¡yo me opongo!

10. Romper el hielo

Muchos dirían que es deprimente pasar la segunda noche de tu luna de miel bebiendo sola en un bar. Pues no muchos conocen mi verdadera situación. Así que, pasados veinte minutos de espera sentada en la barra, pido un Shirley Temple. ¿Alguna vez lo he probado? No, pero la imagen que mostraban en la carta lo hacían ver muy apetitoso, y no me negaré a conocer cosas nuevas.

Tomo la bebida exótica sin alcohol, incluso me como la cereza y mastico la rodaja de naranja que tiene como acompañamiento. Luego pido, por favor, otra. No me equivoqué, está deliciosa. Además, tengo la tarjeta de papá para gastar en lo que me dé la gana.

En el lugar predominan los colores negros, grices y marrones. Hay más madera, probablemente caoba, de lo esperado. El jazz en los parlantes tiene un volúmen bajo, permitiendo que se escuche el bullicio de los presentes, en su mayoría, rodeando las dos mesas de billar en el costado izquierdo de la barra. Tengo entendido que en el segundo piso hay otras. La iluminación es tenue, creando una atmósfera íntima y discreta.

Doy un trago y suspiro. Tal vez debería acercarme a esas personas e intentar jugar al pool. Me ayudaría a sentirme una chica normal de dieciocho años que entabla amistades con desconocidos por mera diversión. Me pregunto si en los próximos meses me sentiré así de sola siempre.

Exhalo con desgano. Esto es aburrido, debería…

—Lamento la demora.

El cuello me truena al girarlo. Ha venido. Se sienta junto a mí y me lanza una mirada.

—¿Por qué me miras como si fuese un extraterrestre? —se pone a la defensiva. Regreso la vista al frente y me remuevo.

—Pensé que no vendrías.

El mismo perfume de siempre me obliga a arrugar la nariz. Recién afeitado, el cabello húmedo, la camiseta blanca, el mal humor. Impecable. Con razón tardó tanto. Meticuloso hasta para ir a beber en un bar en una ciudad donde nadie te conoce. Seguro que limpió y secó hasta la última gota en la ducha.

—En serio no crees lo que te he dicho antes —resopla—. Esto tiene que funcionar, Camilla.

—Lo sé. Tú eres quien ha tardado más en procesarlo, no yo.

—Tal vez, si no permitieras que chicos en la playa coquetéen contigo, te creería.

—Él se acercó de repente. Y yo no…

—Pero no volverá a ocurrir. El objetivo es conseguir una convivencia normal, así que he estado pensado en una dinámica que ayudará.

Aguanto las ganas de estrangularlo. Detesto cuando me interrumpe. Sin embargo, lo de la “dinámica” me llama la atención.

—¿Qué dinámica?

Hace un gesto hacia el bartender.

—¿Me traes dos shot de tequila?

El hombre asiente y nos entrega una botella con dos vasos de cristal pequeños.

—Es un juego simple. Debemos decir tres cosas. Dos verdades y una mentira. Luego tienes que adivinar la mentira. Simple.

—Amm… ¿y crees que eso nos ayudará?

—No lo sé, ¿de acuerdo? Tal vez para romper el hielo, conocernos mejor o algo así, estoy improvisando —sacude las manos y llena los vasos.

—Pero dijiste que era algo que “has estado pensando” —hago comillas en el aire.

—Bien, mentí. Lo vi en una película y, en cuanto visualicé el tequila en la repisa, me acordé. Pensé que sería buena idea. ¿Contenta?

—No diría que estoy precisamente contenta.

—¿Juegas o no?

Toco mi mentón sin prisas.

—Tengo el presentimiento que cualquier intento de juego contigo acabaría con trampas de tu parte.

—Ya veo. Buscas excusas —sonríe de lado—. ¿Qué sucede, cariño? ¿Tienes miedo de un par de tragos de tequila, verdad?

Muerdo mi labio inferior, consciente, no solo del reto en su tono, sino de que, por primera vez, parece querer hacer algo en serio para que convivamos en paz y no puedo desaprovecharlo.

—Bien. Juguemos.

Los nervios vibran bajo mi piel sin una razón en particular. Esta vez, su sonrisa es completa.

—Tú empiezas.

Contemplo la botella mientras planteo lo que diré. Es tan extraño conocernos desde niños y en realidad no saber nada del otro —además de que es un completo imbécil—. Al menos sé que ganaré.

—Lo tengo. Odio el sushi, adoro estos tacones —los apunto— y El titanic es con la película que más he llorado.

—¿En serio? ¿Lo harás tan sencillo? —Parece relajado.

—Veo que estás muy convencido de que lo es.

—Si quieres me tomaré un momento, pero estoy bastante convencido de cuál es una mentira.

—Pues habla, genio.

—Puedo imaginarte llorando por esa película y el trágico desenlace para Rose y Jack, puedo asegurar que tu padre compró los costosos tacones a pedido tuyo —enumera con los dedos— y sé que amas el sushi. Diría que es tu comida favorita. Apuesto a que el delivery conoce la ubicación de tu casa a la perfección por ello.

—¿Ah, sí?

—El sushi es comida de ricos y, oh sorpresa, de chicas mimadas.

Juraría que Angelo también tiene padres adinerados, pero no lo saco a relucir.

—¿Respuesta definitiva?

—Respuesta definitiva. Lo del sushi es mentira.

—Incorrecto.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Incorrecto —hago hincapié.

Frunce el ceño sin creerme.

—Y decías que yo era el tramposo.

—¿Discúlpame? ¿Ahora resulta que tú me conoces mejor de lo que yo me conozco? —pregunto indignada.

—Pero juraría que te he visto comiéndolo —alega con recelo.

—En tus sueños será —me espanto.

Lo piensa un instante, exageradamente confuso.

—¿Lo de El titanic era mentira, entonces?

Me molesta que esa sea su segunda opción.

—No, Angelo. Detesto los tacones, ¿de acuerdo? Nunca uso. Me están destrozando los pies.

No estoy acostumbrada a usar un par de estos, por lo mismo, no lo consideré mucho cuando quise llegar hasta aquí caminando. Los quería estrenar, pero las ampollas ya se están formando hasta en los tobillos.

Arruga la frente. ¿Qué tan improbable le parece?

—Has perdido —extiendo su chupito—. Cumple y bebe todo. Hasta la última gota, cielo.



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En el texto hay: romance, diversión, matrimonioarreglado

Editado: 20.12.2025

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