Yo Lo Hice

Capítulo 28

Rebecca

 Rebecca 
–Esto es mala idea –repetí por tercera vez mientras caminábamos por la acera. Eran apenas las siete de la noche y aún así no había ni una sola persona transitando por la calle además de nosotras. 
Dexter no había llegado a clases y no sabíamos si iba a estar en su casa o no. 
–Todo va a salir bien –insistió Verónica. Ella iba unos cuantos pasos frente a mí y tenía ambas manos dentro de los bolsillos de su chaqueta negra. 
Un gato negro cruzó la calle y pasó justo frente a mí. Oh no. Era mala suerte. Me detuve y cuestioné nuevamente lo que estaba haciendo. No tenía mucho sentido y yo no creía que fuera a funcionar. Verónica se detuvo al ver que no la seguía y volteó a verme con un gesto de preocupación. 
–¿Qué pasa? 
Suspiré y vi al gato negro desaparecer detrás de una casa. 
–Estamos posponiendo lo inevitable. Deberíamos ir a la policía de una vez y decir la verdad. 
–Lo haremos. Pero primero debemos resolver esto o de lo contrario pasaremos el resto de nuestras vidas en prisión. 
Ella se acercó a mí y me agarró de los hombros. 
–Hemos guardado silencio por demasiado tiempo. Incluso pareceremos más culpables de lo que en verdad somos. Dirán que fue premeditado, nadie pensará que fue un accidente. 
Mis ojos se abrieron mucho y sentí un nudo en el estómago. 
–Pero lo fue –susurré. 
Ella acarició mi cabello. 
–Lo fue. Pero necesitamos demostrar que teníamos miedo de hablar. Tenemos que probar que Dexter nos amenazó para que no habláramos. 
Verónica me tomó de la mano y ambas continuamos caminando hasta que llegamos a la casa de Dexter. Nos escondimos detrás de los arbustos de su vecino y echamos un vistazo alrededor. Nadie parecía prestarnos atención. 
Verónica sacó el diario de su chaqueta y pude notar que su mano tembló ligeramente. Estaba tan nerviosa como yo. 
–Al parecer Dexter está en casa y eso lo complica todo, pero no importa. Hemos estado aquí antes, conocemos el lugar tan bien como él. Podemos hacerlo. 
Meneé la cabeza. 
–Sigue siendo su casa. Su hábitat natural. 
–No importa. Somos dos contra uno. Todo va a salir bien mientras estés tú para distraerlo. Te enviaré un mensaje cuando esté fuera de la casa. Recuerda guardar tu distancia, no es necesario que te acerques mucho a él.  
Me mordí el labio inferior y traté de recordar todo lo que tenía que decir. 
–De acuerdo.  
Verónica abrió la boca para hablar, pero yo la interrumpí. 
–Sigo pensando que es muy arriesgado, pero con lo obstinada que eres sé que piensas hacerlo con o sin mí. Y es mejor que estemos juntas. 
Verónica asintió con la cabeza y guardó de nuevo el diario. 
–Tienes que esperar cinco minutos antes de tocar la puerta.  
–Lo sé. Suerte. 
Verónica saltó la cerca de la forma más silenciosa posible y acto seguido empezó a correr y desapareció detrás del patio trasero. Mi corazón latía tan rápido que sentía náuseas. No teníamos ni idea de en qué parte de la casa se encontraba Dexter. Miré mi reloj y esperé cinco minutos antes de ponerme de pie. Me acerqué al portón principal y me encontré con que estaba cerrado con llave. No tenía tiempo para estas ridiculeces.  
Comenzaba a trepar por el cerco cuando una mano agarró mi pie. Ahogué un grito y sacudí mi pie sin resultado, pero no era Dexter llegando a su casa. Era el oficial Rodríguez. Traía puesto su uniforme y me miraba con el ceño fruncido. No estaba ni cerca de saltar al otro lado. Esto es lo peor que pudo haber pasado. 
–Señorita Salazar ¿Qué cree que está haciendo? 
Me bajé de un salto y mi mente empezó a trabajar a toda velocidad en busca de una excusa. 
–Sé lo que parece, pero Dexter me está esperando allá dentro. 
Él miró la puerta principal cerrada y después me vio a mí. 
–¿Y por qué no te abre la puerta? 
–A él le gusta bromear así. 
–¿Y por qué estás buscando al hombre que te abofeteó frente a toda la escuela? 
Por un momento había olvidado que él estuvo allí presente. Lo que estaba haciendo en realidad no tenía ningún sentido para él. El calor empezó a subir por mi cara y yo tuve que respirar hondo para no perder la compostura. 
–Somos amigos desde hace mucho tiempo y vine a hacer las pases. 
–¿Las pases? 
Asentí con la cabeza. 
–¿En vez de que él te pida perdón tú vas a pedirle perdón a él? 
