- ¡Malditos! ¿Por qué tienen que hacer bien su trabajo? Mina... Escucha, podemos salir de aquí... Vamos a...- Milo no tenía un plan, no tenía ideas, no tenía estrategias para librarse de este enredo...
Estaba realmente asustado: sus ojos fijos en la madera, casi pegados a los pies de Mina; su pálida tez había adoptado un color rojizo acalorado y se había bañado en un sudor brillante que reflejaba sus dudas.
- ¡Entréguense! ¡Salgan en paz y la muerte no será más que un suspiro!- Milo temía que fuera así, y también temía que no lo fuera. Ser detenidos ya era contraproducente para sus propósitos, pero ser asesinados...
- Mina, corre y salta por la ventana de atrás, la que está en la habitación, yo los distraeré...
- ¿Qué? ¿Estás mal de la cabeza? No puedo irme sin ti. No conozco el sitio, ¿adónde voy a ir?
- Mejor uno que ambos, ¿no crees?
- Odio cada palabra en esa oración.
- Mina, has leído lo suficiente, sabes lo que puedes hacer y cómo hacerlo... Podrás luchar sin mí. Descuida...- Milo pasó su mano por su mejilla. - Nunca pensé que terminaría siendo arrestado por una natural... - Su rostro se volvió sombrío. - Ojalá te hubiera conocido en otro tiempo. - Sonrió de lado y pestañeó para desviar la mirada hacia sus labios.
- ¡SALGAN AHORA! - Los gritos de los gendarmes vestidos como samuráis de color rojo, listos para la batalla, no los quitaron de su ensimismamiento. Mina lo miraba fijamente.
- No quiero dejarte solo.
- No estaré solo si logras vivir, descuida...- Volvió a rozar su mejilla. - Eres una natural muy fuerte y valiente, Mina, no creas lo contrario nunca.- Mina no pudo esperar y se abalanzó sobre Milo. El abrazo lo tomó desprevenido y les permitió ver más imágenes:
Milo corriendo con amigos.
Mina tomando un helado bajo el sol.
Se separaron confundidos. Aún no entendían cómo ocurría, pero era interesante conocer a alguien al leer sus recuerdos.
Mina lo soltó y se fue hacia atrás, a la parte más posterior de la casa. Tenía todavía la imagen de Milo corriendo feliz con sus amigos. La hizo sonreír a ella también.
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Milo sabía que su hora había llegado. Los guardias habían prometido que la muerte sería como un suspiro, lo que implicaba que la velocidad era el factor principal.
Milo giró hacia la puerta a sus espaldas y tomó la manija. Estaba listo. Había nacido listo y con tantas luchas que lo habían llevado a ser como era, no debía tener miedo. No lo tenía, sino que lo llenaba una sensación totalmente diferente: extrañeza. Sentía una punzada que le decía que la despedida sería más dolorosa esta vez, que en realidad no quería hacer esto, que morir no sería heroico ni valiente; la muerte sería desperdiciar la vida que podría tener junto a ella.
¿Por qué pensaba en Mina? Esto de poder entrar en la mente de otra persona se estaba volviendo una gran desventaja. No era más que una natural desprolija, torpe, sentimental y solitaria... ¿Qué tenía de bueno?: que lo había superado. Fue en ese momento en el que Milo se dio cuenta de que la admiraba, de que quería ser como ella: subversiva, agresiva, decidida y, a la vez, sensible.
- Los cristales de... quien sea, ¿en qué estoy pensando?- Milo golpeó su cabeza contra la puerta y rió por sentirse como un idiota y no como el caballero de dorada armadura como había vendido que era.
- Soy patético...- Se dijo. Miró hacia atrás y Mina ya no estaba allí. Había logrado salir. - Bien, aún hay esperanza.- Y abrió la puerta.
El grito que pegó con los ojos cerrados para recibir la muerte valientemente no fue callado por ninguna espada, flecha, puñetazo, bomba o impacto. Nada. Siguió gritando con los brazos en cruz y mirando al cielo, pero la muerte prometida nunca llegó.
Nada ocurrió.
Cuando abrió los ojos la vio: Mina estaba sobre el techo de la casa, con sus manos hacia los hombres samurái y estos tirados en el suelo, totalmente calcinados.
- Huele a asado.
- Milo...- Mina bajó los brazos y cayó desmayada en el techo. Rodó violentamente hacia el suelo.
- Ay, no...- Milo la miró. - Te tengo, te tengo, te tengo...- Y llegó atajarla a solo un metro del suelo. Nuevamente la visiones de Mina pasaron a Milo, quién en esta ocasión pudo divisar a una niña de rulos que jugaba en una plaza. Una niña que esperaba a la salida de un hospital. Bella como Mina, tan callada y misteriosa, tan absorta en lo que sucedía dentro que había dejado de hamacarse por un buen rato. Lágrimas. Llanto. Dolor. Dolor que Milo pudo ver en su mirada. Un hombre salió y se acercó a ella. Lloraba de igual manera.
Milo regresó tras comprenderlo.
Mina estaba totalmente dormida con una expresión que le decía que, como él, había visto su pasado.
- Energía pura... ¿Qué eres, niña? ¿Por qué pasan estas cosas?
- ¡Milo! -Era su amigo, Teo- ¿Qué pasó? ¿Por qué está dormida? No le diste somníferos para plantas carnívoras como hiciste con mi hermano, ¿verdad? ¡¿Qué ha pasado aquí?!
- El somnífero, un clásico... gracias por traerme ese recuerdo ahora. No, no le di nada. Eso lo hice solo con Jersey... y Saori, pero no dejaba de acosarme. -Ambos fueron hacia la casa, discutiendo la relativa benevolencia de Milo y el porqué de diez cuerpos calcinados en el jardín.
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- ¿Manipuló una increíble cantidad de energía eléctrica y mató a diez guardias del colegiado que los habían enviado para matarlos a ustedes? Sí, qué bien, como si no estuviéramos en problemas ya.
- ¿Qué preferías? ¿Qué nos mataran a ambos? Tus deseos son bastante cuestionables, Teo.
- Cómo sea, y ¿Ahora qué?
- Manipuló la esencia del reino místico en dos días de estadía. Creo que descubrir cómo manipula la energía sin que caiga desmayada es el secreto para ganar esta batalla. Ella tiene algo diferente, no sé qué sea, pero siento que así es.
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una historia de amor, traiciones y secretos familiares, batallas fantasticas
Editado: 19.10.2025