Yo, su protector

Capítulo 1

         Los Catsuitas eran una comunidad encastada en el corazón mismo de Lighting, la ciudad más iluminada que existía, tal como su nombre dennotaba. Su fundador, Hans Weber actualmente de unos cuarenta años, dijo tener una visión en la que sólo serían salvas del infierno aquellas personas que se aislaran del resto del contaminado mundo, debiendo establecer vínculos sólo entre ellos y descartando todo contacto con extranjeros. Así que consiguió un grupo de al menos veinte personas que vendieron tierras y casas entregando el dinero a Weber, tomaron sus mínimas pertenencias y fueron a vivir en las tierras que eran de la familia de Hans. Construyeron una gran muralla alrededor de las hectáreas que abarcaba el terreno y un portón de hierro gigante infranqueable que estaba custodiado día y noche para que nadie más que los integrantes de la comunidad pudieran entrar o salir. Sembraban la tierra, cosían su propia ropa, criaban  animales. Tenían una economía prácticamente independiente por lo que sólo salían cuando debían abastecerse de lo necesario para la subsistencia. Y de eso ya habían pasado más de veinte años. Se reproducían entre ellos y a esta altura ya eran cientos.
           Danna nació en esta comunidad, su madre y padre habían conocido el mundo exterior por lo que siempre tenía curiosidad por saber que había más allá del muro que los rodeaba y del gran portón de hierro negro. Cuando tenía apenas diez años a su madre se la llevó una hemorragia terrible por no contar con los insumos médicos necesarios para tratarla y por la creencia de que no podían hacerse transfusiones de sangre pues se consideraba que cada cual debía "limpiar" su propia sangre y no podía contaminar a otro con ello. Al poco tiempo su padre desapareció misteriosamente habiendo encontrado rastros de sangre en el galpón donde había ido a preparar el heno para los animales. Como no tenían policías, nunca se estableció que paso realmente. Danna quedó junto a su hermano Douglas, cinco años menor que ella a cargo de su abuela.
         Cuando cumplió quince años apareció en su casa Hans y todo su séquito de hombres. Su abuela le había pedido que se bañara y se pusiera sus mejores ropas pues alguien iría a visitarla. Desconocía quien sería ese alguien y por que querría visitarla. Era una adolescente soñadora como cualquier otra y a veces lograba espiar a hurtadillas el baúl de "cosas prohibidas" que había en cada casa, en el que los adultos guardaban todo aquello que podría perjudicar a la educación de los niños en la casa o que les hablaran acerca del "régimen" de afuera. 
—Buenas tardes, maestro Hans —le dijo haciendo una pequeña reverencia, no sin antes haber sido autorizada para ello.
—Pequeña Danna, acércate- —le pidió y esta lo hizo con vergüenza, pues nunca había estado tan cerca de un hombre.
Hans le tomó el rostro y la inspeccionó de un lado a otro, observando todo en detalle, desde el crecimiento del cabello hasta la punta de los pies.
—Servirá —le dijo a su ayudante más cercano. Le hizo un leve moviemiento afirmativo a su abuela y se retiró como llegó, levantando un polvaderal con los caballos al galope.
No entendía nada, por lo que le pidió a su abuela que le explicara.
—Has sido seleccionada para "La unión ancestral" —le dijo la mujer sonriendo, pues era mucho el honor que iba a tener su familia de que la muchacha se convirtiera proximamente en otra esposa del Maestro.
¡Danna no podía creer! ¿Cómo era posible que eso ocurriera? Su familia no rendía los tributos necesarios como para que estuvieran al nivel más elevado que se requería para ser seleccionada pero su abuela le explicó que debía trabajar a cambio para poder reunir la dote que necesitaba para cumplir con la máxima aspiración de una joven de la comunidad. 

Nada era gratis en el mundo de los Catsuitas. Todos debían pagar a Hans Weber por cada cosa que se hiciera: si se sembraba la tierra ya que era de su familia, si se casaban, si tenían hijos, por las telas con las que cosían la ropa. Danna  se complacía mirando el cielo y agradeciendo estar en un mundo de paz y no corrompida por un mundo en el que quemaban en grandes hogueras a los niños y desnudaban y apedreaban a las mujeres. Se estremecía de solo pensar en todo lo malo que los rodeaba pero agradecía que el Maestro Hans los haya salvado. Sin embargo, la curiosidad la carcomía por dentro...siempre quiso salir de esas paredes y ver que había más allá. Al tener esos pensamientos negros corrió a purificar su cuerpo en las aguas de bendición. 




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