Ayer por la noche creaba excusas en mi cabeza como “me duele el estómago”, “estoy mareada” o hasta “me ha bajado el período”, todas con el objetivo de ausentarme en este almuerzo. Nada funcionó. ¿Papá y mamá me creerían si les digo que, ahora, las dos primeras excusas sí son reales?
—Camilla, estás pálida —comenta mi madre, como si no acabara de escuchar la estupidez que dijo su esposo—. Toma asiento.
Niego. No quiero sentarme, quiero largarme de aquí.
—¿Qué está pasando? ¿De qué hablan? —Angelo me roba las palabras.
—Lo mismo pregunto —dice Enzo. No luce más alegre que yo, eso seguro.
—No es tan… trascendental como suena —papá hace un gesto con las manos.
—¿Trascendental? —por fin encuentro mi voz, más chillona de lo habitual—. ¿Qué significa eso?
—No estoy para bromas, papá.
—Angelo, no es una broma.
—La abuela tuvo que hacerlo con tu nono, hija —dice mamá—. No es tan grave.
No es posible que lo diga en serio.
—Sí. Lo hicieron hace como cuarenta años. ¿Qué es lo que les pasa?
Sabía del matrimonio arreglado de mi nona. Tuvo suerte; se enamoró de mi abuelo Ramón tanto como él de ella. Fueron felices. ¿Cómo se le ocurre compararlo con esta tontería?
—Es muy distinto.
—La boda será aquí, en Sicilia. Algo monumental. Inolvidable —se entusiasma Orazio e ignora la expresión perturbada de su hijo.
—De acuerdo, bien, basta. Esto no da gracia, papá —mi hermano se levanta y se coloca junto a mí. Su altura me pasa por dos cabezas, pero la cercanía no calma el espanto que siento—. ¿Por esto querías que viniera con tanta urgencia? ¿Para presenciar este circo?
—Camilla, escúchame hija, solo son negocios —utiliza su tono persuasivo, como si tratara con alguno de sus socios. Arrugo la frente—. El matrimonio solo va a durar doce meses.
—¡Doce meses! —exclamamos al unísono Angelo y yo.
—Vuelve a tu silla y lo hablaremos con calma.
—Están locos de remate —el mencionado se levanta de inmediato sin dejar de mirar a su padre—. Se te olvida que trabajo contigo, esto no es un tema de negocios. La empresa va bien. Así que, lo que sea que pretendas, olvídalo, no cuentes conmigo.
—Angelo, permítenos explicar antes de volverte loco.
Intenta sonar persuasivo, pero no consigue cubrir ese tono determinante.
—No hay nada que explicar, porque no habrá ninguna boda. Punto.
Me lanza una mirada y… ¿es que él piensa que yo tenía alguna idea de todo esto? No tengo tiempo de analizar sus emociones; se retira con un portazo, dejando un silencio gélido a continuación.
—Bueno. Ha salido de maravilla —declara mamá.
Enzo cierra la puerta del despacho de papá tras su espalda y suspira.
Esto es malo. En realidad, lo supe cuando los gritos se detuvieron, una silla fue arrastrada por el suelo —indicativo de que decidieron sentarse a hablar como gente civilizada— y el reloj marcó la media hora.
En su rostro no encuentro la salvación que estaba esperando. Me toma de las manos. Está resignado. ¿Qué diablos?
—Cami…
—Hija —me llama papá—. Entra.
Mi hermano asiente.
—Ve con él —lanza una mirada hacia la salida—. Necesito saber cómo le fue a Tatiana.
—Pero…
—Tranquila. Todo estará bien. Lo prometo.
Casi siempre ha sabido consolarme. Hoy no lo consigue en absoluto. Todo es muy confuso. Entro a la oficina y tomo asiento frente a mi padre con los hombros tensos.
—¿Puedes explicarme qué está pasando? —soy directa.
—Por supuesto.
Luce relajado. Sospecho que haber convencido a Enzo le quita un obstáculo de en medio. Me ofende. El principal obstáculo soy yo, claramente. Aparte, si estoy en lo correcto, jamás perdonaré a mi hermano por dejarse convencer.
—Esto será una alianza. Una breve y corta, pero muy útil.
—¿Una alianza? ¿De negocios? —intento comprender.
—Más que eso. Los Lombardo están en plenas negociaciones con el gobierno —exclama impresionado—. Tienen contratos enormes de suministro energético en juego. Si nosotros nos unimos a ellos, aunque sea de manera simbólica, pasamos a tener voz en esa mesa. Sería como sentarnos al lado de los que toman decisiones que marcarán las próximas décadas.
La empresa de Orazio, LuceNova, es de energía, y la de papá, Verto Zanetti, es financiera. Se complementan perfectamente, por eso trabajan a la par. La energética necesita dinero para ejecutar proyectos costosos; la financiera necesita oportunidades de inversión con alto retorno. O al menos eso es lo poco que comprendo y he escuchado. Como sea, es aburrido y nunca fui buena para los negocios; tampoco presto la suficiente atención cuando se toca el tema. Por no decir que para nada. Ahora no dejo de replantearme esa decisión; si tuviera un poco más de conocimiento, buscaría cualquier otra opción en lugar de esta.
—Me da igual. ¿Por qué tiene que ser a través de mí?
—Porque los políticos no confían en simples firmas de papel —insiste—. Ellos entienden símbolos. Un matrimonio entre nuestras familias no es un contrato más: es un pacto visible, fuerte, imposible de romper en apariencia. Bastará con unos meses —aclara al ver que, claro, no estoy convencida de esto—, hasta que los acuerdos se cierren y todo esté asegurado.
Intento imaginarlo, pero ni siquiera consigo eso.
—Y… deberán creerlo —toma aire—. Vivir juntos será un comienzo.
—¡¿Vivir juntos?!