Yo Lo Hice

Capítulo 5

Ian


Ya había pasado más de dos semanas desde la última vez que vi a la chica rubia llamada Verónica. No había oído ninguna noticia sobre ella y estaba un poco preocupado, pero esperaba que se encontrara bien.  
Me obligué a mí mismo a levantarme de la cama y fui a la cocina para hacerme una taza de café y un par de tostadas. Era un sábado y tenía el día libre así que podía tomarme todo con calma.  
Me senté a desayunar en completo silencio mientras miraba el paisaje por la ventana. Vivía solo desde hace más de cinco años y valoraba mucho mi espacio personal y mi independencia, pero aunque me gustaba mucho mi estilo de vida debía reconocer que la soledad comenzaba a hacer mella en mí. Gerardo tenía razón, yo me preocupaba demasiado por mi trabajo y no le daba la misma importancia a mi vida privada. Esa debía ser la razón por la que Jennifer me había dejado. Ya la había superado y llevaba un tiempo soltero así que era hora de que me diera una nueva oportunidad con alguien más. 
Mi teléfono vibró a mi lado y cuando lo revisé vi que solo se trataba de correo basura. Las únicas personas que me escribían o me llamaban eran Gerardo o mi mamá. Nadie más. Me hacía falta tener a alguien especial con quien  hablar y extrañaba la sensación de estar pendiente del teléfono. 
No me molestaba estar soltero, pero no me podía sentir completamente feliz al no estar en una relación. No podía engañarme a mí mismo. Odiaba acostarme solo por las noches. Deseaba tener a mi alma gemela a mi lado para compartir los momentos buenos y malos.  
Estaba cometiendo un grave error al enfocarme tanto en mi trabajo. Por eso mi mejor amigo estaba preocupado por mí. ¿Qué era lo peor que podía pasar si aceptaba la cita doble? 
–No, no. Es mala idea –dije para mí mismo y me pasé la mano por el cabello mientras meneaba la cabeza. 
Tener una cita ya era bastante difícil para mí y una cita doble tenía el potencial de salir supremamente mal. 
Miré mi calendario y vi la nota amarilla que había pegado allí. Era la dirección de la chica rubia. No podía sacarme su rostro de la cabeza, incluso estaba ideando formas locas de volver a encontrarme con ella. Una parte de mí quería ir directamente a su casa para invitarla a tomar un café o algo así, pero siempre terminaba acobardándome. 
Según su expediente médico tenía 18 años y era muy posible que no se sintiera cómoda conmigo. No era un hombre de su edad, no me encontraba en la preparatoria y por descontado no me gustaban las fiestas y prefería los planes más tranquilos. Había varias razones en contra. 
Me levanté ignorando a la voz de la razón y leí la dirección una vez más mientras tomaba mi café. 
–De acuerdo Ian. Vamos a dejarlo a la suerte. 
Saqué una moneda de mi bolsillo y dejé la taza a un lado. 
–Si sale cara voy a ir a verla y si sale cruz me quedaré a ver la ley y el orden. 
Tiré la moneda hacia arriba y la atrapé en el aire para ponerla sobre mi brazo. Cara. Sonreí para mi mismo. No cabía dudas de que era mala idea tentar al destino.  
Me puse unos zapatos cómodos para correr y una sudadera negra y agarré la llave de mi casa antes de cerrar la puerta. Todos mis familiares vivían en Suiza de modo que nunca recibía ninguna visita que no fuera de mi mejor amigo y podía llegar a casa a la hora que se me pegara la regalada gana. 
Empecé a correr con los auriculares puestos y me dirigí a la dirección de la chica rubia sin darme la oportunidad de arrepentirme. Eran alrededor de las diez de la mañana y el día se veía precioso. No era momento para estar encerrado en casa. 
Llegué a la dirección casi sin darme cuenta y para mi sorpresa la encontré arrodillada en el jardín con unas tijeras en mano. Me escondí detrás de un árbol y luché por recuperar el aliento. Ella estaba de espaldas y no se había percatado aún de mi presencia.  
