Yo no creo en las hadas

Problema y Solución

- La tengo, córtala.

- Bien, sostenla porque se matará si cae.- Lo que decían esos extraños no la dejaba tranquila pese a que estaban quitándola de ese enredo misterioso.

- Ya está, ponla detrás.

- Eres super inteligente, ¿dónde más la voy a poner?

- No lo sé, olvidas que es una delincuente y tal vez quieres sentarla entre ambos. No olvidaré lo que pasó con aquel niño escocés.

- ¿Cómo crees? Ya cállate, Rod. Ese niño era un bebé, además, fue hace casi veinte años, ya supéralo. Vámonos de aquí.- Los sujetos hablaban de Mina como si ella no estuviese presente.

Delincuente. 

Una palabra que llevaba consecuencias horrendas, difíciles de olvidar. La duda extraordinaria: la razón, el porqué la llamaban de esa manera, ¿acaso había cometido un crimen atroz del cual no estaba enterada?, ¿no creer en las hadas era un delito penado en algún lugar del universo?, ¿cómo rayos iba a saberlo?

Comenzó a sentir náuseas, dolor de estómago y las manos le sudaban.

- Rumbo a palacio.

- ¿A palacio?

- Sí, Rod, ¿dónde más crees que se llevan a los delincuentes?

- A la cárcel, a la horca, a los laboratorios, a otras tierras y distritos, al lago de la perdición, al desierto de Escarlata para que mueran de frío, de hambre y de horribles alucinaciones, al Exilio Negro, la lista es infinita.

- Tienes un punto, pero iremos a palacio, deben juzgarla y dictar sentencia.- Sin preocuparse por el pobre paquete atado en la carrocería, comenzaron a regresar por donde habían venido, con las indicaciones exactas y los horarios pactados, perfectamente organizados.

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- Traemos a la delincuente.

- Muy bien.- Dijo el guardia gigante que había pedido sus documentos en la puerta del castillo.

Mina no podía dejar de temblar. El cielo (que era la contracara del suelo de su barrio) había florecido como si la primavera hubiese caído sobre ellos, por lo que desde las alturas caían ramas con flores de todos los colores, como si el cielo nocturno tuviera pétalos y margaritas en lugar de estrellas; esa extraña luminiscencia amarillenta que simulaba los rayos solares se habían intensificado. 

Árboles gigantes, de tronco grueso como los legendarios Baobabs africanos, estaban distribuidos de una manera estratégica: había uno cada kilómetro y parecían sostener la construcción enredada de arriba. En esa gran cueva de raíces, Mina no vio escapatoria posible.

- Bien. Bájala.- El guardia que respondía al nombre de Bren, abrió la puerta de la carroza con fuerza, dejando una gran apertura por la cual escapar.

- Ven, niña.- Tomó las ataduras con una mano y la levantó como si no pesara más de dos gramos. La llevaba con delicadeza a pesar de todo. Tal vez Rod no pensaba que fuera mala, tal vez dudaba de su nivel de peligrosidad diagnosticable por los jurados.

- Mira, niña, ahora verás al Colegiado, los que guían nuestra vida y aplican las reglas, lo que significa que serán los que decidan si eres culpable o inocente. No temas, los castigos son tan severos que mueres al primer aplique. Lo bueno es que no sentirás nada.- Comenzó a reírse como si hubiese sido un buen chiste. - Lo lamento, seguro estás asustada.

¿Castigos? ¿Sería castigada por un colegiado? ¿Qué rayos era un colegiado y por qué era tan importante?

Un gran salón se abrió ante los tres. Era la viva imagen de una burbuja: una gran esfera de vidrio esmerilado cuyas columnas, también curvas y llenas de marcas tatuadas a fuego, estaban llenas de flores y de agua que caía como si fuera a través de un cuentagotas.

Con ventanas ovoides a los lados, una gran mesa de madera negra permitía que cinco torsos esbeltos, delgados, coronados y serios esperaran en silencio a que Rod dejara a la prisionera en su asiento.

- Es apenas una chiquilla.

- Es una delincuente.- Dijo la mujer estirada de piel gris. Eran cinco, pero sus presencias viciaban el aire como si fuesen una multitud enfurecida. Ninguno se movía, ninguno parecía siquiera respirar.

Mina fue depositada en una pequeña banqueta de madera negra y, luego de que el guardia la hubo dejado y retrocedido, unos barrotes negro surgieron del suelo y la aprisionaron como garras. No había mucho espacio en esa jaula, pero podía moverse sin problemas. Antes de entrar en desesperación.

Mina sintió cómo las ataduras de su boca se deshicieron. Podía volver a hablar.

- Niña...

- ¿Qué es todo esto? ¿Dónde estoy?

- Antes de exigir deberías dar. Los cargos.- Pidió con altanería al hombrecillo bajo y de abdomen robusto que, claramente, no pertenecía al equipo.

- "La acusada de nombre Mina se encuentra detenida bajo sospecha de haber cometido un crimen atroz que consta de haber atropellado con una bicicleta a un ciudadano del reino negro, nacido y criado en las tierras negras, sección subterránea oeste, y así revelar su existencia a los naturales, poniendo en peligro el secreto de su esencia milenaria y mágica, haciendo que cualquier ser natural pudiera encontrar el mundo que tanto hemos tratado de proteger, conociendo su ubicación y pudiendo así compartirla con otros de su especie. Por estos hechos el Colegiado se reúne hoy para decidir su inmediata sentencia".- El hombre leyó con decisión y porte, no había duda de que todo el salón, por más lleno que pudiera llegar a estar, era capaz de oírlo.

- Culpable. Vivirá bajo las leyes místicas en una prisión cónclave hasta que haya olvidado lo que ocurrió. Se verá obligada a asistir diariamente a los laboratorios ubicados en los confines montañosos, para borrar cualquier rastro de memoria de este sitio, sujeto, ser viviente, sospecha de este mundo, recuerdo, imagen y otro. También su familia sufrirá una necesaria afección que permitirá olvidar su ausencia por el tiempo que sea requerido para completar la misión de olvido eterno. No podrá comunicarse con seres del mundo externo ni oriundos de las tierras negras. No podrá salir sin autorización ni acompañamiento entrenado. No podrá revertir su situación si no coopera con la decisión del Colegiado Subterráneo de Hadas Negras, cuya palabra es final y definitiva. Los criminales deben ser castigos. Estamos para establecer un orden estricto y sumiso, que permita que la seguridad de los vivientes sea inquebrantable, respetando las leyes y efectuando las sentencias. Caso cerrado.- La mujer grisácea golpeó su palma contra la mesa y un extraño remolino verde se llevó todo lo que allí había: la mesa, las sillas y hasta los sujetos raros.




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