Sábado, 28 de noviembre del 2015.
La brocha llena de esmalte negro pasaba desde el principio hasta el final de mi uña, mientras fruncía el ceño en un tonto intento de obtener la concentración suficiente para rellenar sin mancharme todo el dedo. Por otro lado y muy cerca de mí, se encontraba Lexie sentada sobre uno de los puff que mantenía en mi habitación con una bolsa de frituras entre sus manos y restos de estas alrededor de su boca.
El sonido que provocaba su boca al masticar las frituras, cada vez era más molesto, al igual que la intensidad de sus ojos oscuros que se encontraban fijos sobre cada uno de mis movimientos o la molestia que me daba al sentir uno de sus pies, el cual estaba dando pequeños golpecitos sobre mi pantorrilla. Fue entonces cuando la puerta de mi cuarto se abrió, dejando ver a mi hermano sin camisa y de forma inmediata, mi amiga limpió su boca y recompuso su compostura sobre el puff.
— Hope, dice la abuela que... — Thomas observó a Lexie y sonrió — ¿Qué tal, Lexie? no sabía que estabas aquí. — Sus palabras eran estúpidas, ella siempre estaba aquí, sin embargo a él le gustaba hacerse el importante. Otra vez se dirigió hacia mí — la abuela quiere que vayas a su habitación, puedes ir con Lexie.
Mi mejor amiga tomó el puff en el que se encontraba sentada y comenzó a salir de la habitación con las frituras en una de sus manos. Mientras tanto, yo observaba cada movimiento de mi hermano, el cual se había quedado como bobo observando las caderas de Lexie al moverse. No sabía por qué carajos negaba que la pequeña y aparentemente loca Lexie, le parecía un ser humano atractivo y digno de admirar mientras ella estaba distraída. No obstante, debía comenzar a moverme, pues la poca paciencia que tenía mi abuela para este tipo de casos era la muestra perfecta de que los Brown teníamos un punto más de enojo que de carisma y solíamos ser muy conocidos por nuestro carisma. Entonces, tomé del otro puff y comencé a salir hacia la habitación de mi abuela.
Elaine Hill de Brown, la madre de mi padre y la única abuela que conocía. Un ser totalmente único la cual se había ganado mi corazón desde la primera vez que la conocí. Todos en la familia estábamos conscientes de su adicción por la sinceridad y el odio de sus vecinos ante tantas palabras directas y frías. También estábamos conscientes de su amor por la venganza y eso lo pude verificar la primera noche que la conocí.
Los árboles no se podían visualizar bien por la velocidad en la que mi padre conducía y odiaba eso, ver los árboles y contarlos hasta quedarme totalmente dormida sobre las piernas de Grace, era una de mis cosas favoritas de los viajes. Acomodando una de las tiras de mi overol de mezclilla, posicioné mis rodillas sobre las piernas de Grace para poder observar mejor el camino bajo la poca luz que daba la luna. Realmente no tenía ni idea de a dónde íbamos, solo había escuchado que la abuela se había metido en problemas.
— Si quieres puedes dormir sobre mis piernas — dijo Grace cerca de mi oído mientras acomodaba uno de los mechones de mi cabello dentro de mi coleta —. Sé que te gusta ver los árboles, pero este viaje es algo rápido.
— ¿Tú conoces a la abuela? — ella asintió — ¿y yo por qué no?
— No lo sé, pero debes de dormir, faltan dos horas de viaje. — tomé mi peluche favorito y lo acomodé entre mis brazos, para luego colocar mi cabeza sobre las piernas de Grace y dejarme llevar por el sueño.
Horas después llegamos a un pequeño pueblo donde no habían personas caminando por las calles, ni autos iluminando de estas. Solo estábamos nosotros y según mi experiencia en cosas paranormales, así es como comenzaba la típica película de miedo en donde todos moríamos. Por esta razón tomé la mano de mi hermana con fuerza. Fue entonces cuando mi padre estacionó el auto frente a la única estación policial y nos dijo que bajáramos junto a él.
Por dentro, la única persona que se encontraba en recepción era una señora de algunos cincuenta años de edad, sentada sobre una silla con el uniforme que usualmente los policías utilizaban sobre su cuerpo. Sin embargo, sus ojos se encontraban cerrados, sus manos descansaba en su inmensa barriga, un hilo de baba caía sobre su barbilla y un fuerte ronquido fue nuestro recibimiento.
— ¿Disculpe? — dijo mi padre con ambas manos sobre el escritorio y nos observó un tanto asustado — ¿Disculpe?
— ¡Señora! — gritó mi hermano mientras golpeaba la mesa.
La señora en medio de un susto, se levantó a como pudo de la silla y tomó de sus lentes para luego observarnos, limpiar su barbilla con sus manos, componer su traje y hacer como si nada había pasado. Una vez hecho todo esto, tomó un gran cuaderno con tapa café que reposaba sobre el escritorio y observó a mi padre con una de sus cejas elevada.