Jueves, 14 de agosto del 2014.
Hay seres humanos que causan felicidad al lugar donde llegan. Personas que entran a tu vida de la manera menos esperada y más hermosa de todas, algo así como la formación de una danza perfectamente sincronizada entre una multitud y, por más loco que suene, estas personas te ayudan a sonreír como si te estuviera sucediendo la más grande de las hazañas, te ayudan a sentir paz o te dan una sobredosis de amor pero, sobre todo, te enseñan a aprovechar y a estimar hasta el último detalle de este monopolio al que llamamos vida. Y no hay nada más hermoso que la sensación de una nueva persona intentando conocer tus gustos, tu manera de ver las cosas y tus planes a futuro. Entonces llegan los nervios cada vez que tienes una cita con él o con ella, las sonrisas que se escapan entre los besos, los abrazos o las largas noches de insomnio entre charlas sinceras.
A pesar de esto, hay otro tipo de personas, que por cosas del destino también llegan a tu vida. Personas que con el paso de los segundos, minutos, horas, días, meses o, no lo sé, quizás años, te intoxican hasta la última célula de tu cuerpo. Es ahí cuando tenemos que tomar una decisión. Podríamos continuar con las mentiras, las lágrimas, los malos recuerdos o tomar una de las decisiones más difíciles a las que nos podemos someter, dejarla ir. Mentiría al decir que es algo sencillo de hacer, porque estamos dejando que una pequeña parte de nosotros se vaya, una pequeña parte que quizás jamás volverá, pero la sensación de libertad es la recompensa de todo ese tiempo en el que sufrimos. Luego, solo es cuestión de tiempo para superar. Algo que papá jamás hizo.
Sus días de sufrimiento habían aumentado con el paso de los años. Nos había tocado a nosotros descubrir todo eso completamente solos. Ahora no era una semana cada cierto tiempo, ahora era una semana cada mes o quizás más. Por esta razón y, justo en este momento, muy dentro de mí se encontraba un debate, entrar a su habitación y despedirme con la opción de ver su rostro demacrado, su barba de días y sus ojeras. O, salir por la puerta y simular que nada de esto le está sucediendo. Simular que aquella mujer a la que solía llamarle madre no apareció aquel día.
Posicioné mis manos sobre mis rodillas en un intento de controlar mi respiración entrecortada por todas las calles que había recorrido a gran velocidad. Segundos después, cuando pude respirar y colocar una de las mejores sonrisas que posee mi rostro, tomé la carpeta verde que tenía posicionada entre mi axila y mi costado, para girar la manija de la puerta principal y darle a mi padre las buenas noticias.
— ¿Papá? — Pregunté al cerrar la puerta por detrás de mí y sentir la fragancia a vainilla con la que mi hermana adornaba nuestro hogar. — ¿Papá?
— Aquí estamos... — La voz ronca de mi hermano se escuchó desde la cocina. Una vez más coloqué la carpeta entre mi axila y mi costado, para luego pasar mis dedos por mi cabello revuelto por el viento, suspirar y caminar.
Al entrar a la cocina, me encontré con mis dos hermanos mayores sentados sobre las sillas del comedor, lo cuales me observaron con curiosidad. No imaginaba el aspecto tan desesperado que debía tener; seguramente mis mejillas se encontraban rojas, mi cabello continuaba despeinado y mis ojos aún rojos, por todas lágrimas que salieron de mis mejillas al ver tales noticias. No obstante, nada de eso me interesa. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi padre se encontraba frente al horno, observándome sin parpadear y con un pastel recién horneado entre sus manos.
Mi sonrisa se expandió hacia un lado, al mismo tiempo que avancé moviendo dramáticamente mis caderas, algo así a como lo hacía Woody en Toy Story 2. De esta manera, dejé caer la carpeta sobre la mesa de madera y deleite como mis hermanos abrían de esta. Mientras tanto, con mi mano derecha formé una especie de puño que iba a ser mi micrófono para las siguientes palabras.
— Damas, caballeros y Thomas — dije con la mejor voz de locutor que podría salir de mis cuerdas vocales —. Después de años de esfuerzo, noches llenas de estudios, lágrimas, estrés y una hermosa graduación en la secundaria, Hope Danielle Brown, ha sido oficialmente aceptada en una de las mejores universidades de arte que posee la ciudad.
Un fuerte grito lleno de emoción, hizo que mis manos viajaron hasta mis oídos, para luego observar como mi padre dejaba caer el sartén con el pastel dentro de este, corría hacia mí y me rodeaba con sus grandes brazos. Por otro lado, mis hermanos chocaban sus manos con emoción y se abrazaban entre ellos mismos. En cuestión de segundos, sentí como mis pies habían dejado de tocar el piso y mi cuerpo comenzaba a dar vueltas junto al cuerpo de mi padre. Si, su hija menor había conseguido que todos sus esfuerzos como padre soltero, valieran la pena.
Pero a como dicen, no todo en la vida es de estrellitas doradas y eso lo comprobé en ese momento, cuando el timbre sonó llamando la atención de todos. La primera en moverse fue Grace, luego mi padre me bajó de su regazo y salió junto a mi hermano hacia la sala. Era extraño que alguien tocara el timbre, normalmente somos un grupo de amargados que no hablan con sus vecinos porque mi hermano se acostó con la hija de estos y la única que venía era Lexie, la cual poseía una llave extra para cuando alguien no le abriera, es decir, siempre.