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"He decidido no presionar al tiempo.
Si algo debe pasar, ocurrirá de todas maneras.
Y si no, pues no.
Que las cosas ocurran de una manera natural.
Sin planearlo, sin esperarlo.
Así es como suceden las mejores cosas".
-No me gustan las sorpresas, me ponen nervioso –les dije cunado la camioneta ya estaba en marcha. Christopher conducía y me miró por el espejo retrovisor.
-En eso te pareces a mí, pero créeme que esta te gustará.
Ya no dije nada más y me dediqué a ver la ciudad por la venta. Avanzábamos lentamente a través de las concurridas calles y en ellas lograba ver a los niños que con sus familias transitaban tranquilamente. Antes, esto me hubiera hecho sentir mal, sin embargo ahora que los veía, tenía ganas de gritarles que yo también ya tenía una hermosa familia igual que ellos. Puse nuevamente la vista al frente, hacia esos dos hombres que ahora se habían convertido en mis padres. Se hablaban con cariño, con la misma ternura como cualquier pareja de las que veía en la televisión o leía en los libros. No lograba ver la diferencia que habían visto los niños en el internado.
-Hemos llegado, pequeño Tomás –La voz de Alexander me hizo regresar de mis pensamientos.
-¿Exactamente a dónde llegamos? –pregunté sin entender.
-Necesitamos comprarte todo lo que necesitas. Ropa, zapatos, útiles escolares, y lo que tú quieras –empezó a decirme Christopher-, y esa aún no es la sorpresa.
No podía creer lo que estaba escuchando, ni siquiera llevaba un día con ellos y ya pensaban en gastar mucho dinero en lo que yo necesitaba. Alexander me abrió la puerta para que pudiera bajar de la camioneta, definitivamente esta era la mejor familia de todas.
-Gracias, señor.
-Puedes decirme Alex… o papá –se encogió de hombros-. Como tú te sientas más cómodo.
-Gracias, papá Alex- sonrió abiertamente al escucharme.
Entramos a la enorme plaza, que estaba conformada por muchísimas tiendas, todo era brillante y hermoso. O quizá lo veía así porque era la primera vez que iba a un lugar como ese.
-¿Primero vamos por ropa y después por zapatos? –sugirió Chris.
-No sé, ¿tú qué opinas, Tom?
-No lo sé, ¿ropa? Si quieren podemos regresar por la ropa que dejé en el internado…
-No, no, no te preocupes por eso. Primero iremos por ropa.
Tímidamente (Dios, nunca me había sentido intimidado), me acerqué al señor Christopher y lo tomé de la mano. El me volteó a ver y apretó con delicadeza. Entramos a una tienda y la recorrimos por completo, me compraron muchísima; estoy seguro que fueron más de cuarenta pantalones, más de treinta playeras y unas veinticinco camisas. Las chamarras y suéteres no fueron la excepción, me compraron tantos que estaba segurísimo que no pasaría frío en los próximos cinco años. Llenos de bolsas, cambiamos de tienda y empezaron a escoger zapatos. Me compraron muchos tenis de diferentes estilos, zapatos de vestir con diferentes diseños y algunas botas que yo elegí. Todos cargadísimos de bolsas regresamos y las dejamos en la camioneta. Se llenó toda la parte trasera y tuvimos que poner unas en la parte de adelante.
-Creo que exageraron con esto –les dije a los dos sin poder contener la alegría.
-Bah, claro que no. Después te compraremos más –me dijo papá Alex. Alcé las cejas sorprendido, seguro que estaba bromeando-. Bueno, si tú quieres.
*
Regresamos a la tienda y todos compramos un helado. Nos sentamos alrededor de una fuente que estaba en el centro de la plaza. Después de unos minutos me di cuenta que habían recreado un parque, con la única diferencia que todo era artificial.
-¿Tienen mucho tiempo juntos? –les pregunté a los dos antes de lamer mi helado de vainilla.
-Dieciséis años…
-Diecisiete –corrigió papá Chris fingiendo estar molesto-. Nos conocemos desde la preparatoria. Estudiamos juntos la universidad y desde entonces estamos juntos.
-Oh, eso es muchísimo tiempo –inquirí sorprendido-. ¿Y se quieren mucho? –bromeé.
-Más de lo que imaginas –respondieron al mismo tiempo por segunda vez. Supongo que esa era una clara prueba de su amor, hasta pensaban de la misma manera.