quedar boca abajo en la cama.

 

Me hago un ovillo quitando la almohada de mi cabeza para abrazarla sin que las gotas salinas dejen de mermar. 

 

Me quedo en un bucle con los recuerdos de la muerte de mi papá, desde que mi madre me dió la noticia en el auto cuando me recogió de la escuela; evoco el desierto que se formó en mi corazón sin ningún ápice de querer mudarse o florecer.

 

La alarma semanal interrumpe mis lamentos, la dejo sonar un par de veces hasta que me punza la cabeza por tanta bulla. Airada agarró el aparato de mala gana quitando la aplicación, topándome con la maldita fecha: primero de noviembre.




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