Yo Lo Hice

Capítulo 24

Rebecca  


–¡Vencimos el cáncer! –mi mamá me abrazó mientras daba saltitos de alegría al mismo tiempo. 
–¿De verdad? –apreté sus brazos y la miré a los ojos. Parecía irreal. Anhelé tanto que dijera esas palabras y que me diera esa noticia que ahora no podía creerlo. 
Mi mamá acunó mi rostro entre sus manos. 
–Cariño. Sé lo difícil que esto ha sido para ti, pero quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti y de todo lo que has logrado. Tengo a la mejor hija del mundo y no podría estar más feliz. 
Intenté tragar saliva y no lo conseguí. El nudo que tenía en mi garganta no me permitía hacerlo. 
–Mamá… no soy la mejor hija del mundo. 
–Claro que lo eres cielo, pero ya no debes preocuparte por mí. Solo tienes que enfocarte en ti y en tus metas. 
Ya no existían metas para mí.  
Abracé de nuevo a mi mamá y apoyé mi mejilla sobre su hombro tal y como lo hacía a los cinco años. Ya no tenía que fingir que era fuerte, podía dejar caer mi coraza protectora. Ahora sabía que mi mamá iba a estar bien sin mí. Y eso me llevaba a una sola conclusión: era hora de terminar con todo. 
–¿Seguirías queriéndome si te das cuenta de que hice algo horrible? 
Ella ni siquiera me preguntó a qué me refería. 
–Por supuesto que sí –su voz era tierna al hablar. 
Eso era lo que necesitaba oír.  


