Yo Lo Hice

Capítulo 13

Verónica  


La profesora de inglés estaba dando su clase y yo estaba encantada con su asignatura. Me sentía muy eufórica porque era mi primer día de clase en la secundaria y todo me parecía perfecto. Cuando estaba en la primaria deseaba mucho estar con los chicos grandes y ahora que al fin había cumplido mi sueño me sentía como toda una chica grande. La secundaria era algo nuevo y diferente, pero todo me encantaba. Incluso había hecho amigas. 
Hasta el momento mi amiga favorita era una chica pelirroja con pecas hermosas por toda la cara. Cuando la vi lo primero que dije fue que siempre quise ser pelirroja y cuando ella admitió que siempre quiso ser rubio. Era obvio que nadie en el mundo estaba contento con lo que tenía. Rebecca era muy simpática y tranquila y yo sentía que la conocía de toda la vida. 
–Si estamos juntas es porque el destino así lo quiso –había susurrado contra mi cabello antes de que empezaran las clases. 
Y entonces volteé a ver hacia mi izquierda y la vi por primera vez. Se veía pequeña y delgada y no había llamado mi atención porque era muy timida y callada. Noté su nerviosismo e intenté tranquilizarla prestándole una gomita azul antiestrés. Ella me vio sorprendida, pero terminó aceptándolo y comenzó a apretarlo y apretarlo sin fin. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Roxana. Era muy blanquilla y tenía un cabello hermoso.  
Recuerdo pensar que Rebecca, Roxana y yo nos íbamos a convertir en mejores amigas. Recuerdo estar haciendo planes en mi mente con las tres. Teníamos varios años de estudio por delante y yo ansiaba estar junto a ellas. Podríamos comer juntas en el recreo y plancharnos el cabello mutuamente. Así como en las películas. 
Pero nada dura para siempre y mi entusiasmo duró menos que un suspiro. Mi mamá ya estaba afuera esperándome a las doce en punto. Corrí hacia ella y la abracé como si aún fuera una niña de cinco años. Había muchas cosas que quería contarle. 
–Mamá conocí a mis mejores amigas el día de hoy. 
–No me digas –respondió con indiferencia mientras veía hacia otro lado. Traía gafas oscuras debido al sol y se veía como toda una diva. Su carrera como modelo ya había terminado, pero ella no estaba dispuesta a dejar ir esa etapa de su vida. 
–Se llaman Rebecca y Roxana –las busqué con la mirada, pero el predio de la escuela estaba lleno de estudiantes. 
Me puse de puntitas y divisé el cabello negro de Roxana. Era tan oscuro y largo que era inconfundible. Un hombre alto y grande la había agarrado de la mano y se alejaban caminando por una línea de árboles. 
–¡Es ella! –la señalé emocionada para que mi mamá la viera. 
Mi mamá la vio durante un momento y después me vio a mí. Yo estaba sonriendo y no me di cuenta de que me veía con desaprobación. 
–Deberías estar como ella –afirmó de la nada. 
Miré a Roxana y traté de entender. 
–¿Con el cabello negro?  
–No.  
–¿Entonces? 
Ella se pasó la mano por el cabello con impaciencia. 
–Delgada Verónica. Del-ga-da –repitió haciendo énfasis en cada sílaba como si yo fuera una retrasada mental. 
Miré hacia abajo preguntándome qué había de malo con mi cuerpo y luego de un rato lo entendí. La pubertad había cambiado la forma de mi cuerpo. Mis pechos seguían siendo muy pequeños, pero mis piernas y mi trasero habían crecido y me daban un aspecto poco elegante.  
–No es mi culpa –dije mientras veía al suelo. 
–¿Por qué crees que me mato comiendo ensalada? Para que todo esté en su lugar –dijo mientras ponía una mano en su cintura. 
Ella tenía razón. Siempre comía verduras asquerosas y por eso se mantenía en forma. Ahora entendía que ese era el secreto. 
–Yo también puedo lograrlo. Seré más delgada que ella. 
–Como sea. Vámonos.  
Ambas nos subimos al auto y ella empezó a manejar de regreso a casa. El almuerzo ya estaba listo cuando llegué, pero me negué a comer carne y comí lo mismo que mi mamá. 
Creí que sería fácil bajar de peso y tener unas piernas pequeñas, pero me equivoqué. Mi cuerpo se negaba a cambiar y por el contrario, empecé a subir aún más.  
Todas las mañanas me pesaba en mi cuarto y me frustrada mucho al no lograr los cambios que quería. El tema del peso amargó mi vida de muchas maneras y me fue imposible seguir hablando con Roxana. Ella comía y comía y seguía manteniéndose delgada y yo no soportaba ver eso así dejé de sentarme a su lado y convencí a Rebecca de hacer lo mismo. Era Rebecca una chica muy inocente y no fue difícil hacerlo. Me llegué a sentir como una manipuladora, pero después olvidé el tema. Me generaba mucha paz mental estar lejos de Roxana. Ella me traía malos recuerdos y cuando no estaba a su lado me sentía más liberada.  
Rebecca me enseñó a amar mi cuerpo y a comer carne, pero volví a tener varias recaídas a lo largo de la secundaria. La vida de una modelo parecía perfecta a los ojos de los demás, pero yo sabía la verdad. Era un mundo muy difícil y ni siquiera sabía bien por qué lo estaba haciendo. 
–Asesina. 
