Después de tanto tiempo, al fin, la vuelvo a ver.
No me lo podía creer, cuando mi madre me pidió acompañarla a la casa de Celine, a esperar el camión de mudanza. Porque ella volvería.
Creí que ella y sus padres, llegarían junto al camión de mudanza, pero este llego sólo.
Con mi madre y ayuda de los sujetos de la mudanza, tuvimos que meter y acomodar los muebles y cajas dentro de casa junto a algunas maletas que dejamos en la sala.
Ya había pasados dos horas, y mi madre tenía una cita en el hospital, por lo que sólo me quede yo a esperar a fueguito.
También estaba feliz por volver a ver a mis tíos, pero más por verla a ella.
Se me hiso raro estar en una casa ajena, solo. Por lo que preferí esperar afuera, sentado y apoyado en la pared cerca de la puerta.
Cuando la vi salir del auto; no me lo podía creer. Siempre la recordaba como la linda niña de cabello de fuego; pero ahora es una muchacha hermosa. Creció, mucho.
Cambio. Ya no es una niña.
En éste momento camino junto a ella en silencio sin ningún rumbo. Yo sólo la acompaño, mientras ella camina escuchando música con el auricular en una sola oreja.
Para distraerme, me la pase revisando mi celular. Veía las imágenes, borraba archivos que ya no uso, reacomodo mi lista de canciones. Cuando termino de hacer todo eso ya no sé qué más hacer.
Tanto tiempo anhelando, queriendo y aguardando poder volver a ver a mi amiga para descubrir que no me recordaba. Bueno era de suponerse se fue cuando era muy pequeña.
No sabía cómo actuar, espere tanto este momento y ahora que sucede me gana el nerviosismo. En mi mente siempre estuvo esa niña de cabello similar al fuego, la niña con la que tomábamos juntos un baño, la niña que fue mi primer amiga.
Pero a mi lado no estaba esa niña, se encontraba una chica a la cual desconocía. Debí saber que ella no sería por siempre esa pequeña de mis recuerdos.
Tengo que conocer a la nueva Céline.
— ¿Te parece que tengo un buen estado físico?— Pregunto para romper el silencio, recordando la forma en la que me escaneaba.
Que me examinara de esa forma hizo que me sienta incómodo. Ósea sé que es normal observar de esa forma a los chicos y sólo fue eso un simple vistazo; no es que se enamoró de mí. Pero igual me puso nervioso.
Que amigo no se pondría así cuando su mejor amiga se lo devora con la mirada.
— ¿Qu...qué, por qué preguntas eso?— Balbucea. Parece que no soy el único nervioso con la situación.
Aunque no creo que por lo mismo.
—Para romper el silencio incómodo— Confieso, todavía nervioso. Pasando el celular de una mano a otra.
Que estúpido, con lo torpe que soy cuando estoy nervioso de seguro se me cae el celular al piso. Y con ese pensamiento dejo de jugar con mi celular y lo guardo en el bolsillo de mis bermudas.
Detiene la caminata, haciendo que me adelante por un paso. Al notarlo me volteo a ella. Colocando mis manos en los bolsillos de la bermuda. —También lo notaste…. Y supongo que tu pregunta es por lo de hace rato ¿no? ¿Fui tan obvia?—
Me inclino un poco acercándomele. —Un poco sí— Ella suelta una risita, avergonzada. Con las mejillas un poco sonrojadas.
Se hace un lado para continuar con la caminata y yo giro de inmediato. Siguiéndola hacia dónde sea que valla.
— ¿Sólo un poco?— Indaga, aun abochornada.
—Bueno, mucho. Pero tranquila somos amigos podemos ver— Lo último lo digo volteando a ver su espalda. Jugándole una broma.
—Oye ¿qué haces?— Se sonroja aún más y cubre con sus manos la parte trasera de su short.
Su piel blanca la hace parecer un tomate bien maduro. Estallo en risas, al ver su reacción. —Tranquila era broma, sólo te vi la espalda—
—Ja, ja. Que chistoso— Su tono molesto y ceño fruncido, es prueba de estar enojada.
—Ya, perdóname— Me acerco a ella, pasando mi brazo derecho por sus hombros — ¿quieres un helado? Hay una heladería a dos cuadras—
—Sí, pero tú pagas— Quita mi brazo de un empujón. Sigue algo molesta.
Bueno superar la zona incomoda fue más fácil de lo que creía. Ya puedo molestarla sin problemas.
—Sí, mi reina— Hago un saludo con la mano en la frente, como los militares; a modo de chiste.
Con mi acto, ella suelta una pequeña carcajada.
Solía llamarla con ese sobrenombre, porque de niña ella era muy caprichosa. Si las cosas no se hacían como ella lo quería, armaba todo un escándalo.
— ¿Cómo me llamaste?— Pregunta. Cambiando su sonrisa de apoco por un rostro pensativo.
—Mi reina. ¿Por qué, te molesta?— Examino, ante su cambio de humor.
—No, no es eso… Es que me suena. Se me hace familiar— Aclara.
—Ahh. Cuando éramos pequeños te llama de esa forma; entre algunos apodos— Revelo.
— ¿No lo recuerdas?— Inquiero.
Ante mi pregunta se disculpa con un lo siento, al no recordar. Y nuevamente nos abatimos en un silencio.
Al llegar a la heladería ante el mutismo entre ambos hacemos la fila para ordenar.
Observo la decoración, paredes verdes. Hay mesa alineadas a lo largo de las paredes. No cambio nada todo sigue igual, excepto el propietario. Hace ya una semana que la Señora Mirta vendió la heladería.
Cuando es mi turno pido dos helados en cono; para mí de chocolate y para ella de fresa. Su favorito.
Caminamos entre las pocas mesas, dirigiéndonos a una vacía al fondo, al lado del ventanal.
Antes de sentarse, Céline me pide sujetar su helado para poder quitarse el auricular de la oreja con una mano, dejándolo colgado de su cuello. Con la otra mano, toma su celular del bolsillo trasero; deteniendo la reproducción de música. Desconecta el cable del auricular y lo coloca sobre la mesa.
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Editado: 07.11.2019