Traía puesta una blusa amarilla de cuello alto y mangas largas que le quedaba divino, y llevaba unos pantalones negros con pantuflas negras. Su cabello rubio estaba atado en una coleta alta y tenía unos guantes enormes para emparejar las ramas de sus flores.  
¿Y ahora qué? ¿Cuál era el siguiente paso? Las cosas siempre me salían muy mal cuando planeaba qué decir, era mejor ser natural. Me acerqué al cerco blanco que rodeaba su casa y ella ni siquiera se dio cuenta. 
–Vaya… veo que te has recuperado muy bien. 
Ella abrió mucho los ojos al verme e incluso estuvo a punto de gritar. 
–¡Dios mío. Me asustaste! –exclamó mientras se incorporaba. 
–Lo siento, no fue mi intención. 
“Pero que estúpido eres, Ian” 
Ella se acercó a mí de tal forma que solo la cerca nos separaba. 
–¿Qué haces por aquí? –preguntó ella mientras se quitaba los guantes.  
Ni siquiera yo sabía lo que estaba haciendo. 
–Solo hacía ejercicio –expliqué. 
Mi sudadera negra no remarcaba mis manchas de sudor porque era muy gruesa, pero el olor era un tema completamente diferente. Seguramente olía horrible. Llegar corriendo no fue una buena idea después de todo. 
–Lo siento, que grosera soy. Tú me salvaste la vida lo menos que puedo hacer es invitarte a tomar un café –diciendo eso ella abrió el portón para que yo entrara. 
Miré su casa pensativo. ¿Y si sus papás estaban allí?  
–No creo que sea buena idea –medité.  
–Por favor, yo insisto. 
Sus ojos azules eran los más hermosos que había visto en toda la vida y los rasgos de su rostro eran delicados y perfectos ¿Cómo decirle que no a aquel angelito? 
–De acuerdo, tú ganas. 
Entré a su jardín y ella se aseguró de cerrar su portón con llave. Seguramente el incidente le había dejado secuelas emocionales. 
–¿Cómo te gusta el café? 
–Negro y sin azúcar –respondí mientras la seguía por la casa. 
Ella me regaló un increíble vistazo de su cuerpo sin darse cuenta. Estaba muy delgada para mi gusto, pero era fina como una figurita de porcelana. Era el referente de toda mujer y la fantasía de cualquier hombre. Cuando la veía no podía dejar de pensar en una muñequita Barbie.  
Ella me guió hasta la cocina ignorando por completo el rumbo que habían tomado mis pensamientos y me ofreció asiento mientras calentaba agua. 
–¿Estás sola? 
No sé por qué se me ocurrió preguntar algo tan estúpido. 
–Sí, mis padres salieron a hacer unas diligencias. Perdón por el modo en que te hablé allá afuera, es que… 
–¿Es que? –la invité a seguir. 
Ella apoyó su espalda contra la encimera y subió las mangas de su blusa antes de continuar. 
–Le tengo miedo a los hombres altos con sudadera negra desde el robo –explicó en voz baja como si se sintiera avergonzada por ello. 
Bajé la mirada y vi lo que traía puesto. Estaba vestido todo de negro. Con razón la asusté. 
–Entiendo, es algo normal después de lo que pasaste. ¿Has considerado recibir terapia psicológica? 
–Lo estoy pensando. 
No sonó muy sincera. 
–¿Y cómo te ha ido? –indagué. 
–Tengo cicatrices, pero estoy viva. 
Ella olvidó por completo lo que dije sobre el café y le agregó leche y tres cucharadas de azúcar a mi taza. Me mordí la lengua para no reír a carcajadas. Seguramente ella lo tomaba así y por eso lo hacía de manera automática. 
Ella me extendió una taza y se sentó junto a mí con la suya en mano. Todavía estaba usando vendas. 
–Gracias –tomé un sorbo y me invadió una sobredosis de azúcar. 
–¿Cómo siguen tus heridas? –indagué. 
–Están sanando muy bien –comentó mientras se acomodaba la venda de la mano– Tengo miedo de estar fuera de casa por las noches. Lo único que hago es ir a la escuela. 
Pensé en invitarla a algún restaurante elegante, pero no lo hice porque era demasiado pronto. 
–¿Nadie te ha estado siguiendo? 
Ella negó con la cabeza y tomó un sorbo de café. 
–Pero bueno, dejemos de hablar de mí. Cuéntame un poco sobre ti. ¿Cuántos años tienes? 