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y de repente estaba dentro de un cuarto oscuro y tenebroso. Había un pequeño espejo en la pared, pero estaba lleno de telarañas y polvo. Vi mi reflejo y ya no vi a la niña inocente de 12 años. Era una mujer de 18 y era una asesina. Miré a mi alrededor y no vi más que oscuridad. ¿Estaba en el infierno? ¿Este era mi castigo? 
–Asesina –volvió a susurrar la voz de una mujer. Se parecía mucho a su voz. 
–¿Roxana? –pregunté llena de miedo. 
Tenía pavor de que su alma volviera para vengarse. Necesitaba huir. Miré hacia atrás y solté un grito al ver el cuerpo ensangrentado de Roxana frente a mí. Tenía un vestido blanco y su cabello seguía siendo largo. Sus ojos eran negros y me miraba con ira. Ella atrapó mi muñeca con una de sus manos y un ardor recorrió toda la zona al instante. Se sentía como si me estuviera quemando. Empecé a forcejear mientras gritaba y su expresión se mantuvo inalterable. Su brazo se veía morado y su piel estaba muy fría. 
–Llegó el día del juicio –susurró sin apartar sus ojos de mí.  
Me desperté gritando y pataleando y asusté tanto a Ian que se levantó exaltado de su silla y corrió a abrazarme. 
–¡Cálmate, cálmate! ¡Estás a salvo! 
Lo aparté de encima con un empujón y retrocedí hasta que mi espalda golpeó la pared de la habitación. Intenté respirar y tranquilizarme, pero no podía hacerlo porque mi muñeca me ardía demasiado. La zona que había tocado Roxana en mi sueño se volvió roja y eso era imposible… a no ser que… miré a mi alrededor y me di cuenta de que no estábamos en mi habitación. Sería el colmo que me hubiesen violado. 
Los recuerdos me sobrevinieron de golpe y recordé mi deseo de suicidarme y todo lo ocurrido en el puente. Ian me convenció de no hacerlo y después me desmayé. Parecía ser mi ángel guardián y me hacía mucha falta uno. 
–Tuviste una pesadilla –explicó. 
Él tenía el cabello revuelto y traía puesta una camiseta simple de color celeste. Sus ojos negros me veían con expectación. Seguramente no sabía qué más esperar de mí. 
Me acerqué a él y lo abracé fuertemente. Me hacía falta abrazar a alguien y de todas formas él ya me veía como si estuviera loca así que no podía pasar nada peor. Él estaba sorprendido y le tomó un tiempo posar una mano sobre mi espalda. Me tocaba con delicadeza como si temiera que me fuera a romper. Y era probable que lo hiciera. 
–Gracias. Por todo lo que hiciste hoy –susurré. 
–No fue nada. 
Hubo un momento de silencio y supe que me estaba pasando de la raya. No sabía si su novia estaba en la otra habitación así que me aparté y me senté sobre la cama con la espalda apoyada contra la pared. Tenía que actuar como una persona normal o de lo contrario me iba a remitir al psiquiátrico. 
–¿Quieres hablar de lo que pasó? 
Negué con la cabeza. Si comenzaba a hablar iba a romper en llanto e iba a confesar mi crimen. 
–¿Has pensado en ir a terapia psicológica? 
–Nunca lo he hecho –admití. Pero sí me hacía falta. En realidad debí hacerlo desde que Rebecca señaló mi trastorno alimenticio. 
–Conozco a una buena psicóloga que puede atenderte. Trabaja para el gobierno así que sus citas son gratuitas solo tienes que pedir una cita y ella te dará la otra –explicó con su peso apoyado sobre un brazo. 
–Gracias. 
Ian acarició mi muñeca lastimada y frunció el ceño. 
–Que extraño. Esto no estaba allí –comentó. 
Miré fijamente a la carretera a través de la ventana y no dije nada. Él no estaba siendo perseguido por su propia conciencia así que jamás lo entendería. 
–¿Tus padres están de viaje? 
Afirmé con la cabeza. 
–¿Quieres que te lleve a tu casa?  
–No. 
Mi casa era el último lugar al que deseaba ir. No obstante, mi negación sonó como una invitación y no pretendía que lo fuera. 
–Es decir, quisiera ir a casa de Rebecca –me apresuré a aclarar. 
–Entiendo. Te llevaré en mi auto. 
Ian fue muy amable conmigo y me llevó a la dirección que le indiqué. El camino transcurrió en silencio y eso fue un verdadero alivio para mí. Era muy estresante estar de nuevo dentro de un auto en el asiento del copiloto. Sentía en todo momento que la historia podía volverse a repetir. El estrés era tan grande en mi que incluso tenía ganas de vomitar. 
Él se estacionó frente a la casa de Rebecca y yo me apresuré a quitarme el cinturón de seguridad. 
–¿Podemos vernos mañana? –preguntó él. 
–¿Por qué? –yo estaba a la defensiva. 
–Para tomar un café. Será bueno para distraernos –explicó– ¿Te parece a las cinco? 
No tenía intención de ir, pero le dije lo que quería oír. 
–Claro. Me parece bien. 
Me despedí de él y fui a tocar la puerta principal con nerviosismo. ¿Y si ella no estaba? Rebecca abrió la puerta y yo pude soltar el aire que estaba conteniendo. Ella me abrazó al verme y yo cerré los ojos mientras soltaba algunas lágrimas. Solo ella entendía mi pesar.  
El auto de Ian se alejó y Rebecca me invitó a pasar.  
–¿Dónde está tu madre? –pregunté mientras me secaba las lágrimas. 
–Salió con sus amigas. No volverá hasta la noche. Me tenías muy preocupada. 
–Olvídalo. Fui una tonta. ¿Dónde está Dexter? 
–Reparando tu auto. 
–¿Tu mamá aun tiene pastillas para dormir? 
–Por supuesto. A veces suele tomarlas. 
–Necesito una. 
 




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