¡yo me opongo!

5. Cita

Creo que ya lo he asimilado.

El calendario de mi celular marca los doce días y once horas que faltan para la boda. Lo arrojo a la cama.

No es como al inicio, el tema ya está interiorizado y, por completo, asentado en mi cabeza.

Mamá y Bianca han hablado con la planificadora de eventos, floristas, catering, fotógrafo, maquilladora.

Ni me inmuto. Aunque mis manos tiemblan un poco, el rímel mancha mi párpado. Mierda.

Ni siquiera sé para qué me esfuerzo tanto. Debe ser creíble; no iría a una… cita, o lo que sea, sin maquillaje, ¿verdad? Es que nunca he tenido una. Me enfurece estar obligada a esto. Me roba cosas que nunca recuperaré. Claro, no planeo estar en una relación a corto plazo, pero eso no significa que me entusiasme arruinar la ilusión de una primera cita a cambio de tener una falsa con Angelo.

Siempre llevo vestidos, los adoro, son tan cómodos; hoy me declino por uno color jade, con menos volados, según yo, más serio. Y de paso, combina con mis ojos.

Bajo hasta el comedor con mi cartera colgada al hombro. Me recuesto en el sofá e intento que el nudo en mi estómago no me impida disfrutar del almuerzo o, al menos, sudar como una persona normal. No necesito que el maquillaje se corra de lugar otra vez. Ni siquiera puedo distraerme con el móvil, pero no es necesario cuando suena el timbre.

Me apresuro a abrir la puerta.

—¡Cami, aquí estás! —Oh, es Bruno.

—Hola, tío —suspiro aliviada y nos damos un beso en cada mejilla.

—¿Qué ha sido ese tono decaído? No te veo hace como un maldito mes —se ofende.

—Sí, lo siento —me hago a un lado para que entre—. Estoy con la regla.

Miento con la esperanza de incordiarlo y que no haga más preguntas. Pero, vaya, cuánto lo subestimo.

—Oh, está bien. Dime, ¿eres escasa, normal o abundante?

—¿Qué?

—Puedo ir por chocolates y tampones a la farmacia —me apunta—, ¿o usas toallas sanitarias?

—Emm… yo…

—¿La copa? Es más moderno, lo sé, pero mi novia suele…

—No. Estoy perfectamente. Tengo lo necesario, gracias.

Avanza hacia las puertas que dan al estudio de papá.

—Entiendo, sabes que estoy para lo que necesites. Aparte, déjame decirte que la regla no te quita el brillo en el rostro. Luces fantástica.

La sangre sube a mis mejillas y carraspeo.

—Gracias, tío. Pero todo es mérito del maquillaje.

Pone los brazos en jarras.

—Por supuesto que no, tu rostro ya es… —hace una pausa—. Espera, ¿por qué te has arreglado tanto?

Aquí vamos.

—Tengo una cita.

Eleva una ceja.

—¿Con ese chico, Angelo?

Asiento. Bruno lo conoce, toda la familia lo hace gracias a la cercanía de papá y Orazio. Además, nadie se ha quedado sin la invitación para la boda.

—¿Por qué? —Hay un deje de sospecha en su tono—. No me digas, ¿se gustan?

La carcajada me sale de forma tan neurótica que mi tío acaba por espantarse.

—Claro que no. Por Dios santo, ¿lo imaginas?

—No es tan descabellado, se conocen desde siempre y tal vez…

—Es por las apariencias —exclamo con los últimos rastros de risa—. No me fijaría en él ni aunque fuera el único vaso con agua en el desierto.

Papá le tuvo que contar la verdad antes de que intentara impedir la ceremonia por lo inesperado del asunto. ¿Su sobrina? ¿Casarse? Entiendo el estupor. Entrecierra los ojos miel.

—¿Por las apariencias, eh?

—Exacto. El local de comida queda justo frente a la empresa, allí podría cruzarse con la gente adecuada. Y, si no, con suerte, desde las oficinas serán espectadores de nuestra romántica cita.

Es mejor eso que organizar un almuerzo en un restaurante, solos, sin espectadores que nos presionen a fingir. De este modo, es más sencillo y beneficioso. Al menos para empezar.

—Ema dijo que tú aceptaste —apoya la espalda contra la puerta y se cruza de brazos. Aún ni siquiera me ha dado tiempo de aclararle que mi padre está en una reunión en Verto Zanetti.

Ahora es el momento de usar los dotes de actriz que tanto presumo y que me acompañarán por meses.

—Es cierto, en serio. Sé lo que implica.

—Pero…

—Soy consciente de todo el plan, tío —garantizo. Relaja los hombros—. Quiero hacerlo por papá y el futuro de la empresa.

Lo que quiero es tomarme un avión a China y no mirar atrás. Me analiza con lupa; pongo la expresión más neutra y sólida posible. Bruno es demasiado impulsivo, si ve una vacilación en mí, querrá salvarme de mi destino. Ojalá no lo anhelara tanto.

Papá tendrá que recompensarme construyendo una heladería entera y exclusiva con mis sabores favoritos.

—Bien —habla por fin—, supongo que no te someterías a esta locura sin estar segura, ¿verdad?

Asiento como… seis veces.

—Correcto. Así que despreocúpate.

—Sí, claro. Emanuele no lo permitiría si te niegas —murmura mientras se toca el mentón, convencido por fin.

Mi padre y su hermano siempre han tenido buena relación, pero la diferencia de edad es grande. Mientras que Bruno tiene veinticinco años, mi padre ya está en los cuarenta y tres, provocando que el tío viviera su infancia más cerca de mi hermano que de papá. La cosa se agravó cuando el nono falleció hace siete años, a veces creo que mi padre se convirtió en una clase de figura paterna para Bruno por ello. Aunque ambos sean adultos, lo regaña constantemente. Hasta cierto punto es gracioso. Mi tío no tiene una personalidad sencilla de controlar.

—Y, por cierto, papá todavía no ha llegado.

—Lo sabía. Esperaré dentro con las luces apagadas hasta que aparezca y lo espantaré. Hace una cara muy graciosa cuando se asusta —sonríe con malicia.

¿Qué dijo? ¿Lo sabía? ¿Ha venido antes a propósito? ¿Para hablar conmigo? Abre la puerta, entra y, antes de cerrar, susurra:

—Oye, Camilla.

—¿Sí?

—Si por casualidad te arrepientes o solo dudas y necesitas que alguien grite: “yo me opongo” —guiña un ojo—, aquí siempre tienes a un aliado.



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En el texto hay: romance, diversión, matrimonioarreglado

Editado: 11.11.2025

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