Giulia siempre se preocupa demasiado. No importa cuánto le repita mi perfecto estado de salud, que el sol me ha dado la suficiente vitamina D en el día o que los vínculos y sentimientos encontrados hacia mis “amigos” —sí, entre comillas— están en su cúspide. No sirve de nada. Yo lo llamo exageración, ella, protección. Aunque nunca me ha molestado.
—¿Tienes esa mochila bien cargada, Cami?
Le lanzo una sonrisa desde la puerta de la cocina que da al patio.
—El tupper con fruta, el sándwich, la botella térmica y las galletas de chocolate —que preparamos juntas—. Sí, estoy segura de que va llena.
Sujeto las correas en mis hombros y asiente conforme. Tiene pequeñas arrugas alrededor de los labios y pocas canas en el cabello castaño. Aun así, luce igual de ligera y dulce como cuando yo era una niña.
—¿Ni un abrazo de despedida para mí? —abre los brazos, y en tres pasos estoy rodeándola con alegría. Me da un beso en cada mejilla antes de dejarme ir en la bicicleta rosa pastel que papá me compró el año pasado. ¿Me sentí ridícula al inicio? Sí. ¿Me ahorra mucho tiempo y dinero? También. Ahora no necesito tomar un taxi o el bus apretujado con desconocidas y sudorosas personas, así que lo agradecí con entusiasmo.
Inhalo profundo, exhalo lento con una sonrisa. Me encanta el mediodía. De los hogares escapa el aroma de la comida preparándose en el horno, al sol aún le quedan muchas horas para esconderse, las calles angostas de Sicilia me facilitan la tarea de apreciar todo dentro de los locales. Es fascinante imaginar la clase de vida que tienen los desconocidos y crearles una historia asombrosa. O incluso ponerme en sus zapatos para practicar mi actuación.
Desde unas niñas luchando con dragones hasta ancianos levantándose de la silla de ruedas y volando hacia las nubes sin un destino en concreto.
Llego y, luego de asegurar la bicicleta, subo los escalones de mármol hasta estar frente al escenario. El lugar solo tiene capacidad para cien personas. Lo adoro, aquí es donde inician mis sueños de ser reconocida como la mejor actriz, con cientos de Oscars ganados y solicitada en cada película de Hollywood. Es pequeño, pero lo más grande en mi carrera hasta ahora. Mi corta y limitada carrera. Pero no es sencillo que alguien te tenga en cuenta dentro del mundo del espectáculo.
Subo los escalones de la tarima.
—Hola, chicos.
Solo Leo y su amigo me devuelven el saludo; el resto está demasiado centrado en leer su diálogo en una hoja. Hasta hay cinco chicas en un círculo ensayando una escena.
Es habitual ese hecho. Soy mala para socializar, incluso rodeada de personas que comprenden mi vocación. Desde la secundaria, mamá mencionó que soy demasiado inquieta, alborotada. Esa realidad se me adhirió como una mancha imborrable. Cada vez me cuesta más ser yo misma con los desconocidos; sencillamente no me sale con tanta facilidad como antes. Sin mencionar que me he cambiado incontables veces de instituto por inconformidades de papá, de mamá y hasta por mis dificultades de adaptación, lo que debilitó y apagó de a poco, mi avidez por conservar amistades duraderas.
Me he planteado, más veces de lo que se consideraría normal, aprovechar mi don como actriz para crear toda una personalidad que encaje con otra persona, así seríamos mejores amigas. Pero de inmediato me di cuenta lo turbio y extraño que sería tal idiotez.
—¡Muy bien, atención! —Nico, el director de la obra, aplaude y todos callan—. Hoy es el tercer ensayo de Boda sangrienta. Leonardo, ¿trajiste el arma de plástico?
El mencionado levanta una escopeta larga de utilería con entusiasmo.
—¡Sí, aquí lo tengo! Mi hermano me matará si se entera de que le…
—Perfecto —lo corta. Sí, Leo puede pasar horas parloteando sobre cualquier cosa y Nico es alguien sin paciencia. Cecilia reprime una carcajada que se escucha en todo el espacio. Erica y Gabriel no tardan en acompañarla. Idiotas.
—Iniciemos con los ejercicios, por favor —mira su reloj de muñeca—. Bien, el espejo será primero.
Dejo la mochila a un costado. Primero me toca con Erica. Con ambas palmas rozándose, nos imitamos. Detesto esta actividad, pero en la preparatoria descubrí lo útil que es. Consigue maravillas con la conexión entre los personajes. Pues bueno, este no es el caso.
Es extraño, lo sé.
¿Por qué alguien tan introvertida escogería dedicar su vida a la exposición e inevitable comunicación con otros desconocidos? Solo tengo una respuesta: la actuación me escogió a mí. Cuando encarno la vida, decisiones y acciones de otras personas, me siento… libre. Libre de mí, de quien soy para los demás y hasta para mi cabeza. No existo; existe el personaje. Se siente increíblemente bien. Pocos podrían comprenderlo.
—¿Te llamas… Candela, cierto?
—Camilla —corrijo con una sonrisa que dice: está bien. No tienes que saberlo. Sé que no nos conocemos.
—Oh, eso. ¿Has estado en todos los ensayos?
Cecilia ladea la cabeza con sus ojos negros llenos de duda. Suspiro desganada.
—Sí, desde el primero.
Pienso en decirle que mi personaje será más secundario que el suyo, tal vez por eso nos hemos visto poco. Pero ¿para qué subirle más el ego a la prepotente protagonista? No hablamos mucho más, y agradezco que Nico esté apurado y nos ponga a ensayar con prisa.
Las horas pasan volando, se me cruza lo irónico del asunto.
¿Boda sangrienta? Lo sé, mala jugada del destino. Como sea, ahora mismo no quiero pensar en Angelo; esto se trata de mi verdadero futuro, no debo relacionarlo con la farsa gestándose fuera de estas paredes.
Cuando terminamos, Nico no se acerca ni me aconseja nada, tampoco corrige mis errores, dejándome con mil dudas. Intento ser positiva: lo he hecho bien, no perfecto. Soy exigente, aunque por hoy tendré que conformarme. Sí, eso haré.
Mi siguiente parada es en Dolce o Amaro, la cafetería donde trabajo. Mi turno comenzará dentro de una hora, pero llego antes para ayudar en la cocina por unos euros extra. Deseé tanto el puesto que, desde mi inicio hace un año, no me he permitido ni una queja.