◇◇◇◇◇ 


Me dirigí a la escuela caminando con los nervios de punta. Llevaba el cabello suelto y el viento lo estaba convirtiendo en un caos. 
Estuve a punto de confesarle a mi mamá todo, pero me detuve porque primero quería hablar con Verónica. ¿Y si ella no deseaba entregarse? ¿Debería asumir toda la culpabilidad y decir que iba sola en su auto? 
Sentí una punzada de dolor al recordar que Verónica quería llamar a la policía y yo no. Yo la convencí de ser una fugitiva de la justicia y fue un terrible error.  
Mi corazón se detuvo al llegar a la escuela porque ellos ya estaban allí. El agente Rodríguez y el agente McCaffrey tenían una pequeña reunión al lado de una patrulla aparcada y vestían su uniforme de policía a pesar de que apenas eran las siete de la mañana. Tal vez tenían evidencias nuevas del caso.  
Ellos bebían café a sorbos mientras platicaban y no me habían visto así que creí que podía escapar, pero no fue así. La mano de un hombre se cerró muy fuerte sobre mi muñeca. Levanté la cabeza al instante y vi que se trataba de Dexter.  
–¿Nerviosa? –su aliento apestaba a alcohol y tenía cara de cucaracha fumigada.  
–¿Por qué habría de estarlo? –intenté liberarme, pero no pude. 
Los estudiantes iban y venían a nuestro alrededor. En vez de estar allí parados llamando la atención debíamos entrar de una vez a la escuela. Miré de reojo a los agentes, pero aún seguían sin prestarnos atención. 
–Sospechan de nosotros –murmuró mientras se tambaleaba. No era una simple resaca, también había bebido aquella mañana. Su barba comenzaba a crecer mostrando que llevaba días sin afeitarse y era muy extraño verlo así porque él odiaba pasar un día sin afeitarse. 
–Y sospecharan más si no actúas como una persona normal –Intenté liberarme y él apretó aún más su agarre sobre mi muñeca. Me estaba haciendo daño. ¿Dónde rayos estaba Verónica? 
–¿Cómo es posible que estés borracho a las siete de la mañana? –le reproché mientras la ira crecía en mí interior. 
–Yo vivo solo cariño. Puedo haber lo que se me pegue la regalada gana. 
Otra vez su aliento a dragón muy cerca de mi rostro. 
–Esos malditos agentes ya están aquí –continuó él– Sé que planean algo, ellos están plantando evidencias en nuestra contra. 
No le creí pero ni por un segundo. 
–Ya estoy harta de todo Dexter. 
–¿Y crees que yo no? Siempre están detrás de nosotros, no puedo dormir ni comer ni ir a ningún lado porque ellos están allí. 
En eso sí tenía razón. Era demasiado estresante y yo ya no aguantaba ni un día más. 
–Me da igual. Ya nada de esto importará cuando diga la verdad, cuando me entregue de una vez no tendré que vivir con el miedo y la incertidumbre de que me arresten cada día.  
Dexter abrió mucho los ojos y yo me mordí la lengua para callarme, pero ya había hablado de más. 
–¿Qué dijiste? 
–Mi mamá venció el cáncer –forcé una sonrisa– Así que ya nada de esto me importa. Ella puede seguir adelante sin mí.  
–¡Lo sabía, eres una traidora! Planeas decirles toda la verdad –dijo mientras me sacudía. Su escenita era innecesaria. 
–¿Y cuánto más esperabas que duráramos? ¿Una semana? ¿Dos? 
–¡Eso no lo decides tú! No llegamos hasta aquí por nada –él bajó la voz al ver la forma en que los demás lo miraban al pasar– Abandonamos la escena del crimen, nos deshicimos de toda la evidencia, inventamos una coartada y mentimos muchas veces. ¿Cuántos años crees que te van a dar? Cadena perpetua Rebecca. Cadena perpetua. ¿De verdad quieres eso? 
No, no lo quería, pero ya no quedaba de otra. 
–Suéltame… 
–Si fueras un poco más inteligente encontrarías la forma de desviar la atención de la policía, pero eres tan estúpida…   
Lo empujé con todas mis fuerzas y logré quitármelo de encima. 
–Tú eres el principal sospechoso imbécil. Y me aseguraré de mencionar tu nombre… 
No logré terminar la frase porque él me abofeteó con su mano derecha. Perdí el equilibrio, pero no caí al suelo. Una buena parte de mí cabello estaba cubriendo mi rostro. Mi pómulo derecho ardía de dolor y aun así me tomó un tiempo comprender lo que había pasado. Me llevé la mano a la cara y mis dedos se mancharon con una pequeña gota de sangre. Uno de sus anillos me había hecho una cortada. 
Todo pareció detenerse a mi alrededor. Los estudiantes dejaron de caminar y soltaron exclamaciones de asombro. 
Levanté la mirada sin soltar mi mejilla y vi que Dexter tenía los ojos muy abiertos y la respiración agitada. No parecía estar arrepentido, al contrario, apretaba los puños con demasiada fuerza como si quisiera golpearme de nuevo. 
–¡Maldito! –el grito del agente Rodríguez me regresó a la realidad y mi corazón empezó a latir muy rápido. ¿Debería huir? Ian y Gerardo llegaron corriendo y sometieron a Dexter a una velocidad impresionante. 
