¡yo me opongo!

9. Luna de miel

El vuelo ha terminado de empeorar mi dolor en el cuello. Solo una hora sentada en los incómodos asientos y estoy con los músculos más rígidos que mi abuela.

Perdón por eso, nona.

Angelo ha dormido todo el viaje. Oh, bueno, ha intentado hacerlo, por momentos, no dejaba de removerse. Lo entiendo, la fiesta acabó hace pocas horas, apenas tuvimos tiempo de despedirnos para no perder el avión, mas yo no pude pegar un ojo.

Nicole fue reprendida por Bianca y Renata luego del incidente del baño, no paró de pedirme disculpas aunque yo no estaba enojada, solo sorprendida por el repentino cambio de aires en el lugar. Luego de que Bruno fue humillado por meterle los cuernos a esa pobre muchacha a quien ni siquiera le supe el nombre, desapareció por la puerta sin mirar a nadie ni abrir la boca para negar el hecho del cual lo acusaba.

Ya le he mandado mensajes para saber cómo se encuentra. No es la primera pareja que lo deja, pero si es la primera vez que lo cortan por infiel. Habría jurado que mi tío no era de esos. Un hombre puede ser mujeriego, otra cosa es dañar así a quien confía en ti. Me fascinaría escuchar su versión. Cuando se digne a responder el móvil, claro.

La maldición se cumplió, la boda acabó con un poco de escándalo, al menos no fue necesario un hospital en esta ocasión. Y ni yo ni el novio nos acobardamos lo suficiente como para salir corriendo u oponerse a último momento. Así que aquí estamos.

—¿Estás seguro de que Orazio contrató un chofer? —frustrada, masajeo mi cuello. Me he sentado a esperar en el suelo.

—Con papá nunca estoy seguro de nada —repiquetea su pie contra el asfalto—, pero sus negocios están demasiado ligados a la farsa como para arriesgarse a que tomemos un avión de regreso y pongamos en duda el matrimonio.

No lo cuestiono. Si alguien sabe cuando si o cuando no confiar en ese hombre, es su hijo. Ojalá nuestro transporte no llevara media hora de retraso. Muero por dormir sobre una cama.

—Ahí está.

—Oh, por fin —me levanto y me arrastro dentro del auto luego de guardar la maleta en el baúl.

Cuando salimos del aeropuerto, no pierdo la oportunidad de apreciar la nueva vista. Está plagado de personas, la mayoría en traje de baño, con sombrillas en la mano, lentes de sol y protector solar. Me fascina. Amalfi es glamorosa, moderna y hasta ruidosa. De inmediato lo comparo con Sicilia, que es más rústica y diversa, con pueblos tranquilos.

Las casas son de colores pastel (rosa, amarillo, salmón, blanco), con terrazas llenas de flores frescas, escaleras angostas y callejones que serpentean. Abundan los hoteles de lujo. De hecho, frenamos en uno tan espectacular que debo parpadear muchas veces.

—Genial —murmuro. Angelo asiente mientras bajamos del auto.

—Al menos estaremos cómodos —es todo lo que dice. Con las maletas encima, nos dirigimos a la entrada.

En la Costa Amalfitana predomina el estilo mediterráneo clásico, con casas encaladas y terrazas sobre el mar. Los balcones de este hotel parecen flotar sobre el agua si lo miras desde cierta perspectiva.

—Buen día —saluda a la recepcionista—. Tenemos dos habitaciones reservadas.

Si por fuera, resultaba sorprendente, por dentro es tres veces más increíble. Todo está revestido de un mármol celeste y turquesa, tan impecable que las paredes reflejan como espejos. El techo ovalado produce un leve eco que impone respeto y hace que uno se sienta pequeño.

—¿A nombre de quién? —sonríe la elegante mujer de moño apretado.

—Orazio Lombardo.

Me apoyo contra el mostrador, cada vez más ansiosa por recostarme en una de las camas de este costoso lugar. La muchacha revisa la computadora y vacila.

—Sí, tenemos una reservación a su nombre, aunque únicamente es una habitación. Para un matrimonio de recién casados —intercambia la mirada entre él y yo. La sonrisa de ambos se vuelve forzada, Angelo se tensa, pero no más que yo. Carajo.

—Amm…sí, somos nosotros.

—¿Y quieren habitaciones separadas en su luna de miel? —arruga la frente.

—De hecho, sí…

—No, disculpe a mi —carraspeo— marido. Es que recién bajamos de un vuelo largo, si no está en sus cinco sentidos no piensa en lo que dice antes de hablar —le piso el pie y se queja.

—Oh, entiendo, aquí sucede más veces de las que imaginan.

Le sonreímos.

—Entonces todo está en orden —voltea a buscar algo y aprovechamos para lanzarnos una mirada llena de disgusto.

—Aprende a disimular, imbécil —susurro.

—Esta es su llave —la extiende—. Habitación 268.

—Gracias —exclamamos. Llegamos al ascensor, entramos cada quien con su equipaje en mano.

—Casi me sacas un dedo.

—No exageres.

—Tienes el pie pesado.

—Y tú una mala actuación. Debemos fingir una relación estable por doce meses, comienza a colaborar porque esto será un infierno para los dos. Deja de cometer errores tan tontos, Angelo —lo riño, sacando las ganas de hacerlo desde que ayer en la boda tuvieron que arrastrarlo para conseguir que bailara al menos una vez.

No responde, como si validara mi repentina alteración, pero da igual, la puerta se abre, yo soy la primera en salir. Él tiene la llave y, en cuanto abre, corro dentro.

—¡Auch!

—Lo siento —aclamo sin mirarlo. La ruedita de mi valija le ha dado en el mismo dedo que antes aplasté. Una pena.

—¿Qué trajiste? ¿Ladrillos?

—Si, usaré uno cada vez que me fastidies.

Su respuesta, es sacudir la cabeza.

La habitación de lujo no decepciona. Lo primero que se aprecia al entrar, es el cristal que va desde el suelo al techo, iluminando todo el cuarto con luz natural, afuera hay un balcón con una mesa y dos sillas con almohadones.

Justo al lado del cristal, está una puerta de madera blanca y la abro. Es el baño. Tan espacioso como para siete personas. La bañera de piedra tallada está justo en el centro, con cremas y jabones corporales de obsequio. Los robaré sin dudas. Me percato de unos botones que tiene detrás. ¡¿Hace masajes?! ¡Genial!



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En el texto hay: romance, diversión, matrimonioarreglado

Editado: 08.12.2025

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