¡yo me opongo!

3. Impotencia

Angelo:

Me voy a casar. Eso es lo primero que recuerda mi cerebro cuando despierto. Voy a ser el esposo de alguien, no de cualquiera. De Camilla Zanetti.

Gracias por eso, papá.

Hay una frase popular que afirma: un solo pensamiento negativo por la mañana puede arruinar todo tu día.

Pues, se han arruinado los próximos doce meses.

Observo la salida del sol con el pecho agitado. Bebo agua de la botella y luego acelero el paso ante el recuerdo de la discusión que continuó al anuncio de mi boda. ¿Crees que puedes impedir el avance de mis proyectos? dijo con tono elevado. ¿Arruinar los planes de mi empresa? ¡Vivirás en una casa frente a la playa durante meses, ingrato! ¡Deberías darme las gracias!

No hubo mucho más, como cualquiera esperaría ante una situación tan delicada a la que me ha sometido. Pero las cosas siempre funcionan de este modo con mi padre, el gran Orazio Lombardo. Solo que ni en mis peores pesadillas lo creí capaz de semejante…ni siquiera sé cómo llamarlo, ¿propuesta? ¿Disparate? ¿Locura?

No soy consciente del tiempo, solo corro hasta que no siento las piernas, o el cansancio en mi cuerpo, o las rodillas, o mis brazos; hasta que el sonido de la ciudad amaneciendo es un zumbido lejano.

Llego a casa, preparo mi ropa y enciendo la ducha con la esperanza de limpiar mi mente de tantos pensamientos autodestructivos. Tengo una rutina que seguir y no puedo distraerme pensando en lo inevitable. El trabajo, la despedida de soltero, los preparativos, la ceremonia, la fiesta y…trago saliva. La convivencia. La mudanza, el abandono de mi único hogar desde que tengo memoria.

Injusto. Esa es la palabra perfecta para describir mi impotencia. No he pedido este radical cambio en mi vida, no lo quiero, lo odio, lo detesto mucho. Pero a papá no le interesa lo más mínimo lo que quiera o no quiera. Raspo mis brazos con la esponja hasta sentirme satisfecho, respiro hondo. Uno, dos, tres, cuatro veces. Un buen baño siempre me relaja.

Más despejado, afeito la fina capa de vellos que iniciaba a crecer en mi barbilla. Esparzo las cremas faciales por mi rostro y, al acabar, salgo con la toalla en la cintura. No sin antes cersiorar el orden de cada producto. Me fastidian las cosas fuera de lugar. El desorden. La improvisación. Las sorpresas. Los planes inesperados.

¿Ironía o mala suerte?

—¿Te vas a casar y me entero por el correo electrónico de la empresa?

Pego la espalda a la puerta con un salto.

—Teodoro, vas a matarme del susto, imbécil.

Está sentado sobre la mesa de mi escritorio. Como le he pedido un millón de veces que no haga.

—Sabes que odio que digas mi nombre completo. Solo mamá lo hace —se cruza de brazos— cuando está enojada.

—Pues yo estoy enojado. ¿Qué hubiera pasado si decidía salir sin la toalla?

Agarro la ropa que tenía preparada sobre la cama de sábanas grises y vuelvo dentro del baño para cambiarme.

—No tienes derecho a enfadarte conmigo, tú eres quien está por casarse y no me avisó.

El escalofrío que me recorre la espina dorsal es indicativo de lo feliz que me pone que ya todos lo sepan. Y ni siquiera puedo decirle a mi mejor amigo la verdad. Que vida la mía.

—¿Qué? ¿Quieres ser el padrino?

—¡Por supuesto que seré el padrino!

Ruedo los ojos y me subo los pantalones.

—Será la próxima, ya se lo he pedido a Marco.

—Sí, claro —se mofa. Marco es el sinónimo de un grano en el trasero. Ha dedicado sus últimos años en LuceNova ha exigir un puesto mayor. O sea, el mío. Siempre que tiene la oportunidad, se queja sin disimulo de mí y mis supuestos privilegios por ser el hijo del dueño. Si tan solo supiera que Orazio Lombardo me hace la vida imposible desde que llegué al mundo, preferiría renunciar y atender un puesto de hot dogs mugrientos en lugar de envalentonarse contra mi persona o lamer el suelo que papá pisa.

—Idiota lamebotas —escucho farfullar a Teo y sonrío. Estábamos pensando lo mismo. Me esparso loción con toda la pereza del mundo cuando recuerdo que ya estoy listo para la reunión de negocios. He perdido la cuenta de la cantidad que ha habido en esta semana. Tiene su lado positivo. Me impide pensar en la niña mimada con la que acabaré viviendo durante meses. Al menos eso es lo que intento.

—¿Entonces, vas a explicarme?

—No te debo ninguna explicación, en realidad —me excuso. Con Camilla, ni siquiera hemos salido o fingido llevarnos bien. Teo la conoce de vista, nunca le he hablado de ella porque no había necesidad, apuesto a que nos vió pelearnos en alguna ocasión. Puedo mentirle, pero no es tonto, jamás me creerá si de repente, le digo “oh, es que estoy tan enamorado y decidido a unirme en matrimonio con ella por siempre” “olvida mis extensos monólogos sobre lo inconveniente que sería tener una pareja que me distraiga del trabajo. He cambiado repentinamente de opinión. Hace una semana”

No puedo entrar en pánico ahora. Mierda.

—No puedes decirme que esto es normal. Vas a casarte con una chica de la que nunca me hablaste, ¿qué pasó con lo de centrarse en la empresa?

Me encojo de hombros sin mirarlo. Preparo mi bolso y guardo los documentos de forma apresurada. Se acerca un paso.

—¿Recuerdas la cantidad de veces que te invité a beber, relajarnos y a flirtear con chicas y lo rechazaste?

Otro silencio.

—¿Y ahora te casas?

—El alcohol es asqueroso.

—¿Esa es toda tu respuesta? —insiste— Vamos, ni siquiera te he visto entablar una conversación decente con esa chica. Dime la verdad, Angelo, ¿pasó algo?

Ambos sabemos que se refiere a papá.

Cuando tengo el bolso colgado al hombro, tomo fuerzas y me paro frente a él. En sus ojos hay indignación, puedo entenderlo. Pero también está apenado, porque Teo me lo cuenta todo, siempre, desde que nos conocimos hace tres años en el curso de introducción, no ha tenido problemas en abrirse conmigo. Y ahora yo voy a casarme; cree que no confío en él. Además, conoce a Orazio Lombardo, y yo le he contado demasiado como para que sean normales sus dudas.



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En el texto hay: romance, diversión, matrimonioarreglado

Editado: 26.10.2025

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