Rebecca
No le conté a Verónica que el agente Rodríguez me citó en una cafetería estuve a punto de hacerlo, pero no lo hice. Se veía demasiado nerviosa. Miré mi reflejo en el espejo y solo vi a una chica pálida y asustada. No pretendía maquillarme, pero mi aspecto era tan horripilante que tuve que hacerlo.
Mi mamá odiaba ver las noticias y no tenía ni idea de que Roxana estaba desaparecida. Yo era incapaz de tocar el tema con ella así que no iba a enterarse por mí. Ella se había ido de compras y yo le aseguré que me quedaría en casa, pero en realidad debía ir a ver al agente Rodríguez en el centro de la ciudad. Si todo salía bien estaría de vuelta en casa antes de que mi mamá llegara.
Me había agarrado la tarde sin darme cuenta, así que tomé un taxi y me dirigí de una vez a la Nocturna. Llevaba puesto una blusa negra, un pantalón negro y botas negras. Deseaba con todas mis fuerzas que a él se le olvidara la cita, pero no fue así. Lo vi en cuanto abrí la puerta. Una parte de mí tenía ganas de correr, pero él me fijó su mirada en mí en cuanto atravesé la puerta. Maldición. Por lo menos estaba vestido de civil. Tenía una camiseta blanca y un pantalón azul.
Me acerqué a él y sentí la mirada de todos los comensales del local sobre mí. ¿Qué estaba pasando? ¿Todo era una pesadilla? Él se puso de pies para saludarme.
–Perdón por la tardanza –sentí que todos me podían oír así que hablé en voz baja.
–No hay problema. Toma asiento por favor –me dijo con una sonrisa.
Hice lo que me pidió y noté que él estaba muy tranquilo. ¿Eso era bueno no?
Él empezó a ver el menú y yo no supe qué pensar ni qué decir. Me urgía volver a casa para que mi mamá no supiera qué había salido y él se tomaba su tiempo.
–¿Quieres pedir algo? –pensé que nunca lo preguntaría.
Meneé con la cabeza.
–De acuerdo. Entonces serán dos cafés.
La mesera se acercó para tomar nuestra orden, pero estaba tan atontada por él que no terminó de captar la orden.
–¿Y para tu hermana? –preguntó mientras se giraba hacia mí.
Él empezó a reír por demasiado tiempo sin explicar nada y le siguió una risita nerviosa de la chica que no sabía lo que estaba pasando.
–No somos hermanos –corregí.
Al parecer él nunca iba a decirlo. La mesera entendió que había metido la pata y se disculpó.
–Lo siento es que son muy parecidos –explicó antes de ir a buscar nuestro pedido.
A mí no me hacía gracia la situación así que arqueé una ceja y miré fijamente a Gerardo esperando que se le pasara. Su risa se convirtió en una sonrisa y poco a poco fue tranquilizándose. Él y yo no nos parecíamos en nada. Yo era pelirroja y él tenía el cabello negro. Nuestras facciones eran diferentes y yo no tenía ni el 30% de su masa muscular. Era muy pequeña comparada con él y creo que eso es lo que vio la mesera. A un hombre paseando con su hermanita menor.
–¿Alguna vez te había pasado algo así? –indagó.
–No.
–A mí tampoco. Nunca se me va a olvidar –explicó sonriendo de nuevo mientras sacaba una libreta pequeña y un bolígrafo.
¿Cuál era el orden que seguía su investigación? ¿Qué les hacía sospechar de alguien? Yo tenía muchas preguntas, pero dada casualidad que no me tocaba a mí preguntar.
–Bueno, a lo que venimos –dijo poniéndose más serio– ¿Cuántos años tienes de conocer a Roxana?
Me moví incómoda en mi asiento y me arrepentí de desear que cambiara de tema.
–Cinco años –eso era demasiado tiempo.
–¿Eran amigas?
Me comenzaba a hacer falta el aire.
–Ella no tenía amigas.
Él escribía todo lo que estaba diciendo y eso me ponía más nerviosa.
–¿Cómo la describirías?
