Yo no creo en las hadas

Nuevo Mundo

La caminata rumbo al colegio la mañana siguiente fue extraña. Mina no estaba segura de si lo que había ocurrido fue un sueño extremadamente realista o una realidad demasiado fantástica.

La imagen del chico asustado, siendo atado por sogas invisibles la llenó de pavor, de misterio, de preguntas sobre su estado mental y sobre lo que debía o no contar a sus amigas: el choque con la bicicleta, el chico que parecía muerto, el mismo chico muerto del lado de afuera de la ventana, flotando determinantemente y luego su repentina desaparición.

¿Podía contar algo? No, la creerían loca y la encerrarían en un manicomio para alimentarla con calmantes.

La calle se veía desértica. No quería estar en su casa, cada vez que veía hacia la ventana le temblaba todo el cuerpo, por lo que decidió dar una vuelta. De repente, el paseo que iba a dar quedó en suspenso: algo o alguien la sostuvo del tobillo y pegó su pie al pavimento.

- ¿Qué?- Pero no podía moverlo, entonces el otro pie tampoco le hizo caso. Estaba siendo atado tal y como le ocurrió al muchacho volador.

Tomó aire para gritar, pero su voz no salió por la boca. No salió por ningún poro de su cuerpo. Pedir auxilio fue inútil.

Sus manos, piernas, boca, cuello, todo estaba atado, amarrado por algo o alguien cuyas intenciones no eran benévolas.

Comenzó a sentir que la apretaban de todos lados, como un fuerte abrazo de un pulpo gigante. Se tambaleó y comenzó a caer hacia adelante. El suelo se acercaba tan veloz que supo que el dolor del golpe sería realmente intenso, pero para su sorpresa siguió de largo.

El suelo se abrió ate su tacto. Siguió bajando hasta que su cuerpo quedó colgando del otro lado de la tierra, viendo cómo crecen los árboles desde abajo. El desconcierto fue tal que el desmayo no tardó en aparecer.

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Colgaba de cabeza desde hacía treinta segundos. Seguía con la boca callada por una mano invisible, el cuerpo adormilado y caliente, y los ojos teñidos de rojo por la acción de la gravedad. 

Al abrirlos, el paisaje que se mostró ante ella provocó severos temblores cargados de terror: un arroyo rosado corría bajo su cabeza, el cielo no existía, había sido sustituido por raíces arbóreas tan retorcidas como bucles. Iban y venían generando un amarronado enrejado, fresco y vivo, por el cual circulaba agua que descendía y nutría el suelo floreado más abajo. Notó leves destellos en esas ramas del cielo y supo que eso permitía ver como si fuera una noche extremadamente estrellada.

De repente escuchó un traqueteo. Un coche tirado por criaturas extrañas de pelaje rizado hasta el suelo, se detuvo justo bajo ella.

- Es la criminal.- Dijeron al señalarla. Con esa palabra, Mina se veía a ella misma encerrada en una prisión bajo tierra por el resto de su vida.

El miedo corrió una segunda vez y el desmayo volvió a dominar su mente.

 

(CONTINUARÁ)




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