Angelo:
Pasamos por un barrio que yo denominaría deshabitado mientras la dejaba en su casa. El semáforo estaba en rojo y Camilla insistió en que avanzara.
—¿Vas a esperar en serio? —chilló—. No pasarán vehículos en esta calle, sé lo que te digo, he nacido por aquí; papá nunca se detiene en esta esquina, Angelo.
Luego, me limité a explicarle lo poco que me interesa lo que su papi hace, lo poco que me importa si no circulan coches aquí y lo irresponsable que era al pedirme que desobedezca las reglas de tránsito.
Oh, y que por eso no conduce un auto propio; que ojalá nunca lo hiciera o alguien acabaría en una tumba. Se enojó.
Por suerte, ya no había un público al que engañar. Pudo lanzarme todos los insultos existentes. Cuando vi su nariz arrugada y los ojos furiosos a los que estoy acostumbrado, deseé retractarme o, al menos, no estar en un lugar tan pequeño y tan cerca de ella. Ante cualquier descuido podría lanzarme su cartera a la cabeza. No sería la primera vez. Tengo la teoría de que está llena de rocas, porque sí, duele.
Al bajar no se despidió, tampoco me miró.
Buena cita.
Comienzo a sospechar que lo de ensayar en privado será imposible. Es que, a veces —casi siempre, de hecho—, no puedo controlar los comentarios malintencionados. Tiene razón, soy yo el que menos colabora. Pero vamos, solo imagina que, de un día para el otro, eligen a esa persona que no te agrada para que le des la mano y finjas quererla, tanto como para desear casarte. Imposible.
Resignado, entro a casa y saludo a María. Huyo a mi cuarto antes de que haga preguntas respecto a una tarde que prefiero eliminar de mi cerebro. Al menos el objetivo principal está logrado. Bueno, solo si he fingido correctamente y si Camilla es tan buena actriz como dice.
Eso es otra cosa en la que no coincidimos. Para que una actividad se considere un trabajo, debe existir la disciplina, la rutina y la estabilidad. Es algo que implica horario, estructura y jerarquía. ¿Actuar? No lo requiere. Por eso ama hacerlo. No entiendo cómo la gente se cree eso de que fingir emociones es una profesión. Yo produzco algo que existe, no una ilusión.
Al menos ahora puedo concederle algo: aparentar que siento poco más que molestia a su lado fue complicado. Aunque solo porque es Camilla; con cualquier otra persona hubiese sido pan comido.
Me la paso constantemente evitando encender el cigarrillo, por eso estoy aquí en mis ratos libres.
Correr siempre me ha servido para despejar la cabeza, olvidar, pensar… o para todo lo contrario. Mis pies ligeros golpean el pavimento de la plaza; la respiración agitada acompaña los latidos de mi corazón y la adrenalina corre por mis venas.
Paso junto al mismo centro de adopción de cachorros, intentando ignorar los rostros peludos y tiernos que me lanzan miradas curiosas.
Ya tienes a Antonio, no necesitas otro, Angelo.
A veces lo traigo conmigo, mas hoy salí apurado. Tengo poco tiempo.
—¡Oye, Angelo! —gritan a mis espaldas. Diego trota hasta quedar junto a mí.
—¿Todo en orden? Pensé que Valeria tenía un acto escolar —la niña es su hermana. Chasquea la lengua.
—Sí, pero se ha suspendido por la tormenta que se aproxima. Estaba muy enojada.
Lanzo una mirada al cielo, tronando sobre nosotros. El viento es refrescante.
Conocí a Diego una tarde corriendo en este mismo lugar. Solo tiene dos años más que yo y coincidimos tantas veces que acabamos hablando, siendo buenos amigos; claro, no lo suficiente como para confesarle que me casaré. No porque no lo quiera allí o no lo considere lo bastante cercano, sino porque es la única persona en mi vida que es ajena a la farsa, con quien no debo fingir que soy un esposo alegre. Aquí está mi respiro de la realidad y no pretendo arruinarlo.
—¿Has visto los letreros? Hay una maratón a fin de año.
Hago una mueca y asiento sin desacelerar el paso.
—Tienen premios hasta el tercer puesto —informo lo que leí en el cartel.
—Soy generoso. Te permitiré entrar en ese rango, al menos en el tercer lugar —choca su hombro con el mío y río.
—Gracias, qué noble de tu parte —niego—, pero no voy a participar.
—¿Por qué? Es aquí, en Sicilia.
Porque no me gusta enfocar mi energía cien por ciento en una cosa que no me llevará a ninguna parte. No me interesa tener una medalla para colgar en mi repisa de adorno. Omitiendo mis complicaciones respecto a la falsa boda, si me involucro en algo, lo hago con todo, no a medias. Y mi concentración está en LuceNova.
Aparte, papá se negaría y hasta amenazaría con despedirme a causa de la “distracción”.
—Lo sé, es que debo viajar hasta Roma en esa fecha por trabajo y no tengo tiempo para prepararme —miento y me esfuerzo para que mi tono no suene tan apenado como me siento. A pesar de los impedimentos, hubiese sido divertido participar.
—Vaya, entiendo. Tal vez la próxima —bebe de su botella—. Yo tal vez lo haga. Sería increíble obtener alguno de los puestos.
—Claro, pero solo tendrás posibilidades si al menos ganas en esta.
—¿Cuál?
—¡Carrera hasta el pino!
Acelero a toda velocidad y me persigue riendo.
—¡Cabrón!