Londres, Inglaterra. 1898
—Erling es tu responsabilidad—le sentenció su tío.
Lord Erling Westhampton estaba sentado en el sillón del estudio, junto con su tío Wolfram, el duque. Era un hombre de veintisiete años, alto, cabello negro azabache, piel trigueña, con una excelente contextura física y unos hermosos ojos verdes, heredados por su madre la marquesa. Él era el Conde de Westhampton y el futuro Duque, ya que su tío tuvo solo una hija.
—Erling es tu responsabilidad—le sentenció.
—Pero no entiendo por qué. Ella es tu hija, es tu responsabilidad de casarla adecuadamente. Yo solo soy su primo. No soy una casamentera, tío Wolf.
—Sí, tienes razón, pero te niegas ir a la cámara de lores, lo cual sí es tu deber y yo soy el que te represento. Y no me quejo. Ahora yo te estoy pidiendo que hagas algo que no es tan complicado. Solo es asistir a bailes y cuidar de Morgan y Michelle, la cual tiene que ser presentada en sociedad.
—Sí, pero Morgan ya ha dejado claro que prefiere recibir doscientos latigazos antes de casarse y Michelle hace tres años ha cambiado tanto que parece un muerto viviente.
—Te la pondré fácil. Cámara de lores o las niñas. Tú eliges.
Erling carraspeó—¡Maldita sea! tu ganas, pero te lo advierto no pienso aguantar las insolencias de tú hija, ni las de su amiga ¿De acuerdo?
Su tío se encogió de hombros—No lo sé. Es tu problema, muchacho.
Se puso de pie furioso—Maldita sea ¿Por qué tuve que tener primas?—y al decir esto se fue ignorando la carcajada de su tío.
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—¡Morgan! ¡Michelle!—exclamó Erling desde el umbral, la noche del sábado. La noche en que Michelle iba a ser presentada. El día anterior había ido a ver a la reina y a Almack’s.
—¡Bajen de una buena vez, maldita sea! ¡No me obliguen a ir a buscarlas!
—¿Que es ese escándalo, Erling? Cielo santo—dijo Morgan mientras bajaba las escaleras con su vestido blanco de encaje—no tienes que gritar.
—Llegaremos tarde a la fiesta de los vizcondes de Sídney, pero ¿Dónde demonios esta Michelle?
—Ya está vestida, pero no quiere ir.
—Y ¿Quién le dijo que tiene otra opción?
—Dice que no quiere ir. Y no saldrá de su habitación Erling. Ya hablé con ella.
—Por los clavos de Cristo—Musitó Erling mientras comenzaba a subir las escaleras con impaciencia.
—¿A dónde vas?—le preguntó Morgan.
—A buscarla ¿A dónde más?
—No creo que esté bien.
—No me importa.
Caminó por el pasillo y llegó a la quinta habitación y tocó la puerta.
Nada.
Tocó de nuevo.
Nada.
—Michelle—la llamó.—Soy Erling ¿Ya estás lista? baja por favor. Tenemos que irnos.
—No quiero ir.
—Entiendo que puede ser frustrante, pero no tienes elección.
Ella abrió la puerta de golpe—¡No quiero!—exclamó furiosa.
Erling la miró. Estaba en camisón.
Y podía ver la ropa interior de esta perfectamente. Michelle tenía unos senos grandes, muy grandes para tener dieciocho años, una cintura pequeña y las caderas grandes. Su piel tenía un satén dorado, sus rizos le caían como una cascada y sus ojos miel poseían motitas verdes.
A ella la conocía desde que eran niños y no se había dado cuenta que ya era toda una mujer. Una mujer que lo puso duro en ese momento.
Michelle lo miró furiosa mientras echaba chispas por los ojos. Él se dio la vuelta de inmediato.
—Morgan... me dijo que ya estabas vestida. Lo siento—se disculpó.
—No quiero ir—le soltó ella sin más.
—Tienes que ir. Todos te esperan, es tu presentación. Será divertido.
—No será divertido. Ya Morgan y fue horrible.
—No te preocupes, haré todo lo posible para que...
—No quiero ir.
Erling la observó un momento. La mirada de ella era vacía y él podía sentir el dolor que le embargaba. Deseaba ser una persona cercana a ella y aunque lo eran de cierta forma, ya que crecieron juntos, no se sentía con la confianza como para hablarle de su vida personal. Y menos con ella Semi desnuda.
—¿Sucede algo, pequeña? Sé que no somos los mejores amigos, pero como cabeza de familia puedes confiar en mí. Desde hace mucho estás algo... rara. Y por favor, coló cate algo.
Ella se colocó una bata encima—Ya puedes mirar.
Él se dio la vuelta y la miró a los ojos. Estaba algo perturbado, no se había percatado lo hermosa que era.
—No ha vuelto.
—¿No ha vuelto? ¿Quién?