Por Dios, esto era una tortura.
Mi cerebro quedó en blanco y él pareció notarlo. “¡Vamos Rebecca! ¡No es una pregunta difícil!”, pensé en mi mente.
“Todos la conocían como la chica inteligente”.
–Inteligente.
“No se acercaba a nadie”.
–Callada.
“No se metía en problemas”.
–Era muy prudente.
“Y siempre la convertíamos en el hazmerreír de la sección”.
–Nada más –finalicé.
La mesera dejó nuestra orden sobre la mesa y se alejó para atender a otras personas.
–Muy bien. ¿Qué sabes de su familia? –continuó él.
Un nudo se formó en mi garganta y fue imposible deshacerme de él.
–Nada.
Gerardo apoyó ambos codos sobre la mesa y empezó a jugar con el bolígrafo.
–Su madre murió cuando ella tenía diez años y desde entonces fue criada únicamente por su padre. Él falleció cuando ella tenía quince años y ha sido cuidada por una de sus tías paternas desde entonces.
Mi corazón empezó a latir muy rápido mientras procesaba la información.
–Supongo que… su tía está muy preocupada.
–En realidad ella vive en Australia y solo le enviaba un cheque mensual para que subsistiera y siguiera estudiando. Ella vivía sola en la casa que le heredaron sus padres. Es hija única.
No. No puede ser. Traté a Roxana como una escoria. Fui mala con ella… y era una chica solitaria y huérfana que no tenía a nadie en la vida. Me agarré del asiento al sentirme repentinamente mareada. Por eso nunca puso ninguna queja en la dirección, por eso nunca citaron a nuestros padres. Ella no tenía quien la apoyara ni a quien contarle las cosas por las que estaba pasando. Por eso sus padres nunca llegaron a encararnos… porque estaban muertos.
–No lo sabía –balbuceé.
Fui muy injusta con Roxana.
–Ya revisamos su casa en busca de evidencias, pero nos centraremos más en la preparatoria.
Claro. Allí estaban los asesinos.
–Entiendo…
–Tengo entendido que Dexter es tu amigo.
Abrí mucho los ojos. Lo sabía. Él sabía que fuimos nosotros.
–Así es.
–¿Podrías hablarme de cómo era su relación con Roxana?
–¿Su relación? –repetí la pregunta cómo una retrasada mental.
Me aclaré la garganta mientras intentaba pensar en un modo de librarlo de esto. No quería hablar en su contra. No quería equivocarme. No quería echarle tierra encima.
–Pues… ellos no eran amigos, pero tampoco enemigos –me apresuré a añadir.
Él asintió levemente mientras estudiaba mi expresión facial. Fingía levemente el entrecejo y eso me confirmaba que no lo estaba haciendo bien. Nada bien.
–Tus compañeros de clase creen que Dexter pudo haberle hecho algo.
–¡¿Qué?!
Nuevamente la atención de todos los comensales se dirigió hacia nuestra mesa. Maldita sea. Hubiéramos quedado en otro sitio.
Gerardo miró por encima de su hombro con indiferencia y luego volvió a enfocar su atención en mí.
–¿Qué tienes que decir al respecto? –continuó con serenidad.
Ay no. Si lo que buscaba era una confesión yo estaba a punto de regalarle una.
–Dexter jamás haría eso –mi voz tembló un poco y no soné convincente ni siquiera para mí misma.
Si mis compañeros de clase señalaban a Dexter significaba que también me estaban señalando a mí. Él no hizo nada solo, siempre fuimos los tres.
–La broma con la sangre de cerdo fue demasiado cruel ¿No te parece?
¿Debía afirmarlo o negarlo?
–Lo sé, pero ella abandonó la fiesta después de eso. No estaba herida ni nada por el estilo.
–Aún tenemos muchas preguntas sobre lo que pasó esa noche. Haremos otra ronda de interrogatorios al respecto. Por el momento serviría de mucho que me comentaras quién es el principal sospechoso para ti –dijo mientras se estiraba un poco en el asiento.
