Fragilidad de mi cuerpo, de mi alma, de mi destino, de mi vida. Jamás me había sentido frágil, para mí era para los cobardes, para los que se excusan detrás de mentiras y pocas verdades. Lo he sentido y he sentido mucho más de lo que hubiera querido, nunca fui una persona que temiera encontrase, pero cuando lo hice ayer por la noche es lo que sentí: fragilidad.
¿Cómo podía tener dentro de mi algo que odiaba? Simple. Escondía detrás de versos hermosos y frases casi reflexivas que la fragilidad no formaba parte de mi, que no me vencía con un simple “te extraño” o un “te amo”, que los abrazos no eran cosa que me afectara, que los lugares románticos no se podían ni ver y que expresar lo que sentía era imposible, pero sí.
Me rompí muchas veces pero mi armazón de “sigue adelante” cada vez era más resistente, nunca lo pedí, solo la vida y mi poca cordura lo hicieron así, qué más da golpearse una vez si tengo con que defenderme. Pero fue distinto cuando lo último que tenía de armazón se rompió y me vi, sola, triste, desconfiada y frágil.
Por cierto, soy Camila, tengo 33 y nunca tuve tanto miedo como hoy.