Gerardo lo tiró al suelo boca abajo y le puso ambos brazos sobre la espalda sin la menor delicadeza y acto seguido Ian lo esposó y lo obligó a ponerse de pie. Dexter tenía una mirada salvaje y se retorcía de dolor, pero no forcejeaba.  
–De esta no te escapas –lo amenazó Gerardo antes de centrar su atención en mí. 
Debí correr cuando pude. Mis pies no me obedecían. Gerardo se acercó tanto a mí que me asusté y di un paso hacia atrás sin darme cuenta. Él apartó mi cabello con delicadeza y examinó mi herida mientras posaba su otra mano sobre mi mandíbula. Lo miré fijamente sin decir nada. Podía notar todos los detalles de su rostro por lo cerca que estaba. Nunca me había fijado en sus lunares. Tenía muchos. 
–No puedo creerlo –él meneó la cabeza con desaprobación y volteó a ver a su compañero– Enciérralo en una celda, yo me encargaré de ella. Quiero el botiquín de primeros auxilios. 
Ian asintió con la cabeza y obligó a Dexter a caminar. Él entró a la patrulla sin forcejear y el agente McCaffrey le extendió un botiquín a Gerardo antes de marcharse. 
–Ven conmigo –él me guió hacia un árbol sin que yo notara mis pasos y ambos nos sentamos en una banca cubierta de sombra. 
La campana que anunciaba el inicio de las clases había sonado en medio de toda la conmoción y yo ni siquiera lo había advertido. Ya no habían estudiantes en el patio, excepto yo. Mi uniforme contrastaba mucho con el del hombre que tenía en frente. 
–Todo estará bien. No llores –su voz me transmitía mucha tranquilidad. 
¿Me lo decía a mí? Me pasé la mano por los ojos y mis dedos se empaparon de lágrimas. No les había ordenado que salieran. Lo que me faltaba. 
Gerardo me extendió un pañuelo azul del color de su uniforme y yo murmuré algo para expresar mi agradecimiento. Me sequé los ojos y las lágrimas poco a poco fueron cediendo. Que bueno que no me había maquillado. 
Él abrió el botiquín de primeros auxilios y empapó un pequeño algodón con alcohol. Ay no. 
–Espera –detuve su mano y él alejó el algodón de mi rostro. 
–Quiero ver que tan mal está –diciendo eso saqué un espejo del bolso de mi falda azul y le eché un vistazo a mi pómulo. 
Maldición. Era peor de lo que creía. Un hematoma comenzaba a formarse en un lugar muy visible y tenía una pequeña herida abierta, no parecía un arañazo. Parecía más bien un corte producto de un anillo. 
–Ay no –lo dije en voz alta sin querer. 
Él sonrió y me quitó el espejo de las manos. 
–Es muy curioso –dijo pensativo. 
–¿Qué cosa? 
–Que no estés ardiendo en ira. No le hayas gritado ni le hayas devuelto el golpe. Casi como si estuvieras acostumbrada… 
–¿Acostumbrada a que me golpeen? 
Él asintió con la cabeza y yo lo vi con el ceño fruncido mientras me secaba el sudor de las manos con mi falda. 
–No es así… solo que… no supe cómo reaccionar. 
–Entiendo. ¿Me permites? 
Miré el algodón de reojo y supe que me iba a doler hasta el alma, pero le dije que sí y él comenzó a limpiar mi herida. Sus manos eran enormes e intimidantes, pero fue tan lento y delicado que ni siquiera me dolió. Él hizo el algodón a un lado y corto una curita por la mitad para hacerla más pequeña. Lo observé fascinada sin darme cuenta y él me colocó la curita con cuidado. 
–¿Qué? –preguntó con una sonrisa mientras yo lo veía atontada. 
–Nada… solo que no entiendo cómo estabas presente en el momento oportuno. 
–Íbamos a hacer unas entrevistas, pero eso puede esperar. Vamos a enfocarnos en Dexter y ver si podemos mantenerlo tras las rejas por lo que te hizo. ¿No estarás pensando en perdonarlo verdad? 
–¿Qué? No, claro que no. Por mí que se vaya al infierno. 
–No quiero meterme en tu vida privada, pero no deberías tener amigos así. 
–Lo sé –miré fijamente el césped y deseé que todo fuera más sencillo. 
–¿Qué sucedió allí? –cuestionó luego de un momento de silencio. 
–Nada importante. Él vino borracho y con ganas de pelear con todos, eso es todo. 
–¿Eso fue todo? –él no estaba convencido. 
–Sí. Ya te dije que fue una tontería –me puse de pies y agarré mi mochila– Gracias por todo, no quiero quitarte más tiempo.  
Me alejé de él y entré a la escuela de una vez. No pretendía entrar a clase, pero volver a casa con semejante herida no era una opción así que me encerré en un cubículo del baño y me senté sobre la tapa del inodoro. A estas alturas ya debían estar presionando a Dexter para que confesara. El agente Rodríguez me veía como si fuera una mariposa herida o algo así, pero ¿Cómo iba a reaccionar cuando se diera cuenta de lo que hice? Podía ir olvidándome de su mirada tierna y sus manos delicadas. No hubo delicadeza alguna en la forma en la que sometió a Dexter y tampoco iba a tener ninguna delicadeza conmigo cuando la verdad saliera a la luz. 

 




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