Verónica
La noche que fui apuñalada creí que iba a morir, aquel tipo no parecía tener intención de detenerse, sin embargo salió corriendo al ver que se acercaba una patrulla policial. Ian y su colega de trabajo fueron como ángeles para mí. Probablemente estaría muerta si no fuera por ellos.
Al principio me asusté mucho al verlo con una capucha negra, pero no tardé en reconocer su rostro y eso me tranquilizó. El miedo y los nervios que sentía la noche de mi ataque no me permitieron apreciar bien al hombre que tenía en frente, pero ahora que lo veía con la cabeza fría me parecía un hombre irresistible. No era cualquier ángel, era un ángel guapísimo.
Mi policía favorito era un hombre alto, musculoso, de piel clara y cabello negro. Mi mente volaba mientras lo oía hablar. ¿Cuántos años tendría? Yo le calculaba aproximadamente 24 o 25 años. ¿Por qué la vida me castigaba poniéndome en el camino a alguien que no podía tener?
Era un poco raro verlo sin su uniforme de policía, pero seguía viéndose divino con ropa informal y con el cabello revuelto. ¿Cómo podía seguir viéndose tan bien mientras se ejercitaba?
Él relataba las situaciones de peligro que había vivido con completa naturalidad y yo estaba muy asombrada. Aparte de guapo era valiente. Parecía salido de una película de acción.
–Lo malo de todo eso fue que me dejó una cicatriz enorme –agregó él.
Seguramente la cajera a la que había salvado lo veía con adoración en vez de reaccionar y llamar a la policía.
–Está justo aquí –dijo mientras posaba su dedo sobre su clavícula izquierda.
No podía ver la cicatriz a la que se refería por su sudadera, pero mi imaginación voló por un segundo y me lo imaginé sin camisa. Si lo que intentaba era hacerme sentir mejor, lo logró. Pero no del modo que él pensaba.
No tenía la costumbre de dar el primero paso en las relaciones, pero si estuviera soltera definitivamente correría el riesgo de hacerlo para pedirle su número. Lamentablemente no podía hacerlo porque no era el caso, yo ya tenía novio y además no era de su edad. Seguramente no era el tipo de mujer que él solía frecuentar.
Él echó un vistazo a su alrededor y luego volvió a centrar su atención en mí.
–Espero no estar interrumpiendo nada –dijo antes de darle un sorbo a su café.
–No, claro que no. Solo estaba torturando a las flores.
Él se puso a reír y yo hice lo mismo sin querer. Había algo en él que era muy magnético. En mi opinión no había forma de que estuviera soltero, seguramente tenía a un millón de mujeres en su lista de espera.
En ese momento alguien tocó el timbre y el hechizo que había entre ambos se rompió al instante. ¿Y si era Dexter? ¿Qué iba a pensar de mí al verme sola en casa con otro hombre? Me puse de pies al instante y él hizo lo mismo.
–Iré a ver quién es –dije mientras ponía las tazas en la cocina.
–No te preocupes por mí, ya me voy.
Ambos salimos por la puerta principal y suspiré de alivio al ver que se trataba de Rebecca. Ella miró a Ian con un gesto de sorpresa que no me pasó desapercibido, pero no tardó en recuperar la compostura y mantener su sonrisa.
Dejé entrar a Rebecca y procedí a presentarlos rápidamente.
–Rebecca, él es el policía del que te hablé. Él me acompañó al hospital cuando estaba inconsciente. Ian, te presento a Rebecca. Ella es mi mejor amiga.
Ambos sonrieron cordialmente y se estrecharon las manos.
–Es un gusto conocerte Rebecca.
–El placer es mío –diciendo eso Rebecca puso su atención en mí– Te esperaré adentro.
Ian se hizo a un lado para dejarla pasar y pude notar que estaba repentinamente interesado en mi mejor amiga. ¿Ellos eran algo y no me había dado cuenta?
–¿Ella es tu mejor amiga? –preguntó asombrado.
Un inexplicable sentimiento de decepción se apoderó de mí, pero asentí con la cabeza y traté de ocultarlo. Solo era mi orgullo femenino herido, nada más.
–¿La conocías? –cuestioné.
–No para nada, solo que es…
Él no terminó la oración y se quedó pensativo.
“Es linda, dilo de una vez"
–Es pelirroja –dijo al fin.
–¿Y eso qué?
¿Por qué no podía admitir de frente que le gustaba?
