Yo era la emperatriz

♚ Capítulo XII: Si las gotas de lluvia fueran unas disculpas. ♚

 

 

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C A P Í T U L O 12:

SI LAS GOTAS DE LLUVIA FUERAN UNAS DISCULPAS

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" Detengámonos a pensar un momento lo mucho que nos parecemos"

 

 

【♔】

 

—Toma cariño —pronunció mi madre dándome una taza de atole caliente.

—Gracias —asentí sosteniendo el envase con cuidado para no quemarme, el humo junto el olor de piloncillo con canela inundó mis fosas nasales tranquilizando mis sentidos.  

Luego del incidente del panteón y de quedarnos llorando abrazadas por un largo tiempo, nos calmamos y regresamos a casa. Creo que debo agradecer que fueran estas fechas puesto que de otro modo cualquiera que nos hubiera visto se habría impactado y no sé, podría habernos grabado y subido a alguna red social con una descripción chafa.

Ya en casa fuimos directo a nuestros baños a limpiarnos y ponernos algo más cómodo, mi madre fue la primera en salir y aprovechó para comprar mi bebida caliente favorita así como pan de muerto que, pese a odiar estas fechas, ese pan si que es sabroso.

Por lo cual cuando entré a la sala me topé con mi progenitora sentada en el sofá doble y la mini mesa de centro con dichos alimentos, esperando para que tomara asiento a su lado, cosa que hice sin dilatar.

—¿Te sientes mejor? —indaga antes de soplar su taza de chocolate para tomar un pequeño sorbo.

—Mmm —siseo mordiendo mi pan.

—Gracias a Dios —me brinda una pequeña sonrisa chopeando su pedazo de pan.

Continuamos ingiriendo nuestros alimentos en silencio, a diferencia de ocasiones pasadas ahora el ambiente no era incomodo o raro, tampoco podría decir que se respiraba armonía o confianza empero se percibe una abertura, un puente para alcanzar esto últimos dos.

Una vez terminado nuestros bebidas y postres colocamos los trastes en la mesita, enfrentándonos cara a cara.

—Yo… —vacilé no sabiendo cómo iniciar—. No me dí cuenta que te lastimaba —mentira, en el fondo lo sabía, decidí ignorarlo para no sentir dolor—; no. La verdad es que a veces sí pasaba por mi mente pero opté en pasarlo de largo para no complicarme las cosas.

Bajé el rostro apenada, tal vez esto le echaría más sal a la herida y lo mejor sería decir una mentira blanca. No, una mentira es una mentira sin importar cual sea su apellido o causa así que debo ser sincera, ese es el primer paso para componer nuestra relación.

Mi madre acorta nuestra distancia posando sus brazos a mi alrededor en un amoroso apapacho, que no dudo llegó a mi alma.

—Lo entiendo —hablo despacio—, en algún momento también lo hice. Aunque lo mío es peor, abandoné a mí preciada niña.

Si bien mi rostro yace en su pecho y me resulta imposible ver si está llorando, los escalofríos en sus extremidades, la fluctuación de su voz al igual que los latidos de su corazón delatan su estado.

—No se martirice, yo pude hablar primero y no lo hice.

—Mi cielo, gracias por consolarme; sin embargo entiende que la adulta soy yo, tu madre soy yo. La que tiene el derecho y obligación de cuidarte. Tan mal hice mi trabajo que tan solo en los últimos meses comencé a mejorar en mi rol.

—Siempre has hecho lo mejor que está en tus manos —contradigo recordando lo mucho que trabajaba y el cambio abrupto que hizo en su trabajo pese a que ella prefería preferir estar en una oficina.

Me aleja un poco para tomar mi rostro y besar mis dos mejillas en uno de esos picos tronadores. Sigue sosteniendo mis cachetes acariciando un poco.

—Tú perdiste a tu padre e inconscientemente también a tu madre —el remordimiento es palpable en cada palabra que sale de sus labios.

—Y tú perdiste a tu esposo y compañero de vida —no quiero oírla así,me doy cuenta que el dolor de mi madre no es algo que disfrute o me es indiferente. 

—Sabes, no era un secreto para mí tu inclinación hacia Orlando —detalla—. Nunca me molestó o incomodó ergo él era un padre excepcional y lo merecía. Quiero decir, es obvio que por mi trabajo y la flexibilidad del suyo te criaste más con él que conmigo fortaleciendo su relación por otro lado yo…de no ser por esto puede ser que yo nunca…—su voz se quebró a media oración, fue mi turno de acercarme y abrazarla.

—Nunca la sentí lejos, papá siempre se la pasaba hablando de usted y lo maravillosa y talentosa que era. Ambos éramos sus mayores admiradores, bueno, yo sigo siéndolo.

Escuchó un hipo de su parte al mismo tiempo que afianza su agarre.

—¿No me mientes Neri? —cuestiona insegura.

—Decidí dejar de hacerlo.

—Entonces, ¿por qué actúas como si te abrumara mi presencia?

—Porque lo hace —admití—. Usted es una mujer fuerte, determinada e independiente. Sabe muchos idiomas y ha trabajado con gente importante a la par de tratar con documentos aún más valiosos. Todos la respetan e incluso el relajado y despreocupado de mi papá se rendía ante usted.  




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