Yo no creo en las hadas

Evento Paranormal

La puerta casi se hizo rotativa cuando Mina ingresó corriendo. Todo estaba oscuro, su padre no había regresado de trabajar y su madrastra seguía de viaje por el norte, no volvería hasta dentro de una semana.

- Bien, estoy en casa...

¡Hey, tú!- Mina volteó veloz y sus ojos se clavaron en los de él, que eran negros y estaban ardientes de enojo. - Me atropellaste con tu bicicleta.- Dijo desde el otro lado de la puerta.

- ¡AAAHHHH!- Mina subió corriendo las escaleras y se encerró en su cuarto. - No, no, no...

Oh, sí...- Otra vez esa voz. Volteó y lo vio en su ventana como si esta no estuviera a unos cinco metros del suelo. - Me dolió, niña¿sabes lo que sucederá contigo ahora?Mina no podía respirar sin pensar que debía hacerlo. El sujeto se veía muy enojado, con ansias salvajes por vengarse.

- Dios mío...- Mina se acercó lentamente hacia donde estaba el atropellado con cabello de estrella de rock y no logró desviar su mirada de él, como si fuese un imán. Estaba todo golpeado, tenía algunos leves rasguños en la mejilla y un corte en el labio. Su racionalidad no le permitía comprender lo que sus ojos le mostraban: el sujeto estaba flotando del lado de afuera de la ventana, a cinco metros sobre el suelo.

Abre la ventana.- Mina no lo oía bien, el desconcierto no se lo permitía. El sujeto hizo gestos claros de impaciencia. Tenía (o al menos eso creyó Mina) los ojos delineados en un brillante y oscuro negro salvaje. El sujeto volador golpeó el cristal con su mano larga y pálida.

- ¡Abre la ventana, niña!- A pesar de que había tenido cientos de charlas que le ordenaban exactamente lo contrario, Mina se acercó. El miedo en el semblante y el temblor en el cuerpo la dominó, pero cuando estuvo por poner la mano en la manija de hierro, el sujeto se estremeció, miró a ambos lados y pareció esquivar algo. Mina no vio nada, pero él siguió moviéndose de manera extraña.

En su boca apareció una mordaza de cuero negro con inscripciones extrañas en dorado, como antiguos jeroglíficos egipcios o símbolos religiosos; sus brazos y pies quedaron completamente atados por sogas que parecían herirlo ya que su piel comenzó a irritarse. Parecía gruñir de dolor y parpadeaba con esfuerzo: lo que sea que deseaba agarrarlo, lo había logrado, lo tenía en su dominio. Sus ojos brillaron más y más, y unas enormes alas rompieron su camisa. Eran tan grandes que ocultaban la vista del árbol que había detrás. Era la transparencia de la membrana la que permitía ver varias venas doradas y plateadas.

Mina volvió a gritar llena de miedo y terminó arrinconada a un lado de la gaveta.

En solo un segundo, el sujeto desapareció de su vista.

Mina no recordaba cuándo fue la última vez que había tenido tanto miedo: podía ser la vez que la tormenta eléctrica abrió la ventana de un solo golpe o cuando un fantasma llenó la pantalla de su televisor y luego temió apagar la luz por las noches. No podía decidirse, pero lo que había ocurrido en su habitación era sin duda mucho peor. 
 

(CONTINUARÁ)

 




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