Yo invito

Yo invito

—Yo también te quiero, Oliver —me dice, manteniendo esos brillantes ojos marrones sobre los míos, y una sonrisa tímida se dibuja en su rostro. Acaricio su pelo castaño y me inclino para besarla al mismo tiempo que ella se pone de puntillas.

Me despierto por culpa de la alarma, sobresaltado y con las sábanas enredadas en las piernas. No puede estarme pasando esto otra vez. Suspiro y me levanto para ir a darme una ducha. Me visto, cojo mis cosas y voy hasta la parada del bus. Ojalá fuese sábado y hubiese podido quedarme en cama, habría intentado volver a dormirme para poder seguir soñando con ella. Bueno, al menos puedo decir que ya es viernes.

El viaje a mi lugar de trabajo dura menos de lo que me habría gustado. Sé que hoy volveré a verla, me sentaré sobre mi escritorio y en unos minutos la veré entrar por la puerta con esa radiante sonrisa, me descubrirá observándola y me saludará con la mano. Suspiro de nuevo y bajo del autobús, entro en el edificio y subo en ascensor hasta la planta veintiuno junto a otras doce personas más, aunque la mayor parte se quedan en dentro de la cabina metálica. Mi estómago ruge, me he olvidado de desayunar otra vez. Voy hasta la pequeña cafetería que hay en nuestra planta y un par de compañeros me saludan acompañados de un bostezo. Les sonrío, cojo un café y un bollo y voy a sentarme en mi escritorio.

Blair Lyon aparece por el pasillo, caminando con paso decidido y mirando algo en su teléfono móvil. Levanta la cabeza y vuelvo a ser descubierto, pero ella me sonríe y alza mano.

—Buenos días, Oliver —me saluda en un susurro. Luego me guiña un ojo y sigue caminando hasta entrar en el despacho de Robert Lyon, su padre y mi jefe.

¡Dios! ¿Cuándo me metí en tremendo fregado? ¡Ah! Cierto, la fiesta, la maldita fiesta.

 

El día de la graduación, pero no una graduación de instituto, no, la de la universidad. Jackson Ellinor, mi mejor amigo, mi compañero de cuarto, un tío al que se le cae el dinero de los bolsillos y el encargado de organizar nuestra fiesta de despedida. Una mansión enorme, comida y alcohol como para dar de comer a mil personas y una lista de invitados inmensa. Aunque todo el mundo sabe que a esas fiestas siempre va el amigo del amigo del primo de mi amigo al que nadie ha invitado. Diez y media de la noche, la música a todo volumen y una pista de baile en medio de un inmenso salón del que tuvieron que quitar todos los muebles y objetos susceptibles de romperse. Allí, en el medio de todo ese tumulto de gente ebria y sudorosa, estaba ella. Blair bailaba junto a una amiga suya con un vaso en la mano y sin dejar de reírse, da un último trago y luego camina hacia la barra que mi amigo mandó montar.

—Dame otro de estos —le pide, agitando el vaso. Él la mira sin entender y ella se ríe—. Te tomaba el pelo, un whisky con cola.

—Que sean dos —digo, poniéndome a su lado y estirando el brazo con un billete en la mano—. A esta invito yo.

Ella me mira con curiosidad y sonríe.

—Me gustan tus ojos —comenta, tomando el vaso de plástico que le da el barman—. Son verdes, ¿no? A mí me parecen verdes.

—Algo así, sí. Me llamo Oliver —me presento, cogiendo mi vaso sin dejar de mirarla. Ella sonríe aún más y bebe un trago.

—Blair —se limita a decir—. Tú eres de los que se gradúa, ¿no?

— ¿En qué lo has notado? —pregunto, empezando a beber yo también.

—Vas demasiado arreglado como para solo ir a una fiesta —responde, encogiéndose de hombros. Sí, bueno, la gente no suele ir de traje a una fiesta—. Yo soy de primer año.

Le sonrío. Eso también es evidente, parece más joven y no me suena su cara en absoluto.

La canción cambia y su sonrisa se ensancha, agarra mi mano y tira de mi hacia la pista de baile mientras grita: «venga, vamos a bailar». Enseguida me dejo contagiar por su entusiasmo, pero no me pasan desapercibidas sus intenciones, sobre todo cuando cada vez bailamos más y más pegados. Ella llevando la voz cantante de la situación y yo dejándome engatusar por su coqueteo.Apenas aguanto tres canciones y no porque me moleste la idea de bailar así con ella, sino porque ya me tiene donde quería y yo no me voy a negar. Para ser sinceros, esta no era la idea que tenía sobre mi último escarceo amoroso en la universidad, pero no me quejo.

—Ven conmigo —le susurro al oído y cogiendo su mano. Ella me sonríe y se deja guiar por mí a través de los pasillos. La verdad es que no tengo ni idea de hacia dónde estamos yendo, pero malo será que no haya una habitación vacía o algo así por aquí.

En cuanto nos alejamos del mogollón de gente y el ruido de la música se atenúa lo bastante como para oírnos hablar, Blair se pone a mi altura, tira de mi brazo y se pone de puntillas para besarme.

—Me gustan tus ojos —repite, enredando sus dedos en mi pelo y volviendo a besarme. Me río, aunque no sé por qué, y la tomo de la cintura mientras intento localizar la puerta más cercana. Sea lo que sea, me valdrá.

Cuando ella se separa, yo aprovecho para empezar a caminar y agradezco a los cielos que lo que nos encontramos tras la puerta sea un dormitorio. Entramos y me suelta para cerrar la puerta y apoyarse sobre ella con una sonrisa coqueta. Avanzo hacia ella y vuelvo a besarla. Nos exploramos todo lo que podemos antes de empezar a quitarnos la ropa y es ella la que da el primer paso, empezando a desabrochar los botones de mi camisa.



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En el texto hay: reencuentro, romance, universidad fiestas

Editado: 12.05.2020

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