–¿Te digo un secreto? –él no esperó a que le respondiera y acercó sus labios a mi oído– Mi mejor amigo se volvería loco si la conociera.
Ian se alejó luego de susurrarme aquellas palabras, pero su cercanía fugaz me había envuelto en un hechizo del que me era imposible salir. Su sudor olía a lluvia y su aroma en general era muy adictivo. No olía para nada a perrito mojado como yo hubiera pensado. Su proximidad aceleró mi corazón y ni siquiera fue su intención hacerlo.
–Disculpa ¿qué quieres decir? –me las arreglé para reaccionar.
–No quiero incomodarte. Solo es un comentario –explicó.
Guardé silencio un momento e intenté procesar lo que decía. ¿Entonces no estaba interesado en Rebecca a como yo pensaba?
–¿Quién es tu amigo? –indagué.
–Estaba conmigo la noche del incidente, pero creo que aún no lo has conocido. Se llama Gerardo –explicó mientras regresaba a la calle.
–Entiendo, por un momento creí que…
–¿Qué? ¿Qué me gustaban las pelirrojas? –tenía una expresión divertida en su rostro.
Debí haberme quedado callada.
–En realidad prefiero a las rubias –agregó para mi sorpresa.
Él me guiñó un ojo y siguió adelante con su caminata sin darme la oportunidad de responder. De todas formas no hubiera sabido qué decir. ¿Estaba coqueteando conmigo? No, no, no. Si fuera así hubiera sido más directo.
Me parecía un hombre muy interesante, pero no era muy probable que nos volviéramos a ver. Ni siquiera me pidió mi número.
–Verónica ¿En qué estás pensado? –me regañé a mí misma– Ni siquiera estás soltera.
Volví a la realidad y aseguré bien el portón antes de volver a mi casa. Rebecca me esperaba ansiosa en el sillón. Era obvio que ya se estaba haciendo ideas.
–Vaya, vaya. Veo que llegué en un mal momento.
Me senté junto a ella y puse un cojín en mi regazo.
–No interrumpiste nada. Solo estábamos tomando café.
Ella sonrió abiertamente y se asomó por la ventana para asegurarse de que ya se había ido.
–¡Pero que guapo es! –exclamó lo suficientemente alto como para que la oyera todo el vecindario.
–Y encima de todo es policía –dije acercándome a la ventana– ¿No te pareció encantador?
–¡Claro que sí! Yo hubiera mandado al demonio a Dexter por él.
–¡Rebecca! –exclamé sorprendida.
–¿Dijiste que estabas soltera verdad?
Mis mejillas empezaron a arder.
–No me lo preguntó –susurré apenada.
–Deberíamos seguirlo. Podemos fingir que es nuestra hora de hacer ejercicio.
–Pero que cosas dices.
–¿Estará soltero? ¿Vivirá solo?
–¿Tendrá hijos? –agregué para molestarla.
–Claro que no. No seas pesimista.
–Olvídalo Rebecca, es un amor platónico. No lo volveremos a ver jamás –diciendo eso volví a ponerme cómoda en el sillón.
–No digas eso –ella puso una auténtica carita triste.
–Lo superaremos –le di una palmadita en la mano.
–Me urge ir a la universidad. Quiero conocer a hombres mayores como él.
–Él estaba muy interesado en presentarte a su amigo –dije sin pensar.
–¿Y dijiste que sí? –preguntó con expectación.
–No dije nada.
Antes de darme cuenta ella ya había saltado sobre mí y me estaba ahorcando.
–¡Rebecca! –grité mientras luchaba por quitármela de encima.
–¿Cómo pudiste Verónica? ¡Creí que eras mi amiga!
Las dos comenzamos a forcejear y terminamos cayéndonos sobre la alfombra y riéndonos como dos estúpidas. Me reí tanto que hasta comenzó a dolerme el estómago.
–Dime que no era policía –cuestionó Rebecca mientras miraba al techo.
–Sí, lo es. ¿Algún día podrás perdonarme?
–Lo dudo.
Empecé a reírme de nuevo y ella me lanzó un cojín para que me callara.
–Dejaste escapar una oportunidad de oro –me reprochó.
–Ni siquiera sabemos quién es. ¿Estabas dispuesta a ir a una cita a ciegas?
–Bueno. Probablemente no.
–Bueno entonces enterremos el tema.
Rebecca se apoyó sobre un codo y suspiró.
–Necesito un trago.
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Editado: 06.01.2022