La palabra ajetreada, se queda corta para describir lo estresante que ha sido esta mañana. Los primos, primas, la nona, el nono Braulio, Enzo junto a Tatiana, Giulia, el tío Ernesto y su esposa la tía Dafne, Bruno y su nueva pareja. Ninguno perdió el tiempo a la hora de saludarme antes de irse a la iglesia. Yo aún estaba en casa rezando por que un huracán azotara Sicilia mientras revisaba que no faltara nada en las maletas.
Una para la luna de miel y, al menos, siete para cuando regrese. Papá ya dejó en la casa de la costa muchas de mis pertenencias para ahorrar tiempo.
La Costa Amalfitana es hermosa, hace tres años, mamá y papá celebraron su aniversario en esa playa. Yo y Enzo no fuimos, era cosa de pareja. Pero vi las imágenes del viaje, les dejó muy buena impresión, supongo que por eso es el elegido para la —un escalofrío recorre mi espalda— luna de miel.
—El velo está mal puesto —sí, la nona Aurora controla más que mi madre.
—Ya lo acomodaste tres veces, mamá.
—Y ahora cuatro.
Por fin estoy en el vestíbulo, después de pasar por la pobre peluquera que logró desenredar el nido de pájaros en que se había convertido mi cabello, por la maquilladora, la vestuarista y otras personas cuya función aún no termino de descifrar. No recuerdo ni un solo instante en que mi cuerpo haya estado quieto. ¿Por qué tiemblo tanto?
Solo necesito un segundo a solas para respirar y calmarme, o juro que me arrojaré por la ventana. Seré la novia fugitiva, hasta saldré en las noticias por correr por las calles de Sicilia con este vestido.
He tenido que hablar con el señor Vito y Nicolas luego de la despedida de soltera porque, claro, papá no tuvo el coraje para avisarme antes, que iría a un maldito viaje hasta Campania por tres días a sabiendas de mi negativa. Al inicio sería una semana ausentada en el trabajo, ni más ni menos, pero para la obra no podía irme tanto tiempo y él lo entendió. Después de todo, el principal objetivo es cumplir con las apariencias de esta farsa, no tener un romántico viaje de recién casados.
En fin, gracias a que los hijos de Vito estuvieron presentes en la discoteca, supuso lo del viaje después de la boda y ya tengo un reemplazo. De lo contrario, soportaría la molestia de Orazio y quien sea por cancelar la luna de miel. No le fallaría a don Vito cuando le dió una oportunidad que nadie más quiso ofrecerle a esta novata hace un año, tuvo tantísima paciencia y, encima, yo le avisaba con cuatro días de antelación.
Con Nicolás fue un poco más complicado. Resulta un alivio que no sugiriera expulsarme de la obra, pero es un director exigente; no le gusta la ausencia de ningún actor y, el lunes, no llegaré al ensayo. Aun así, él sabía desde el inicio acerca de mi casamiento y acabó aceptando a regañadientes, con la promesa —o más bien, la amenaza— de tenerme ensayando horas extra a mi regreso. Si me preguntan, una completa exageración por faltar un único día.
Ni siquiera soporto la idea de hacer dicho viaje, pero aquí estamos.
Mi cabello negro cae en ondas, el rímel en las pestañas enfatiza mis ojos verdes. La piel y labios están menos pálidos gracias al rubor y labial. El vestido de gasa me llega a los talones; es sencillo, delicado, con un tono suave que armoniza con la luz dorada del atardecer. Tiene el escote en V y la cintura tan ajustada que me asfixia como todo lo ha hecho desde el principio del acuerdo.
Cuando por fin mamá y la nona sienten que estoy en “óptimas” condiciones y nos informan de que los invitados están en sus lugares, me dejan a solas para llamar a mi padre. Comienzo a dar vueltas en círculos en el reducido espacio.
—Esto es por papá, es por papá, por papá, por papá.
Juego con un mechón de mi cabello y lo repito sin parar. No es posible, apenas recuerdo cómo llegué a la iglesia. He aprendido a meditar hace poco tiempo, pero sé a la perfección que eso ahora no funcionará de nada. Me paro frente al espejo para meterme en la piel de este aterrador personaje. Yo puedo. Aliso la vestimenta con manos temblorosas.
—No entres en pánico. Son negocios Camilla. Solo negocios.
Me voy a casar. Yo. Ahora mismo.
—Si lo piensas, será un segundo. Dices: sí, acepto. Fiesta con la familia y, en Campania, te relajas en la bahía. Son tres días de arena y sol. ¡Eso! enfócate en eso —apunto a mi reflejo—. Vacaciones. Has trabajado todo el año, puedes pagar unos masajes para calmar el dolor en el cuello, broncearte aunque la piel sensible de tu espalda se caiga a pedazos. Y luego jugar al voleibol de playa con tus pésimas habilidades para interactuar con desconocidos y…
—¿Hablando sola, cariño?
Intento recuperar el aire antes de explicarle:
—Es un ejercicio de relajación que me enseñaron hace un tiempo para ser Jo March en las audiciones de Mujercitas, en el instituto. No quedé. Da igual.
Sonríe con nostalgia y coloca las manos sobre mis hombros.
—¿Nerviosa?
—Casi nada, papá —digo sarcástica. Asiente como si de verdad entendiera lo que se siente estar a punto de casarte con el hombre que menos te soporta y al cual detestas desde los once años porque será beneficioso para la empresa de tu padre. Bien, dudo que comprenda. Pero mantengo la boca cerrada con fuerza.
—Sé que todo es muy raro, te prometo que te compensaré con lo que quieras en cuanto acabe —murmura apenado y no tardo en sacudir la cabeza.
Dios. Le haces un favor Camilla, no olvides todo lo que siempre ha hecho por ti. No seas tan desconsiderada.
—No te preocupes papá, estoy ansiosa por viajar y divertirme en la playa, en serio. Esta parte es estresante, pero he trabajado en atención al público por meses —le guiño un ojo—. Esto es pan comido.
Relaja un poco los hombros tensos.
—Gracias, Cami.
—No hay problema.
Cuando creo que va a terminar la charla, pregunta:
—Por cierto, ¿le has dicho algo a Bruno?
—Emm…no, ¿por qué?