¡yo no estoy loco!

Salvación

Todos querrán convencerme de que fue una locura, pero deben entenderme porque lo hice. ¿creen que no fue duro para mí? ¿Creen que no fue difícil ir a casa y pedirle a mi hermana que suspendiera sus actividades un sábado para poder ayudarme con un trabajo final que tenía que entregar para la estúpida escuela? ¿Que no aprovechara el momento en que papá y mamá iban a casa de mis abuelos, como hacían todos los fines de semana, a seguir hablando de su perfecta hija y a seguir comparándonos? Claro que no fue fácil. No fue fácil pedirle que leyera las consignas, mientras yo me dirigía al garaje en busca de un martillo que tenía guardado. No fue fácil acercarme a ella mientras seguía leyendo mi cuaderno.

Jamás olvidare aquellas imágenes. El corazón me palpitaba a mil por hora, el sudor hacía que el mango de madera se me resbalara entre los dedos. Y el saber que cada paso que daba, era un segundo menos de vida que tenía mi hermana.

Llegado el momento de hacer lo que tenía que hacer, me entraron dudas. Otra vez mi maldito cerebro defectuoso jodiéndome. Entonces me apresure a actuar, sabía que si me daba lugar a pensar no lo haría jamás. Pero en el apuro no pude darle el golpe certero en la nuca que sé que la hubiese matado rápido y sin dolor. Me habría ahorrado todo el maldito dramatismo que ahora me persigue. En cambio, de eso el martillo golpeo con fuerza a un costado de su cabeza.

Daiana dio un grito ahogado de dolor y cayó a un costado. Me quede paralizado por un momento. Mi plan, al igual que todos los planes que intentaba, había fallado. Por un momento pensé en pedirle disculpas y olvidar aquello. ¿Pero cuál sería la consecuencia de este acto? Si mis padres no me odiaban todavía, esta acción definitivamente habría acabado mi relación con ellos. Pero la muerte de Daiana lo haría de todas formas. Entonces me recordé a mí mismo porque estaba haciendo esto. No se trataba de ella, ni de mis padres, sino de mí mismo. De mi dolor. Daiana representaba el dolor que sentía por no coincidir en este mundo. Aunque el mundo no fuese a cambiar, sabía que al menos asesinarla me traería algo de paz mental. Y esa paz mental era más fuerte que el dolor que me causaría al matarla.

Así que deje de dudar. Mientras la veía gateando, mareada por el golpe, intentando alejarse de mí. Arremetí nuevamente contra ella. Traté de dárselo en la nuca para matarla rápido, yo no quería que sufriera. Pero su instinto de supervivencia hizo que se protegiera y entonces le golpee los dedos de las manos. Ella gritó nuevamente, mientras chillaba mi nombre rogándome que parara por favor. Al escuchar su voz, estuve a punto de quebrarme, de detenerme. Pero sabía que era la única oportunidad que tenía. Me forcé a no escucharla, a fingir que era una persona que odiaba con toda mi alma.

La tome de los pelos, y golpee fuertemente su cara desprotegida con el martillo. El golpe la hizo caer boca arriba. Me salpico su perfecta sangre roja en mi cara. Mientras ella gritaba a duras penas, pues la sangre empezó a ahogarla, yo me limpie el rostro rápidamente. No pude aguantar su sollozo interrumpido de escupitajos de sangre. Me armé de muchísimo valor y la golpeé nuevamente en el rostro. Y después otra vez, y otra vez, y otra vez. La golpee sin mirarla mientras oía el ruido del acero del martillo machucando su carne y su cráneo. Sus gritos se volvieron cada vez menos audibles. Después solo hubo silencio. Yo, como si una maquina me poseyera, continué golpeando su cuerpo ya muerto. No podía parar, mientras lloraba y le pedía perdón.

Cuando al fin encontré la fuerza para detenerme, caí exhausto al suelo. Miré el martillo, y ver parte de su liquido cerebral en él fue suficiente para comprobar que Daiana ya estaba bien muerta. Cargué mi mochila con algo de ropa y dinero que le saqué a mis padres y me di a la fuga.

Creo que no hace falta aclarar que mis padres descubrieron todo y que fui el primer sospechoso del crimen para la policía. Ni siquiera me molesté en tratar de encubrir la evidencia, pues ya lo había planeado todo.

Desde antes de planear la muerte de Daiana, ya había aceptado que mi vida asquerosamente rutinaria y sin sentido había terminado. No tenía ningún otro plan más que eliminar el foco de mi infelicidad, pero el plan no estaba completo. Yo no iría a la cárcel. Todavía tenía que terminar lo que había empezado.

Así que esa es la razón por la que escribo, a modo de confesión, esto. Lo hago mientras tengo en el suelo, a los pies de mi mesa, a mis padres forcejeando por liberarse de los costales en los que los puse. Ellos no saben quién los ha secuestrado. Y no lo sabrán nunca.

No espero que nadie entienda mis razones para hacer esto. Simplemente quería que todos supieran que no estoy loco, que no actúe bajo los efectos, ni de las drogas, ni de la ira. Que solo estoy devolviéndole al mundo un poco del dolor que siempre me causó.

Que todos, amigos, vecinos y familiares, sepan que mis padres no volverán. Los reuniré con su amada hija en el cielo. Pero no se preocupen, la muerte de Daiana me dio la experiencia que necesitaba. El martillo esta vez no vacilara en mis manos. No temblare y le daré a mis padres una muerte rápida e indolora.

No temo a lo que pueda depararme el futuro, al menos no en esta vida. De todas formas cuando los rayos del sol aparezcan por el este, yo ya habré dejado este asqueroso e injusto mundo para siempre.



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En el texto hay: crimen, horror y sangre, psicosis terror psicologico

Editado: 12.10.2020

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