Abrí la boca para contestar, pero a él no le interesaba oírme. 
–¿Sabes qué? No digas nada. Es obvio que no estás en tus cinco sentidos. 
Él me agarró la muñeca y me atrapó hacia él con una facilidad impresionante. 
–¿Pero cómo te atreves… 
No pude terminar la oración porque él ya estaba esposando mis manos. Abrí muchos los ojos sin poder creer que era en serio. Él metal era incómodo y frío contra mí piel. 
–¿Qué estás haciendo? 
–Quedas arrestada por invasión a una propiedad privada. Camina –él me agarró del brazo y empezó a avanzar. Quise resistirme, pero me obligó a hacer lo mismo. 
Miré hacia atrás desesperadamente y no pude ver a Verónica. Ya había entrado a la casa y yo no estaba allí para crear una distracción. 
–¡Suéltame! ¡Tengo derechos! 
–Lo que no tienes es dignidad.  
Quise empujarlo, pero apenas logré desequilibrarlo un poco. 
–¿Cómo te atreves? 
El oficial Rodríguez me obligó a entrar a una patrulla y en ese momento su teléfono empezó a sonar. Él cerró la puerta y me dejó sola allí adentro para contestar su dichosa llamada. 
–¡Oye no me dejes aquí! —grité furiosa. 
Él ni siquiera me escuchó. Apoyé mi cabeza en el asiento y me resigné a ir a la cárcel. Pero después vi lo inimaginable. Había una bolsa transparente de evidencia frente a mí y tenía escrito: “Casa de Roxana". Removí un poco la bolsa con las manos aún esposadas y pude ver que el contenido era un juego de llaves.  
Volteé a ver a Gerardo y vi que estaba de espaldas a mí. Jamás se daría cuenta. Agarré una de las llaves y las guardé dentro de mi zapato. Él colgó el teléfono y yo fingí que no había pasado nada, lo observé en silencio y él rodeó la patrulla para montarse detrás del volante. 
Gerardo empezó a manejar y poco a poco nos alejamos de la casa de Dexter. ¿Y si estaba adentro durmiendo? Podía ser muy violento cuando se lo proponía. 
–¿Vas a llevarme a la cárcel?  
Ya estaba resignada. Sin embargo su respuesta me sorprendió. 
–No. Solo te pondré a salvo. 
Él me preguntó por mi dirección y detuvo la patrulla en frente de mi casa. Al principio no entendí su reacción, pero luego de unos minutos pude comprender que mis acciones me hacían ver como una estúpida frente a sus ojos. 
Levanté mis manos esposadas y arqueé una ceja. 
–No puedo entrar así. 
Él dudó un momento, sin embargo sacó la llave y terminó liberándome.  
–Tienes que alejarte de Dexter. Es peligroso para ti. No importa que salga con tu mejor amiga, son amistades que no te convienen. 
Asentí levemente y solo pude pensar en que yo también era culpable. 
–Tienes razón. Gracias por sacarme de allí. 
Me alejé de la patrulla y caminé lentamente hacia mi casa esperando que se fuera, pero no lo hizo así que no tuve mas remedio que entrar. Subí a mi habitación como si volviera de hacer cualquier tarea y saqué la llave de mi zapato para observarla más de cerca. Verónica y yo éramos culpables de muchas cosas, no éramos ningunos angelitos, pero los sucesos de aquella noche fueron un accidente. Éramos culpables de distraernos y atropellar a Roxana, pero la realidad es que jamás hubiéramos atentado contra su vida de forma consciente por mucho que disfrutáramos humillarla y maltratarla. 
Ambas cometimos un crimen y éramos culpables por no habernos entregado a la policía, yo lo sabía muy bien. Pero había algo más en toda la historia que no me cuadraba. Jamás la vimos caminar a un lado del camino, la carretera estaba totalmente desierta esa noche. 
Roxana juró vengarse de nosotras. Juró que íbamos a desear no haber nacido. Y era justo lo que yo sentía en ese momento. Deseaba dejar de existir. Su promesa se cumplió, estábamos pagando todo el daño que le hicimos con creces.  
Miré mi reflejo en el espejo y me sorprendió mi expresión de miedo y cansancio. Me veía muy pálida y tenía ojeras muy pronunciadas. A Roxana le hubiera encantado verme así: destruida. Podía sentir su mano detrás de todo. Quería vengarse de nosotras por haberla humillado. Quería hacernos sufrir.  
La voz del profesor de matemáticas resonó en mi cabeza: “Muy bien Roxana, eres muy aplicada”. Ella era más que una cara bonita, era una chica muy inteligente. Solo ella sería capaz de concebir un plan de venganza tan meticuloso. 

 




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