–Veinticinco –respondí.  
Si estaba sorprendida no lo demostró. 
–¿Cuántos años tienes de ser policía? 
–Mi amigo Gerardo y yo entramos juntos y llevamos dos años.  
–¿Los dos estaban de turno aquella noche? No recuerdo haber visto a otra persona aparte de ti. 
–Si estaba patrullando conmigo, pero no lo viste. 
–¿Cuál es la historia más loca que has vivido? –ella parecía genuinamente interesada. 
Puse a mi cerebro a trabajar y encontré rápidamente la respuesta. 
–¿Cómo olvidarlo? La historia más loca es la de un tiroteo en un supermercado. A veces solo hay un segundo de diferencia entre la vida y la muerte.  
Ella se pasó la mano por el cabello rubio y no pude evitar notar que su manicura era perfecto. Sus uñas estaban pintadas en un color crema tenue y realzaban aún más su aspecto. 
–Admiro mucho tu trabajo creo que eres muy valiente –afirmó ella con una sonrisa. 
Nunca creí en el amor a primera vista al contrario siempre fui su principal detractor, pero ahora estaba empezando a dudar. 
–Trabajar en equipo es el secreto. No puedes ser impulsivo en esa clase de situaciones, tienes que pensar en la seguridad de tus compañeros y no solo en la tuya –expliqué– ¿Qué quieres estudiar tú? 
Ella suspiró y guardó silencio por un momento como si no supiera qué responder. 
–No lo tengo muy claro aún. Pero no iré a la universidad inmediatamente después de graduarme. Me tomaré un tiempo para trabajar y ahorrar dinero. ¿Qué carrera crees que me convenga? 
La empecé a estudiar en silencio y dije lo primero que se me vino a la mente. 
–Creo que te iría muy bien en el modelaje y la actuación. Me recuerdas a muchas actrices de Hollywood. 
Ella comenzó a reírse y mi corazón empezó a latir muy rápido. Su sonrisa iluminaba toda la habitación y era como un hechizo para mí. Me dejaba con ganas de ver más. Nunca me había sentido así con ninguna mujer, ni siquiera con Jennifer. 
–Acertaste –respondió al fin– Soy modelo. 
Mi mandíbula amenazó con caerse. Solo me faltaba babear por ella. 
–Lo sabía, pareces salida de una revista –admití. 
–Mi mamá fue modelo desde joven y ella me ha enseñado mucho de la industria. No habría llegado tan lejos de no ser por ella. 
Eso explicaba el ataque que sufrió en una zona tan segura de la ciudad. Habían muchas cosas oscuras dentro de la industria. 
–¿No crees que te mandaron a apuñalar por envidia? –indagué. 
Ella miró hacia otro lado y terminó negando con la cabeza. 
–No lo creo. Tal vez solo tuve mala suerte. 
Estaba mintiendo. Las señales eran claras. Sí había gente que la envidiaba, pero ella lo estaba negando. 
–Me quedó una cicatriz horrible –lamentó ella. 
–No puede ser peor que la mía. 
Sus ojos bonitos me miraron con confusión y tuve que explicarme. 
–Hace un año tuve un enfrentamiento con un tipo que quería robar una tienda. Era mi día libre y no andaba mi pistola, pero el tipo estaba armado con un cuchillo y amenazaba con herir a la cajera. No estaba dispuesto a quedarme viendo así que lo enfrenté y lo entretuve el tiempo suficiente para que llegarán mis colegas. Lo malo fue que me hirió en el hombro y tuve que ser hospitalizado. Me dejó una cicatriz enorme. 
Ella abrió mucho los ojos y tapó su boca con sus manos. Seguramente le tenía miedo a la sangre. 
–Está justo aquí –dije señalando mi clavícula izquierda. 
–Pudo haberte matado –meditó ella. 
–El peligro es parte del trabajo. 
–Ser policía no es para todos, lo tengo muy claro –dijo mientras jugaba con su diminuta cadena de oro. 
No había ningún anillo en su mano, pero obviamente era muy joven para casarse. ¿Tendría novio o estaría soltera? Me moría por saber. Deseaba conocer más de ella, pero no podía ir muy rápido. Primero tenía que sentirse cómoda conmigo. No podía echarlo a perder. 

 




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