Me pellizqué la pierna debajo de la mesa e intenté responder, pero no se me ocurrió nada.
–No lo sé –me limité a decir.
Gerardo cerró su libreta y yo pude expulsar el aire que estaba conteniendo.
–Cada día que pasa sin una respuesta el caso se complica más. Es muy importante encontrarla en los primeros días o podríamos comenzar a creer que es un caso de homicidio.
Tragué saliva con dificultad y recordé que tenía el café frente a mi así que le di un sorbo para no responder y me quemé la lengua.
–¿Sabes cómo sería el crimen perfecto? –continuó él.
En este punto era obvio para mí que se trataba de un juego psicológico. Yo debía ser uno de los principales sospechosos del caso. Tenía que actuar con naturalidad, tenía que mantener la compostura.
Eché los hombros hacia atrás e imité su postura.
–No tengo ni idea, aunque suena interesante.
–El crimen perfecto no tendría testigos…
¿Verónica y Dexter contaban como testigos? Tenía que confiar en que ellos no hablarían.
–El asesino no tiene una motivación a la vista de todos los demás o al menos no una coherente –continuó él.
¿La teníamos?
–Se deshace de las evidencias del crimen en especial del arma homicida.
El auto…
–Y la más importante que parece no tener ninguna relevancia, pero que lo es todo, el asesino no puede dejarse llevar por el remordimiento. No puede ceder ante la presión, si no logra sobrellevar toda la carga emocional el juego acabó. En la mayoría de los casos siempre acaban entregándose solo es cuestión de tiempo –él le tomó un sorbo a su café y no hizo ninguna mueca como yo.
Según yo había guardado la compostura, no obstante, no fue así. Lo vi fijamente con la boca entreabierta mientras hablaba. Ocultar mis nervios parecía tarea imposible.
–Eso es… –no sabía ni qué decir– ¿Interesante? Tu análisis revela muchos años de trabajo.
–En realidad soy de los más nuevos. Te sorprendería ver a algunos de mis colegas. Son unos verdaderos tiburones.
Tiburones que atacaban al percibir sangre. ¿Qué iba a ser de mí cuando la desaparición se convirtiera en un caso de homicidio? ¿Por qué tenía que someterme a mí misma a tanta presión, estrés y sufrimiento? No veía la luz al final del túnel y estando allí sentada frente a él olvidé lo que quería para mí vida. Confesar todo tenía más sentido que alargar todo el proceso. De todas formas ellos iban a investigar y se iban a enterar de todo.
–Yo…
Ni siquiera supe cómo seguir. Él no me interrumpió y me permitió ordenar mis ideas. No quería hablar de Verónica y de Dexter, solo quería aceptar mi responsabilidad. ¿Pero podría mentir? ¿Podría decir que yo iba sola conduciendo por la noche y que la atropellé accidentalmente? No sería creíble. Ellos descubrirían mi mentira. Yo habría sido incapaz de arrastrar a Roxana por el bosque sin ayuda de nadie más. No había forma de que confesara sin exponer a mis amigos.
El oficial Rodríguez empezó a preocuparse por la expresión de mi rostro e hizo a un lado su café.
–¿Ocurre algo? –indagó con el ceño fruncido.
–No, nada –meneé la cabeza y saqué unos billetes de mi bolso sin siquiera contarlos– Mi madre me espera y debo irme.
–No te preocupes por el café. Yo invito.
–Gracias –me levanté y abandoné el café lo más rápido posible.
Empezó a llover torrencialmente en cuanto me subí a un taxi. Apreté mi bolso con fuerza y resistí el impulso de llamar a Verónica. El conductor del taxi ni siquiera me prestaba atención. Estuve a punto de confesar y ni siquiera presentaron una prueba en contra.
El agente Rodríguez tenía razón. Lo más difícil de sostener el crimen perfecto es luchar contra el remordimiento y la intranquilidad que rasga tu ser a cada instante. Lo más difícil es fingir frente al mundo exterior que nada malo pasó. Lo más difícil es resistir el impulso de ir corriendo y entregarte.
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Editado: 06.01.2022